Por Fernando Londoño Hoyos
Haga algo bueno y útil, por primera vez en estos 7 nefastos años, señor Santos. Renuncie y ahórrele al país mucho dolor y usted ahórrese mucha vergüenza. Lo de Guatapé, la monumental rechifla y los gritos de “fuera” que adornaron su presencia le va a pasar donde quiera que vaya. Y los que no pueden gritarle de cerca se lo gritan desde lejos en las encuestas. Usted es el más desprestigiado Presidente de América, incluido Castro, incluido Maduro, incluido Ortega.
Su famosa paz quedó clara ante los ojos del mundo. Las mejores Fuerzas Armadas del Continente, con 300.000 hombres bien equipados y adiestrados y una Policía de más de 150.000, doblaron la cerviz ante 7.000 tipejos y tipejas, (vaya así para que no se ofendan las feministas) muchas de las últimas en los finales de sorprendentes embarazos. Y esos fulanos y fulanas tenían menos de 7.000 fusiles inservibles, comidos de moho y orín, en tan mal estado que ni las FARC ni la ONU ni usted los dejaron ver de los expertos y los periodistas.
Fue ante ese desmirriado grupo de bandidos derrotados que usted cambió la Constitución, entregó, por ahora, 26 curules en el Congreso, acabó con la propiedad privada en el campo, regaló 20 emisoras de Frecuencia Modulada, organizó un sistema judicial ad-hoc, con una Corte que elegirán tres extranjeros, antiguos y reconocidos amigos de la ETA de España, SENDERO LUMINOSO del Perú y los MONTONEROS de Argentina. Y contó el cuento de la Paz que no existe, y se robó un Premio Nobel y se paseó victorioso por el mundo como el profeta de los tiempos nuevos. Los colombianos entendieron el embuste y lo maldicen y lo desprecian. Así no se puede gobernar, menos en estas horas de dolor e incertidumbre.
Usted tiene que pedirle a sus amigos de EL TIEMPO y CARACOL que no publiquen las encuestas que ordenan, porque es preciso esconder que el 75% de los colombianos ve el futuro con terrible pesimismo y solo el 10% cree en tiempos mejores. Y porque solo el 8% estima que la economía y el empleo van bien y más del 90% lo considera un desastre. Colombia, está triste, abatida, vencida. Y todo por su culpa. Por su ineptitud y su deshonestidad.
Usted y sus amigotes dilapidaron, en su propio beneficio, una bonanza petrolera que produjo más de ciento veinte mil millones de dólares, de los que no se tiene noticia. Y malbarataron un gigantesco endeudamiento externo, que supera el que contrataron todos los presidentes de Colombia, desde Simón Bolívar hasta Álvaro Uribe. Y eso no se lo perdonan, ni se lo van a perdonar sus gobernados.
Usted decretó una Reforma Tributaria que acabó con el empresariado, con la clase media, con todo el mundo. El 32% de las familias colombianas no tiene cómo satisfacer sus necesidades básicas o dicho de otro modo, sufre hambre. Y en sus cuentas de empleo, todo dicho con cifras oficiales, la mitad de la gente con trabajo no tiene empleo formal. En otras palabras, vive del rebusque, si es que a eso puede llamarse vivir.
Por inepto y por andar de amigo de los 7.000 bandidos y bandidas de las FARC, usted acabó la industria petrolera. De un millón de barriles diarios de producción ya bajó a 850.000 y tenemos reservas para cuatro años. Pero todavía peor, en este año la sísmica es de cero (0), expresado en letras y números para que no haya duda. Total, que en dos años andaremos de jíquera como decimos los paisas del que carece de todo. Técnicamente, el déficit en cuenta corriente será inmanejable a la vuelta de la esquina y replicaremos con ventaja las colas de los venezolanos a las puertas de los mercados vacíos.
Los colombianos saben, bien sabido, todo eso. Y saben que los únicos negocios prósperos son los del narcotráfico y la destrucción inmisericorde de los ríos para robarles el oro. Saben que la industria está postrada, que nadie invierte un peso en el campo, cuando está amenazado de la confiscación de tres millones de hectáreas productivas, más otras muchas ocultas en los acuerdos con las FARC, y saben que los bancos empiezan a acumular una cartera vencida que puede arrastrar el sistema a una situación insostenible. Saben que su salario es el más bajo de América y el desempleo juvenil bate todas las marcas en una región pobre como Latinoamérica. Que la inversión extranjera se acabó, porque los dueños de los capitales no creen en el país ni en usted y no están dispuestos a soportar una carga tributaria que llega al 74%, la tercera más alta del mundo.
Buenos motivos para despreciarlo, señor Santos y más que buenas razones para que haga el único gesto de nobleza que se le conozca. ¡Renuncie, Santos, renuncie!