Por Fernando Londoño Hoyos.
Este que acaba de pasar fue un fin de semana cualquiera. Y en este fin de semana cualquiera aparecieron asesinadas en las goteras de Cali, en Jamundí, cinco personas, con carro incinerado de por medio; en el Bajo Cauca Antioqueño murieron por lo menos otras cinco, incluida una niña de dieciseis años; en el Catatumbo fueron heridos cuatro policías, sin que se sepa, ni importe, la gravedad de esas heridas; en el Charco, Nariño, los bandidos encendieron a plomo la estación de policía; en Dabeiba desapareció Francisco Montoya, líder de la región, según se dice; la alcaldesa de Tumaco declara que nada ha cambiado para bien en ese, el Municipio sembrado con la mayor cantidad de coca en el mundo.
Pero hay buenas noticias. En esas regiones no hay riesgo de cáncer, porque no hay fumigaciones con el peligroso glifosato, y el cáncer que se atreva se las verá con los poderosos descubrimientos científicos de la nueva Ministra de Ciencia y Tecnología. Los habitantes de Bojayá no pisarán minas, porque no saldrán de sus casas. Los de Nóvita están felices con la llegada de tropas, tan escasas cuando fueron necesarias. Los de Córdoba no se desplazan, porque no tienen dónde ir y los jóvenes de todo el país no tuvieron tropiezo para llenarse el cuerpo y el alma de bazuco en las bien provistas ollas del micro tráfico. No todo es oscuro, como puede verse.
La otra buena noticia es que nada de lo dicho alcanza a preocuparnos. Nuestra salud mental y emocional está a salvo. Ya no nos importa la tragedia. Aprendimos a tolerarla y consentirla.
Tampoco es descartable, en la columna de los activos, que los magistrados de la Corte Constitucional anduvieron de descanso. Este lunes no hay nuevas noticias. Por ejemplo, no nos han dicho que la ponencia del magistrado Linares, autorizando la mortandad de miles o millones de niños por nacer, no ha sido discutida. El fin de semana también trae sus ventajas.
Los hechos son tozudos, dicen los franceses. Son como son y no cambian porque se los califique, se los maldiga o se los llore. Por eso lo mejor será encogerse de hombros y dejar pasar esperando el improbable final de la borrasca.
Ya dijo el Presidente Duque que el narcotráfico es gravísima cosa. Por algo se empieza. Ahora, cuando tenga gobernabilidad, podrá ocuparse en combatirlo. Pero tampoco hay que ser muy optimistas. Porque la gobernabilidad, esa tan delicada señora, se conseguirá trayendo al gobierno los que le entregaron a las FARC la tarea de erradicar los cultivos ilícitos. Por donde será posible que celebremos otra ronda de conversaciones con ellas, para preguntarles qué han hecho todos estos años en cumplimiento de su tarea. Una vez que lo sepamos tal vez preparemos un decreto que diga cualquier cosa para que podamos opinar sobre esa cosa cualquiera que ese decreto cualquiera llegue a contener.
Mientras palos van y vienen, el país se desangra; los campesinos siguen saliendo aterrorizados de sus parcelas con rumbo a ninguna parte; los que se oponen son muertos y los que consienten pasan a engrosar el pesado contingente de la tragedia nacional; los policías mueren asesinados o quedan impedidos para siempre cuando machete en mano reemplazan los aviones de fumigación; y los bandidos se enriquecen más, aunque mantienen la cortesía de usar la ventanilla del Banco de la República para importar el producto de sus ganancias oprobiosas, convertidas en remesas.
Vale la pena insistir, con muy escasas probabilidades de éxito, en el tema de la drogadicción de la juventud colombiana.
Las estadísticas revelan que somos el país del mundo que más aumenta su tasa de consumo. Los niños salen de sus colegios al medio día y los espera el panorama de las bandas, de la prostitución, de los robos, de todas las formas de esclavitud que les imponen los dueños del negocio. Y a nadie le importa. Los magistrados siguen las órdenes de Santos, que son las que le transmiten las FARC, los empresarios del negocio; la policía carece de facultades y funciones; los maestros marchan y protestan y los padres de familia, cuando existen, no tienen energía sobrante de su lucha por la vida. Mientras tanto los niños se drogan, se embrutecen, se venden, se destruyen. ¿A quién le importa?
Y todo esto pasa a nuestra vera, día por día, fin de semana tras fin de semana, mes por mes. Y no hacemos nada. Es que sin gobernabilidad es tan difícil!
Lo peor de esta historia, es que no tiene caminos de retorno. Las vidas perdidas, se perdieron. Y los niños degradados no tienen recuperación posible, aún si se la intentara. Ni siquiera cabe salir a la busca del tiempo perdido como soñaba Marcel Proust. Que Dios tenga compasión de nosotros.