NOS MERECEMOS EL BRONX
En un país medianamente serio, o en una sociedad que conserve algunos de sus resortes normales de reacción, lo descubierto en el llamado Bronx habría bastado para que se cayera el Gobierno entero. Y no ha pasado nada. Señal suficiente de que nos merecemos el Bronx.
Las escenas que han retransmitido los medios de comunicación son tan horripilantes y repugnantes como para llenarnos de vergüenza como colombianos y miembros del género humano. Las legiones de personas perdidas en los laberintos de la droga, hasta llegar a eso que llamamos “habitantes de la calle”, ya bastaran para sacudir hasta la última fibra de nuestra conciencia. Pero es que para caer tan bajo se necesitan escalas, como en los ascensores.
La historia de las niñas apenas púberes que llegan al Bronx enloquecidas por la droga y que las prostituyen sin clemencia hasta el día en que ya no despiertan interés de la clientela, es demasiado fuerte para cualquier novelista de terror. Entonces, las tiran a la calle, o las matan para que perros feroces devoren lo que queda de ellas. Y eso pasa con los clientes que no paguen la droga o los alquileres de aquellas pocilgas inmundas. Y si no resulta práctico disolver sus cuerpos en canecas con ácidos, hay un equipo especializado en cargar cadáveres para tirarlos en la Avenida Caracas, una de las más concurridas de la ciudad. Allá los recogen las autoridades, en un ritual que se llama el levantamiento de un cuerpo desconocido y asunto concluido. Nadie pregunta de dónde llegaron esos restos. Los jueces andan muy ocupados en otros menesteres.
Esas atrocidades no se producen por casualidad ni generación espontánea. Lo primero que se necesita es que semejante barbarie putrefacta sea un negocio. Y por supuesto que lo es. Salimos del tema sentenciando que eso es “micro tráfico” y el diminutivo nos neutraliza. Pues de micro no tiene nada. Porque hay un Bronx en cada rincón de Colombia, y sumados todos integran parte esencial del negocio de estos malditos de las FARC. Ya no les queda el consuelo o la justificación idiota de que envenenan “gringos”. La primera porción del negocio va para envenenar los niños nuestros. Lo que sobra se exporta.
Lo segundo es el marco legal en el que estas atrocidades se mueven. Ese se lo dio la Corte Constitucional con el cuento del libre desarrollo de la personalidad, por cuyo invento casi postulamos al doctor Carlos Gaviria Díaz, su autor, a un Premio Nobel. Pero no bastaba. Para redondear la faena, estos egregios magistrados decidieron que dosis mínima no es concepto objetivo, que se mida en gramos, sino que es subjetivo. Dosis mínima, libre para portarse sin riesgo policivo, es la que cada uno necesita. Dejen sueltas estas idioteces y llegamos al Bronx, en línea recta.
Lo tercero es la falta total de autoridad. Aquí no hay Presidente, ni Ministros, ni Alcaldes, nada. El Bronx lo conocían los servicios de seguridad del Estado, desde hace rato. Habían intervenido ocasionalmente en ese infierno para rescatar secuestrados y buscar desaparecidos y hasta para salvar de las llamas agentes que fueron descubiertos, torturados y vueltos a la vida en acciones de sus propios compañeros. Y como si nada. El Bronx seguía campante su camino.
En los países que nos compran cocaína debe haber espantosos lugares de concentración de droga. Pero nada como el Bronx. Tenemos podredumbre para exportar. A falta de cosas más nobles, no está mal que enseñemos también la manera de llegar con nuestra mercancía a lugares y formas de comercialización más eficaces. No faltará el que lo diga.
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