Por Fernando Londoño Hoyos
Muy a lo Santos, dijo en Lima que el asunto de los tres periodistas no era suyo. Fueron tres periodistas ecuatorianos, secuestrados y asesinados en el Ecuador por un tal “Guacho”, nacido en ese país. Total, que el asunto no le concierne.
Se le olvidaron al declarante algunos pequeños detalles. Que la frontera es un infierno, no por obra de los ecuatorianos sino de los colombianos; que los secuestradores y asesinos pertenecen a una banda, llamada las FARC, dedicada al negocio del tráfico de cocaína, sembrada por colombianos, en territorio colombiano, donde colombianos la convierten en pasta y en clorhidrato, que luego trafican hacia la costa de Colombia, y ahora del Ecuador.
Se le olvidó que esa técnica del secuestro tiene patente colombiana; que las cadenas al cuello las llevaron miles de compatriotas nuestros por obra de las FARC, la repugnante organización delictiva que Santos impulsó, cohonestó y toleró; a la que le regaló curules en el Congreso; le otorgó condición de partido político; la financió con dinero del Tesoro Nacional; la liberó de la cárcel y le garantizó impunidad plena.
Se le olvidó a Santos, que el tal Guacho, cuyo lugar de nacimiento importa una higa, fue uno de sus desmovilizados, cómodamente instalado en refugio que le construyó en las vecindades de Tumaco y que cualquier día, cuando le dio la gana, salió de su cómodo albergue para seguir haciendo lo que hace por vocación, pasión y misión, que es asesinar, secuestrar, reclutar y violar niñas, poner bombas, volar oleoductos y torres de energía y sobre todo, negociar cocaína en cantidades siniestras.
Se le olvidó a Santos que lo que hizo Guacho lo hicieron los pocos miles que descansaron unos días de cometer atrocidades y se alojaron en sus refugios mientras los atendían médicos especializados en sus dolencias venéreas, en sus enfermedades tropicales o en el resultados de sus viejas heridas. Que entregaron por armas unos fierros viejos y oxidados a los perversos representantes de la ONU, sin que nadie pudiera verlos ni contarlos, y que dejaron guardadas armas intactas y dinero en enormes cantidades en guacas que están desenterrando, ahora, cuando regresan a su viejo oficio.
Se le olvidó a Santos que el problema de las fronteras es tan viejo como su gobierno. Que sus amigos de las FARC andaban refugiados en Ecuador y Venezuela, cuando eran perseguidos por nuestro glorioso Ejército. Que los protegió, los consintió y después trasteó sus jefes desde Ecuador y Venezuela a La Habana, para negociar con ellos el futuro de este país.
Se le olvidó a Santos que las FARC mantienen miles de sus bandidos en Venezuela, porque un régimen corrupto los acogió para convertirlos en socios de su putrefacto negocio. Y se le olvidó que la frontera con el Ecuador fue invadida por estos criminales hace rato. Tanto como para que fuera refugio del narco guerrillero Raúl Reyes, que pereció por un oportuno bombardeo de nuestra Fuerza Aérea, cuando él, Juan Manuel Santos, hacía las veces de Ministro de Defensa.
Se le olvidó a Santos que el interés de los periodistas ecuatorianos era el de averiguar por qué el norte de su país ardía en llamas por obra de esa delincuencia colombiana que volaba sus edificios públicos, asesinaba sus soldados y llenaba de pavor a su gente.
En esta madrugada de domingo, despertamos con las declaraciones del Gobernador de Nariño, Camilo Romero, quien nos rescata moralmente cuando pide perdón al pueblo ecuatoriano, víctima de una tragedia colombiana, por obra de un conflicto que nunca terminó.
Los tres que nos faltan, que nos faltarán siempre, son víctimas por las que sangra nuestro corazón, de dolor y de vergüenza. Porque no solo murieron de tan espantosa muerte por causa de nuestra desgraciada situación, sino por obra de bandidos de acá, protegidos por el gobierno de acá y que se fueron a delinquir allá, para sacar la droga maldita que producimos acá y para extender su negocio ominoso al sur del Río Mataje.
El secuestro, el encadenamiento, la tortura y la muerte de los hermanos del Ecuador es una advertencia, además de un crimen. Para que nadie tenga la mala idea de estorbar en esa frontera el más oscuro negocio del mundo. Para que se mantenga en silencio lo que pasa allá, como en silencio pasa lo que pasa en la región del Pacífico Caucano, en Buenaventura, en el Chocó, en el Urabá, en el Catatumbo, en Arauca, en el Putumayo, en el Caquetá, en Huila, en la media Colombia que Santos, el que no tiene nada que ver con la muerte de los periodistas ecuatorianos, le entregó a un puñado de bandidos, para sacrificar el país entero en el altar de las ambiciones políticas de su hermano y de sus cómplices comunistas, y de su vanidad enferma.