La Hora de La Verdad

SE NARCOTIZÓ EL PAÍS

Dice hoy domingo algún diario que está a punto de narcotizarse, otra vez, la agenda con los Estados Unidos. Habrá que corregirlo. Lo que se narcotizó fue el país, por obra de Santos y las FARC. Lo que fue posible, no sobra decirlo, por la cobardía alcahueta de la prensa, los políticos de la mermelada, los funcionarios corruptos de este gobierno. Sí señores. Todos ellos narcotizaron a Colombia.

Como las FARC componen el más grande cartel de la cocaína del mundo, y acaso el de la heroína también, era obvio que exigieran auxilio y protección para su empresa. Y para eso estaban Santos y De La Calle, y Sergio Jaramillo, y el General Naranjo, como no.

No le sentaba bien a los narcotraficantes que les bombardearan sus campamentos en las zonas de cultivo. ¡Molestan tanto esos aviones! Pues a los hangares, se dijo y no habrá un bombardeo más. Todo negocio exige tranquilidad para su desarrollo.

La fumigación aérea resultaba fatal para los cultivos. Pues pedido expreso y concesión inmediata. Para otorgarla, ahí estaba el Ministro de Salud, un economista que descubrió que el producto que más se usa en los cultivos lícitos en Colombia, el glifosato o Round Up, era malísimo para la salud en las regiones cocaleras. Los micos y las culebras podían padecer graves quebrantos. Pues prohibida la fumigación por aspersión.

 De la fumigación manual se encargaban los bandidos y la policía. ¿Y si no, para qué estaba Naranjo?

La extradición molestaba mucho a los rebeldes, como ahora se les llama en desdoro de todos los que en el mundo se han levantado contra insoportables tiranías. Pequeño problema que el Comandante Santiago resuelve sin vacilar: prohibida la extradición de los narcotraficantes. Después ya se encargarían De La Calle y sus amigos de plantear la conexidad de este delito infame con los de naturaleza política y faena concluida. El narcotráfico goza de la plena protección del Estado.

Nadie se sorprenda de los resultados de esa cruzada, que saltan a la vista. Los cultivos se cuadruplicaron y más que por cuatro se multiplicó la producción, que hoy supera las mil toneladas de cocaína al año. La amapola volvió a las altas montañas. Y entre la amapola y la coca están acabando con los ríos, las montañas, los bosques. Con todo. Un premio Nobel y ver a Márquez posando de filósofo, bien valen una misa.

Otro problemita era el de los activos fabulosos que el negocio produce. Solo en Colombia, calculando a cinco millones de pesos el kilo de cocaína que se paga al productor, hemos pasado de lejos la cifra de cincuenta billones de pesos.(Cincuenta millones de millones para no equivocarnos) El que siga pensando que los grupos económicos grandes del país son los de Santodomingo, Sarmiento y el Sindicato Antioqueño, es un pobre despistado. Los ricos de verdad, verdad, son los que ahora son dueños de la plata y del país. Los de las FARC. Y sus cómplices y amigos, claro.

Pues para no molestar a esa nueva y arrogante plutocracia, no sobra acabar la Extinción de Dominio, institución y Ley que pusimos en marcha con el Presidente Uribe Vélez. Por aquel entonces, el dinero de los bandidos se les quitaba en menos de seis meses. Hoy, nunca. Tenía razón Ordoñez Maldonado cuando decía que La Habana sería la más grande lavandería de recursos ilícitos del mundo.

Todo esto tenía delicioso pasar en la época de Obama, la más grande Celestina de los grupos guerrilleros y marxistas de todos los matices. Pero las cosas cambiaron, entre otras porque los norteamericanos descubrieron que la cocaína y la heroína están acabando con sus jóvenes  y creando problemas de salud y de orden público insostenibles. Así que ha vuelto la guerra al narcotráfico, con el dolor de Santos y sus cómplices en la empresa, y para daño de todos los colombianos.

 Hemos vuelto a ser los parias del universo y mostraremos con vergüenza nuestros pasaportes en las aduanas del mundo, mientras vemos despedazada nuestra propia juventud, mientras se incendian nuestras ciudades, mientras se vuelve trizas la naturaleza imponente que Dios nos regaló.

Pero el gobierno y sus cómplices, políticos, periodistas, universidades, izquierdistas de pacotilla, completan la faena con la famosa paloma de la paz. Porque no bastó que le entregaran la Nación a los bandidos. Era preciso llevarlos a los altares de la Patria. Convertirlos en héroes de la nueva democracia. Garantizarles la protección del Estado a sus dominios, sus fortunas, sus personitas repugnantes.

Nunca se perdonará a los que no enfrentaron a tiempo a Pablo Escobar y los Rodríguez Orejuela. Pero en su descargo recordaremos que les construyeron cárceles de lujo, pero no les entregaron el mando y la vida de los colombianos. Como ahora, cuando nos narcotizaron irreparablemente.

 

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