Por: Fernando Londoño Hoyos
El Gobierno está encantado con el dólar a tres mil pesos. Esa será la salvación de la industria y de los cafeteros, los bananeros, los floricultores, los lecheros, en fin, que llegó la panacea o en términos del bueno de Don Quijote, el Bálsamo de Fierabrás. Pero uno se pregunta, de puro simplón, ¿si era tan bueno por qué le cerraron la puerta durante tantos años?
El Gobierno, este gobierno que no dice una verdad aunque lo maten, replica que no maneja el tipo de cambio y que la trepada del dólar es efecto de la caída de los precios del petróleo. Que si en sus manos hubiera estado, no habría permitido la revaluación que quebró en Colombia a todo el que quería trabajar.
El Gobierno, como casi siempre, miente. Porque fue el gran impulsor de la revaluación del peso y el que tuvo todo en sus manos para impedirla. Si le preocupaban tantos dólares en el mercado, que lo abarataran tan peligrosamente, le bastaba con dejar los ingresos enormes de Ecopetrol afuera, en dólares, lo que le hubiera hecho enorme beneficio a la compañía y hubiera supuesto saludable economía en los gastos del Estado. Pero nada de eso. En su lugar, Juanpa y su cuadrilla pusieron a Ecopetrol a repartir casi el 90% de sus utilidades, lo que no hizo ninguna compañía petrolera seria en el mundo. ¿Y por qué hizo eso, se preguntará usted, querido lector? Pues para tener disponibles billones de pesos para repartir entre los paniaguados políticos y mantener unida la “Mesa” de amigotes. O si lo quiere en palabras menos edulcoradas, para que los ladrones robaran y se comprometieran a mantenerse fieles al gobierno que los dejaba robar. ¿Está claro?
Pero no solo eso. Juanpa y su cuadrilla mantuvieron abierta de par en par la puerta para los capitales golondrina, que con la revaluación ganaron, en pura especulación, muchos billones de pesos. Traer dólares a Colombia era el negocio más rentable, seguro, apasionante, que había en el mundo. Traerlos para sacarlos un rato después, llenas las alforjas del especulador, a cargo del productor colombiano de cualquier cosa. No olvide que no hay almuerzo gratis y que estos banquetes corrían por su cuenta, ingenuo colombiano.
Con la caída del petróleo no hubo cómo mantener la treta. Y el dólar se trepó y el peso se desbarrancó, como hemos visto. ¿Ahora, quién paga? Pues usted otra vez. Si la deuda externa del Gobierno es de sesenta y cinco mil millones de dólares, los mil pesos de aumento del dólar le cuestan al fisco la friolera de sesenta y cinco billones de pesos, que empezamos a deber entre todos. Por el solo servicio de esa deuda gigantesca, contraída cuando era tan barata, con el dólar Cárdenas a $1.950, calcule algo entre 8 y 10 billones de costo fiscal. Así que no pregunte mucho si la plata del Gobierno no alcanza, si tiene que endeudarse más o cobrar más impuestos. O todo al tiempo.
Y prepárese para la inflación que se viene, amigo dilecto. Colombia importa muchas cosas, que salían tan admirablemente baratas y que contenían la inflación en términos tan maravillosos para el Banco de la República. Pues se acabó la fiesta. Todo lo importado valdrá cincuenta por ciento más. Cuando su señora regrese del mercado, se lo contará. Es inevitable. Los precios debieron subir pausadamente, durante años. Ahora aumentarán de golpe y porrazo, como dicen en Chile. ¿Listos?