Por Fernando Londoño Hoyos.
Al sapito lo metieron en agua hirviendo y saltó de la olla para salvarse. Pero lo metieron en la misma olla en agua tibia y se quedó muy tranquilo. Poco a poco le subieron la temperatura al agua y el sapito siguió tranquilo hasta que lo hirvieron.
Estamos tratados como al sapito del cuento.
La cosa empieza con el desarme de las FARC, un cuento chino de Monsieur Arnault, un mamerto francés que mandó la ONU para que nos mintiera. Al frente de su legión de comunistas chilenos y argentinos, Monsieur Arnault, tan inteligente como casi todos los franceses, y que nos cree tontos, nos comió con el cuento de que las armas que entregaban las FARC no eran para que las viéramos. Se podían asustar los niños colombianos con ese espectáculo. Así que recibió miles de fierros viejos, fusiles podridos y oxidados, los escondió en containers que decían “ONU” y ya quedaron desarmadas las FARC.
Cumplida esa tarea, se fue a buscar centenares de caletas cargadas con armas y explosivos, que encontró con la inapreciable ayuda de sus amigos de las FARC. Y desenterró esos tesoros, que tampoco eran espectáculo para nuestros ojos de estúpidos y tontarrones. Con la palabra de Monsieur Arnault debe bastarnos, porque las pronuncia nadie menos que Monsieur Arnault.
Las FARC no entregaron nada en su desarme, como nos lo había advertido el ex asesino Márquez, en un ataque de sinceridad. Ni una ametralladora, ni un lanza cohetes, ni un fusil de los nuevos y en uso. Nada.
Al sapito le suben la temperatura.
Para justificar que las FARC seguían en lo de siempre, el Gobierno y Monsieur Arnault se inventaron el cuento de los disidentes, que ahora se llaman elementos residuales de la guerrilla. Y todos tan contentos.
Como seguimos tan contentos cuando nos aseguran que los nuevos brotes de violencia no se deben a las FARC sino al ELN, que por arte de magia se multiplicó como pan evangélico. Ahora anda regado por todo el país, incluyendo zonas que ni sabían de su existencia. Y si el ELN dijera que se desarma, no hay por qué intranquilizarse. Los bandidos serán del EPL, resurgido de sus cenizas y de las BACRIM, a las que les dio por crecer y multiplicarse.
Al sapito le suben la temperatura.
Para seguir con la invasión silente, cabe armar a las FARC en las ciudades. Pues para eso está “coca” Naranjo, el mejor policía del mundo, el que nunca supo que su hermano fuera narcotraficante y el mismo que nunca supo que cierto Coronel González, su amigo del alma, lo fuera también y partícipe además en el crimen de Álvaro Gómez Hurtado. Para que ayude en la invasión, nada mejor que hacerlo Vicepresidente de la República, para inaugurar el hecho insólito de unas Fuerzas Militares que se dejan poner de jefe un Policía.
Pero no importa. “Coca” entrena y arma centenares de ex FARC en el mismo centro de entrenamiento de la Policía y los destina a la Unidad Nacional de Protección, que los recibe encantada, en ceremonia especial. La invasión llegó a las ciudades. El número y la extensión del fenómeno lo sabremos cuando ya para qué.
El Gobierno y las FARC notaron que algo les faltaba para completar sus designios. Algo como la mejor asesoría que el mundo comunista puede prestarle a las fuerzas invasoras de un país, nada menos que la de los Castro, hoy toda de Raúl, tan necesitado como está de recursos de exportación. Cuba dice recibir al año once mil quinientos millones de dólares en servicios de médicos que andan por el mundo repartiendo pastillitas doctrinarias. De modo que para Colombia reserva unos cuantos de esos médicos, que llegan de aquel pobre país que no tiene hospitales, ni medicamentos, ni cosa alguna que sirva para la salud de la gente. Y nos llenan de asesores.
Al sapito le siguen subiendo la temperatura.
Hasta que al fin, ya para qué ocultar más las cosas. Cuba nos manda militares armados, con la sagrada misión de proteger a los ex bandidos de las FARC. Los generales colombianos no protestan, porque pondrían en peligro ciertas primas con que les ataron la lengua y el honor. Así que callan ante el Ejército de invasión, que está en sus propios cuarteles, dando órdenes y doctrina a nuestros soldados.
Al sapito lo tienen en agua hirviendo y ya no salta de la olla. La invasión armada se consumó, sin disparar un tiro. Simplemente, nos entregaron. Algo que no hubiera pasado jamás si en el Ejército de Colombia tuviéramos un General como Nelson Mejía Henao o como Jorge Enrique Mora Rangel, en su época de glorioso General activo de la República.
Al sapito lo quemaron. A Colombia la invadieron.