Por Eduardo Mackenzie
Ahora es el turno de las empresas, de las grandes y pequeñas, de las llamadas “firmas”, y de los medios de comunicación. Esos gremios han sido invitados a movilizarse. La campaña santista “Soy capaz”, destinada a cambiar la mentalidad del país en materia de paz (pues parece que no estamos convencidos de quererla), exige de ellos un compromiso total. Quien se ausente lo lamentará.
El Tiempo puso la primera piedra del edificio. El 8 de septiembre pasado anunció que “120 empresas” se sumaban a esa “acción de largo plazo” destinada a “vencer la apatía de la sociedad colombiana” sobre la paz. El matutino asegura que la Iglesia católica, actores, artistas y futbolistas también están en “la cruzada por la paz”. ¿Y el gobierno está? No, el gobierno no fue citado por el diario. Sólo su rival, El Espectador, violó el secreto y publicó, el mismo día, una declaración del presidente Santos saludando la iniciativa “de la sociedad civil” dispuesta a “ponerle fin al conflicto”.
¿La “sociedad civil”? ¡Qué va! “Soy capaz” es una iniciativa del poder. El director de la misma es un aventurero bien pagado, Marc de Beaufort, quien tiene cuentas pendientes con el país. El es el autor de The Connection, un filme destinado a satanizar violentamente a Colombia en Europa. Por fortuna, la Independent Television Commission (ITC) y el diario londinense The Guardian descubrieron, en mayo de 1998, que ese documental era una estafa periodística. Lo que Beaufort quiso hacer pasar como un “reportaje” sobre una operación del Cartel de Cali entre Pereira y Londres, por lo que Beaufort obtuvo ocho premios en 1997, resultó ser una comedia interpretada por particulares, con una “mula” falsa y diálogos inventados (1). Beaufort perdió sus premios y su honor y se dedicó a otras cosas. Ahora lo vemos de nuevo instalado en Bogotá para volver a sus trastadas.
Con la curiosa campaña, Santos pretende enlazar, después de haberlo hecho con las víctimas “del conflicto”, a los empresarios para llevarlos dentro de poco, maniatados y asustados, al peregrinaje ritual a la cueva de las Farc en La Habana, para que sean filmados bajo los acordes del himno de las Farc. Y para que las bases de la banda vean minutos después en sus cambuches cómo las élites del país están desfilando ante sus jefes en La Habana en señal de aceptación de su inferioridad política, intelectual y psicológica.
La consigna “Soy capaz” es engañosa. Esa frase, a la que le faltan los complementos, no dice nada, aunque parece que dijera mucho. No hay allí una sola condena a la violencia. Y, sobre todo, la operación se equivocó de destinatario.
El mensaje subliminal que bulle en los intestinos de esa operación es que, para construir la paz, los colombianos debemos cambiar. Los colombianos, acaba de decirlo Santos, “nos acostumbramos a la guerra”. Ese pecado (que no existe sino en la cabeza de Santos) hay que removerlo. Hay que cambiar de paradigma.
El tema reiterado es: “Perdonar, cambiar, respetar las diferencias, convivir con quien no está de acuerdo con nosotros”. Muy bien. ¿Pero a quien van dirigidos esos llamados a la tolerancia? ¿A las Farc? No: únicamente a los colombianos. Y lo de convivir quiere decir una cosa: acomodarnos a las Farc, a su violencia y a sus mentiras.
“Soy capaz” es mostrado como algo inocente. En realidad, el mensaje es: los colombianos son parte del problema. Esa frase acusadora es, exactamente, el punto nodal de la campaña, como es visible en los “cinco pasos para construir la paz” (2). Las Farc no lo son. Ellas son puestas en un limbo, protegidas de toda exhortación. Con esa campaña, somos los colombianos los que nos acusamos a nosotros mismos.
Nos dicen que debemos ser capaces de “cambiar”, de renunciar a nuestra perniciosa naturaleza, al mal que nos habita. Si no cambiamos de espíritu y de piel, nos susurra la campaña, no habrá paz, pues somos nosotros los que le hicimos la guerra a los santurrones de las Farc.
Esa es la música sutil: los colombianos somos los creadores de las condiciones de “la guerra”; “hay que desarmar nuestros corazones, llevarlos al amor”. Ese es el enfoque del comunismo. Quieren que cambiemos el sistema capitalista liberal por una dictadura colectivista.
¿Si ello no es cierto por qué las Farc no son los destinatarios de esa campaña? ¿Por qué no fueron invitadas siquiera a participar en ese masivo lavado de conciencias? Ellas, parece, no están obligadas a hacerse una foto bajo el slogan de “Soy capaz de dar todo por mi país”, como lo hicieron los empleados de la firma Arturo Calle.
Esa campaña es el segundo piso de una construcción. Después de hacer que las víctimas se vean como victimarias, que deben ir a Cuba a venerar a sus verdugos, a darles la mano, a abrazarlos y darles velones para que se apiaden de ellas y del país, la segunda fase es convencer a los empresarios de que ellos también deben “ser capaces” de cambiar y de aceptar lo inaceptable.
La frase “Darle todo al país” es esotérica. Los colombianos solo podemos dar lo que tenemos: nuestras libertades, formales o no; nuestras costumbres políticas, defectuosas o no; nuestros bienes, grandes y pequeños; nuestras creencias, trascendentales o no. ¿Darle todo eso a quien? A las Farc, por supuesto. Los colombianos debemos ceder y aceptar que nuestro más precioso tesoro, la libertad, sea sacrificada en el altar de una obscura “paz” sin equidad ni justicia y sin democracia, con los enemigos de la libertad y de la humanidad. Beaufort lo está haciendo muy bien.