Por: Fernando Londoño Hoyos
Parecerá increíble al desprevenido analista que un año después de establecidos los diálogos de paz, no sepan las partes sobre qué dialogan. El Gobierno insiste en que no han de tratarse sino los seis puntos en que se dividió la agenda. Las FARC replican que el documento acordado como tema ha de examinarse íntegro. La primera parte, alegan, contiene la luz que ilumina la segunda, los principios esenciales del debate, las motivaciones del acuerdo. De mil estudiosos de un documento, mil contestarán que no vale cercenarlo, mutilarlo, reducirlo a una de sus partes. Pero no vamos a dirimir conflictos, sino a mostrarlos. Y éste, enorme, es el primero de ellos.
Dijeron las FARC en el famoso discurso inaugural de estas sesiones, que habría de concederse espacio y tiempo a las negociaciones. Sobre todo tiempo. Cincuenta años de conflicto no se arreglan a las carreras, insisten. El Gobierno no dijo nada al principio. Y ahora se declara en urgencia. Las FARC anotan que todo el afán se debe a la oportunidad reeleccionista, que no va con ellas. Nuevo distanciamiento, radical e insalvable.
Dicen los terroristas que no pagarán un día de cárcel después de los acuerdos. Que no son culpables de nada. Que el Estado creó el conflicto. Que ellas han obrado dentro de una especie de estado de necesidad o en legítima defensa. El Gobierno quiere darles la razón y barruntamos que sobre el tema hubo acuerdo previo. El problema viene cuando los internacionalistas, sin que vacile uno solo, le recuerdan al doctor Santos que no pueden ser amnistiados ni indultados los delitos de lesa humanidad, ni los crímenes de guerra. El Gobierno le encarga a su contratista de ayer, hoy Fiscal, que le pula un verso para sacrificar aquel molesto mundo de los tratados, las doctrinas, los tribunales. Todo en vano. Cárcel más corta, o más benévola, o menos aflictiva. Pero sin castigo, no habrá acuerdo válido para la pesada comunidad internacional. Menudo lío.
También parece que hubo acuerdo para resolver la cuestión de las armas. De La Calle y Jaramillo tienen la fórmula: las armas no se entregan, sino que se “dejan”. Creyeron que los colombianos no advertirían el alijo. Pero resultaron menos tontos que lo presupuestado por gente tan avisada. Y al tema no se le ve arreglo.
Las dos partes ven a los bandidos en el Congreso. Los bandidos no solo se ven en el Congreso, sino en una Asamblea Nacional Constituyente. Es demasiado para el Gobierno. Y para los colombianos es demasiado cualquiera de las dos cosas, cuando la propuesta es que las garanticen a las FARC sin la pesadumbre de presentarse a unas elecciones. Y ganarlas con votos. No a bala. A los terroristas no les gusta ni la fórmula de un referendo amañado y armado. Quieren jugar a la fija. No hay solución a la vista.
Las FARC quieren que también les regalen medio país en el envoltorio de sus famosas Zonas de Reserva Campesina. Aquí cuentan con el aval de toda la izquierda criolla, encabezada por los curas De Roux y Giraldo. Y con la antipatía del resto de la Nación. Como nadie querrá ese vecindario, esa parte de los diálogos va como atollada.
El Gobierno no entendió que dialogaba con ricos. Con los más ricos del país. La cocaína les deja entre siete y quince mil millones de dólares al año. El oro, un poco más. Y el contrabando de gasolina y las extorsiones les cuadran la caja menor. A esa plutocracia armada no se la contenta con centavos. El diálogo no ha llegado a esa cuestión espeluznante.
En suma, un año después esto no ha empezado. Por eso creen amigos y consejeros del príncipe que es hora de pararse de la mesa. Lo que no saben es con quién juegan esta mano de póquer.