Cuando ya no tuvo manera de encubrir el desastre de la economía, valga decir, la pobreza de los colombianos acumulada en grandes dosis durante su gobierno, el ex Presidente Santos resolvió buscar un culpable del desastre. Y lo encontró. El pesimismo, según él lo llama, está causado por los medios de comunicación-
Los medios ahítos de mermelada, pagada por exaltaciones ridículas y ocultamientos vergonzosos, son los culpables. Que les quede claro, para que se apliquen aquel antiquísimo refrán, tan antiguo como la ingratitud que expresa, de que así paga el diablo a quien bien le sirve.
Pero no vamos a enfrascarnos en esa triste pelea de comadres enfurecidas. Preguntémonos mejor ¿ de qué tienen culpa los medios?
Para empezar, el pesimismo empieza porque la economía se cayó al piso y siguió de largo, hasta meterse al sótano. Santos ya sabe que el Banco de la República está pensando que con dificultad va a crecer la economía el 2% en este año, lo que nos hace barruntar que la cosa va para el uno o algo peor. Ese número, traducido a lenguaje vulgar, equivale a hambre. Porque la noticia viene de la mano de que lo padece el 32% de las familias colombianas, que en la detestable jerga económica significa que la tercera parte de los colombianos “no pueden llenar sus necesidades básicas”.
Pero el problema no está solamente en esta realidad inocultable y dramática. Es que las cosas empeoran todos los días. Pese a los esfuerzos del malabarista del régimen, el señor Perfetti, Director del DANE, la industria cae, cuando debiera crecer entre el 6 y el 10% anual; que el campo sigue el mismo camino y que esas realidades inconcusas las expresa la caída del comercio y las cifras inocultables del desempleo juvenil –el peor de América- y el desempleo femenino, que sigue la misma senda.
Las exportaciones van por el mismo camino. Según los titulares de la prensa acusada de causar el pesimismo, crecen las exportaciones. El periodista y el Gobierno aspiran a que la gente no lea más que eso. Pero no falta el curioso que lo haga, para encontrarse en que el tal crecimiento se debe al precio de los combustibles en los comienzos del año, tan superiores al de comienzos del año pasado. Lo primero que advierte el curioso, es que la cantidad exportada cae, porque de un millón de barriles de producción diaria nos desbaratamos a los ochocientos u ochocientos cuarenta mil en que andamos. Pero no es todo. Es apenas el comienzo.
Porque la noticia se hace realmente amarga al comprobar que las exportaciones manufactureras y las agrícolas cayeron al -10%. Estas exportaciones son las que revelan el dinamismo, la productividad, el desarrollo tecnológico y la generación de empleos reales en la economía. Porque las “otras exportaciones” cubren el oro que los bandidos de las FARC se roban a los ríos que convierten en lodazales, y no llevan agua, ni pesca, sino mercurio y otras porquerías químicas. Así llamamos a lo que se vierte en los caudales después de producir la pasta de coca y el clorhidrato de cocaína, los milagros que mantienen al peso colombiano como una de las monedas más fuertes del mundo.
Estas circunstancias no vienen solas. Como el consumo de los hogares se desplomó, porque no tienen con qué comprar lo mucho que les hace falta, el Gobierno tuvo la soberbia idea de aumentarles la imposición tributaria, que en Colombia es la cuarta más alta del mundo, precedida por las tres economías más pobres de la tierra.
Esa otra mala noticia, la carga de tributación que acompaña la caída del consumo y de las exportaciones, explica la pérdida de todo atractivo para que vengan capitales externos y se queden en calma los locales. Los niveles de inversión son la más clara expresión del pesimismo. Las aves se van cuando hace frío, dijo el poeta y nada más volador que las golondrinas del capital.
Todo esto sumado, se conecta con la mala noticia que más le preocupa a Santos, o acaso la única que lo inquieta, el desbarajuste fiscal pavoroso que equivale a que ya no tiene mermelada ni tostada sobre la cual regarla. El déficit de las cuentas del Estado es enorme, pero crecerá sin medida al ritmo de la carga pensional y del servicio de la deuda. Porque Santos nos endeudó, el solito, más que todos los presidentes que lo antecedieron en 200 años. ¡Esa sí es eficiencia!
Alguien tiene que pagar los platos rotos. Y Santos no vaciló en sindicar a la prensa. El mensajero siempre tiene la culpa de la mala noticia. Y por eso hay que matarlo. Aunque sea mensajero servilmente amigo, como la prensa a la que Santos acusa del desastre. Se quedó corta en sus mentiras. ¡Qué ingrata!