¿Poeta: en qué quedamos?
Por Fernando Londoño Hoyos.
Pasan cosas de verdad extrañas en este mundo. El ateo comunista Maduro ilumina la ciudad de Caracas, no sabemos si otras, para recibir al Niño Dios. Y los comunistas de aquí suspenden sus fechorías para rezar la Novena. ¡Cuántas cosas sorprendentes!
Pero al margen de esos que insisten en que la religión es el opio del pueblo, como decía su padrecito Marx, quedamos los cuarenta y ocho millones de colombianos que no estuvimos en el paro, que no descalabramos policías, que no incendiamos buses, que no pintamos paredes, que no le impedimos a los demás llegar a sus casas, a sus lugares de trabajo, al sitio de sus compras, preguntándonos qué era lo que quería ese puñado de revoltosos delincuentes y qué cosa lograron con tanto aparato, tanta ira, tanta agresividad, tanta mesa , tanta piedra, tanta bomba y tanto diálogo.
Pues al parecer nada distinto que el daño irreparable que nos causaron. Discuten los economistas sobre el valor de esos perjuicios, que ubican por los alrededores de los quince billones de pesos. El costo de casi dos reformas tributarias, que tanto los ofenden. La ventaja, dirán, es que ellos distribuyen los daños por parejo, y no como los congresistas, que golpean primero y más duro a los más pobres.
El movimiento que al parecer ha terminado por este año, mientras cobran alientos para la próxima embestida, es absolutamente irracional. Esta es la hora, Dios bendito, en que nadie sabe lo que querían los de las marchas. El cándido Gobierno les ha pedido que lo precisen y no tiene ninguna respuesta. Solo que subieron las majaderías de trece a más de 100, y si nos descuidamos llegan a 500. Quieren todo barato, empleo universal, castigo para los policías que los contuvieron, casas gratuitas, educación de calidad, pública y también gratis, como todo es más sabroso, y otras cuántas maravilla que no alcanzó a encontrar Alicia, la de nuestro cuento favorito.
Este domingo saldrán a Medellín, en concierto de calidad y de balde. De balde, claro, pero solo para los huelguistas puesto que según el viejo decir popular no hay desayuno sin pago. El chiste está en saber quién paga.
Hablando muy en serio, tenemos que dolernos de la pobre condición intelectual de los que dirigen estas marchas. Les respetamos su sagrado derecho a sentir y obrar como comunistas, una práctica y una tesis que se acabó en el mundo hace como 30 años, porque el mundo se aburre con los fracasos y en casi 100 años el comunismo no hizo otra cosa que producirlos. Por eso los comunistas se aburrieron, y cansados de comer mal, sufrir violencias, padecer quebrantos, se volvieron capitalistas, es decir, prósperos y ricos. Los chinos, por ejemplo, no fueron tan majaderos y cambiaron el overol raído y la bicicleta antidiluviana por las grandes autopistas, las fábricas, la tecnología de punta, el crecimiento pasmoso, la riqueza. Y a nuestros rezagados protestantes a protestatarios no se les ocurre nada mejor que apuntarse al comunismo de Corea del Norte, Cuba, Nicaragua y Venezuela, para que renunciemos a cualquier expectativa de redención y felicidad para quedarnos en los sótanos del abandono y la miseria.
¿Han oído ustedes, queridos lectores, una idea que valga la pena, una afirmación que llame la atención por novedosa o inteligente, algo rescatable de ese sartal de sandeces trasnochadas que refrendan los marchistas con lo único que puede defenderse una mala idea, la piedra o la bomba?
El paro es irracional, retardatario, inicuo, pero sobre todo profundamente aburrido. Oír a esos tipos es tan emocionante como una cantata de Bach a la hora de una fiesta bailable.
Y es con ellos con los que insiste en sus conversaciones el señor Presidente de la República, al que ya enredaron con el cuento de la negociación, que sustituya el de la conversación. Claro que si no dicen qué es lo que quieren conversar, mucho menos dirán qué es lo que quieren negociar. Sin duda el presupuesto nacional, bien nutrido con la plata de los ricos para beneficiar a los pobres. Como admirablemente hicieron los Castro y Chávez, aquí en el vecindario, con los resultados conocidos. Nada más emocionante que una cartilla de racionamiento o una bolsa CLAP y por supuesto un buen éxodo, por miles y millones, de la gente que pueda navegar o caminar para buscar un presente menos afrentoso y alguna expectativa de vida mejor para sus hijos. ¿No parece, a fuer de estúpida, harto aburrida esa receta?
Pasaremos estos días de Navidad y Año Nuevo con la alegría que nos quede y con la esperanza de que al volver la hoja, para enfrentar la del 2020, los de la huelga sean menos violentos y menos torpes. Esa mezcla de violencia y torpeza nunca gustó a nadie. FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO
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