Por: Fernando Londoño Hoyos
Y Maduro bailaba la pollera colorá. Qué parecidos en todo y qué final le aguarda al petimetre de hoy.
Cuenta la historia que cuando Nerón mandó incendiar a Roma, pidió la lira y se dedicó a tocarla y a cantar para acompañar el crepitar de las llamas, los gritos desgarrados de los que pedían auxilio, el llanto de las mujeres, los alaridos de los niños que no encontraban a sus padres. “Que gran artista soy” exclamaba en medio de aquellas escenas de horror.
Maduro no toca la lira. Invita a su camarada esposa para burlarse del dolor de Colombia bailando una de sus cumbias inmortales. Qué parecidos son. Tan mal poeta el uno como bailarín el otro, los iguala la perfidia, los acerca la maldad que brota de sus corazones corruptos.
Nerón terminó como debía, juzgado y condenado a morir en medio de las peores torturas, se le concedió la gracia del suicidio. Y hubo de abrirse la garganta con la ayuda de su esclavo, lo único que le quedaba al dueño del mundo. Maduro no tendrá esclavo que se compadezca de su suerte, porque él no ha tenido compasión con nadie. Pero el final está cerca. El mismo pueblo que lo ha adulado y tolerado se volcará ferozmente en contra suya y no tendrá quien le entone cumbia ni joropo.
Si fuéramos desalmados, diríamos que allá los venezolanos soporten a su monstruo. Pero no podemos serlo. Los 25 millones de súbditos de ese granuja son nuestros hermanos y somos solidarios con su dolor y su vergüenza.
Nos ha tocado beber de ese cáliz amargo. Esos 7.00 colombianos que han pasado el Río Táchira con sus penas y los restos de su casa a cuestas, son un enorme problema que no atina a resolver el nuevo mejor amigo de quien de esta manera los ultraja. Pero en sus carpas miserables no están peor que los centenares de miles de tachirenses que hoy esperan a 35 grados a la sombra que les alcance un kilo de harina y una bolsa de leche. Son tan desgraciados como los nuestros, solo que acá queda un resto de esperanza. Si entre Juanpa y Maduro no hay distancia moral, no hay grandes diferencias de talento ni media entre ellos espacio como administradores o jefes de Estado, Colombia no es todavía lo que queda de Venezuela. Juanpa no ha tenido tiempo de entregarnos a los Diosdado Cabello que tiene en La Habana, ni nuestra crisis se ha consumado aún. Apenas vamos en camino.
Todavía hay esperanzas. Los amigos de Juanpa le han plantado caras para exigirle que haga respetar a Colombia. Y ha tenido que hacer algo, tan a medias como hemos visto. Llama a nuestro opaco Embajador ¡y pide reunión de cancilleres de UNASUR! Vaya. Ernesto Samper, el mafioso que ya nos condenó, coordinando la acción de América con los ministros de la Roussef, la Kirchner, el Correa y la Bachelet. No sabe uno si reír o llorar.
Santos teme lo que se le espera. Su destino y el de Maduro están irremisiblemente unidos. Por eso no se ha atrevido a lo obvio e inevitable, la separación de ese gobierno que patea a Colombia del cargo de facilitador y garante de las conversaciones de La Habana.
Solo cuando Juanpa de ese paso, sabremos cómo baila Maduro otra cumbia. Sabremos si el cierre de la frontera fue obra suya o resultado de órdenes de Fidel Castro. Veremos hasta dónde llega el mequetrefe bailarín en su afán por evitar las elecciones de diciembre.
Nerón incendió a Roma, porque le estorbaban sus viejas casas en los planes soberbios que bullían en su mente enferma y culpó a los cristianos para escapar de la ira de su gente. Ya sabemos su final. Mató muchos cristianos y tuvo él la muerte más despiadada, solo, fugitivo, aterrorizado, con un puñal en la garganta.
Maduro arrasó con parte de San Antonio para abrirle algo de espacio a su decadencia inevitable, a su ruina inminente. Y culpó a los paramilitares colombianos, a esos niños nacidos en Venezuela, a esas mujercitas anegadas en llanto, a esos jovencitos molidos a palos por su Guardia cobarde, de todos los males de la Nación. Y no ha ganado sino el desprecio universal.
Ya se oye el ruido de las legiones vengadoras y ya se siente el veredicto universal de condena y desprecio contra el infame tirano. Y no le queda nada. Lo que había para robar, se lo robó. Lo que había para pisotear, lo tiró al suelo. No hubo injusticia que no cometiera, ni exceso al que no llegara.
Apenas tiene al Jefe, a ese Castro que lo abandonará sin compasión, y al Cómplice, a ese Juanpa, que es de la más pura estirpe de los traidores. ¡Buen árbol para buscar sombra!