Por Fernando Londoño Hoyos.
De este maldito Coronavirus solo sabemos que no sabemos nada, diríamos parodiando a Descartes. Es como si Dios hubiera querido ofender la inteligencia del género humano y demostrarnos, por si alguna prueba faltara, cómo somos frágiles, limitados, pequeñitos.
No hemos podido averiguar de dónde diablos provino. La primera versión, la de la sopa del murciélago es tan repugnante que exime de responsabilidad a los chinos. ¡Bonita propaganda para un pueblo poner en evidencia que la gente toma sopa de esa ratica voladora!
La segunda tesis es la de una obra malvada del laboratorio escondido para empezar una gran guerra biológica y apoderarse de la humanidad. Mal estratega, ese guerrero. Porque empieza por herirse él mismo, no solo en los muertos, los enfermos, el aislamiento a que se condena, sino por la antipatía y la prevención que despierta, Cualquier cosa quisiera la mayoría de la gente, que encontrarse un chino en plena calle.
Pudo ser, y por qué no lanzamos nuestra hipótesis, cuando cualquier fulano tiene la suya, que lo del laboratorio es cierto y que fue por accidente que se escapó el bicho. ¿Y ahora, qué diablos hacemos para manejarlo?
Hay pacífico acuerdo sobre la necesidad de una vacuna, a la que se anticipan, por ahora, algunos medicamentos que parecen eficaces. Unos anticuerpos – vaya uno a saber de qué se trata y en qué consisten los tales- que han sido anunciados por los israelíes. A lo mejor. Y algo mucho más humilde, pero al parecer eficaz, una vieja droga contra la malaria, que solo se da en estos olvidados países tropicales. Nos parece que se llama Remdeservir, o algo por el estilo. Circulan versiones de que lo usan con éxito en varias partes y que lo han prohibido en los Estados Unidos, cuyo Presidente lo anunció como la salvación de la humanidad.
Pero lo de la vacuna es una carrera la mar de interesante. Andan en ella filántropos reconocidos, que le han puesto a la empresa miles de millones de dólares, y otros menos filántropos como los laboratorios farmacéuticos encabezados por Pfizer. Que gane el que sea, Dios bendito, pero que gane rápido. En todo caso, el primero que pruebe tenerla, se meterá al bolsillo miles de millones de dólares, euros, yuanes, libras, rupias y pesos. ¡Qué nos importa!
La verdad es que esta guerrita contra un enemigo invisible, insignificante, va costando decenas de miles de muertos en todos los continentes y el mayor y más espectacular retroceso en la economía del mundo, desde la segunda guerra mundial o la gran depresión de 1.929.
Pero lo peor, es que aseguran que los tiempos malos están por llegar. Algunos pueblos, como el de Nueva Zelanda, lograron salir casi indemnes de la pandemia. Otros con bajo costo en vidas, y otros, con los Estados Unidos, Reino Unido, Italia, España , Rusia y Brasil a la cabeza, han tenido la escasez que menos se quisiera tener, la de ataúdes.
Pero decíamos que lo peor puede estar por llegar, si se le cree a la Organización Mundial de la Salud. Y el vaticinio que hace es sencillamente sombrío: lo que falta es ver pueblos enteros arrasados por el virus, entre los más pobres de la tierra.
El Coronavirus llegó a estos andurriales en vuelos transoceánicos procedentes de Europa, con escala final o previa en Madrid, Aeropuerto de Barajas. No hay para qué revolver más el asunto. El problema estriba en saber cuándo se larga el maldito y después de cuántos muertos.
El bicho ya se instaló en sitios estratégicos. A falta de ancianatos, que por acá se acabaron, se metió en las cárceles, donde está haciendo de las suyas. La de Villavicencio es una hoguera encendida, pero faltan estudios medianamente serios en varias otras que ya tienen comprobada noticia de su existencia. La Picota, Picaleña, la del Bosque en Barranquilla, ya pusieron el denuncio. Las demás no se quejan de esa ausencia. Es que simplemente en ninguna hay pruebas serias.
Bogotá, Medellín y Cali han mejorado la estructura de sus unidades de emergencia. Pero suponiendo que la curva se aplane en las capitales mayores, y nadie sabe tampoco a derechas lo que es la curva y cuándo tendrá la bondad de aplanarse, queda lo que se llama la Colombia profunda, que se mantiene hasta ahora ilesa. Pero donde el Coronavirus tenga la idea de meterse en esas profundidades, no deja títere con cabeza, como por aquí decimos.
Al Chocó ya llegó y hasta hora no ha causado desastres sino entre médicos y enfermeras del hospital. A los demás hermanos negritos, nadie los ha medido. Y terminamos estas líneas cuando ya tenemos el primer muerto en el Putumayo y extrema alarma en Amazonas, en los límites del Brasil. ¡Cuidado! De pronto esta vez puede acertar la OMS. Y nos tragó la tierra.