LOS SAPOS DE SANTOS
Por: Fernando Londoño Hoyos
Santos es un sofista de muy pobre calidad. El sofisma es una argumentación perversa que montada sobre principios aceptables da el salto hacia una conclusión torcida. El cuento de los sapos es de esta especie.
No disentimos de Juanpa en cuanto a que se tragan sapos en acuerdos de paz. Pero diremos, para empezar, que el que más sapos traga es el vencido y no el vencedor. Francia se los tragó en Versalles al fin de la guerra franco prusiana de 1.870. Después se los hizo tragar a Alemania en el tratado de Versalles que puso fin a la Guerra Grande. Los japoneses se tragaron un millón de sapos a bordo del Missouri. Y podríamos extender la historia de los sapos que se tragan los vencidos en los acuerdos de paz. Lo que quiere decir que don Juanpanos da por vencidos y a las FARC por vencedoras. ¡Buena esa!
Pero en gracia de discusión aceptemos que en ocasiones hay sapos para que engullan los vencedores, cuando la paz se conquista en condiciones indecisas, o cuando les sobran ganas de paz.
Pero el vencedor, por sapos que se quiera tragar, impone las condiciones. Y no invita a los vencidos a su casa, para que se apoderen de ella y manden en ella. Los chilenos salieron de Lima después del tratado con que culminó la Guerra del Pacífico. Pero se tragaron Tarapacá y regiones aledañas. Mientras que Bolivia quedó como país sin mares.
Hacemos esta relación, porque Santos nos podía proponer el sapo de penas benévolas para los autores de tantas atrocidades; cierta flexibilidad para sus auxiliares y dependientes o usufructuarios, los que llamamos “mamertos” en el ejercicio de la política; cierta condescendencia en el pago parcial de los daños a sus víctimas; alguna discusión con los Estados Unidos sobre el número y el nombre de los extraditables por narcotráfico. Sapos gordos y feos, como se ve.
Pero lo que no puede proponernos Juanpa, es que perdonemos por entero sus delitos, o que los purguen con trabajo social como sugiere su carnal, el Fiscal Montealegre; que nos olvidemos de sus daños a nombre de las víctimas, para que no indemnicen una sola; que conserven el millón y tantas hectáreas que se le han robado a los campesinos; que los traigamos al Congreso sin votos; que les dejemos mantener sus cultivos de coca y sus negocios con la cocaína.
Así como no nos vamos a tragar estos sapos, hay muchos otros que no nos pasan por el guargüero, por mucho que lo estiremos. Como aquel de convertir bandidos en árbitros de nuestro destino en materia agropecuaria; en rectores de nuestra organización política y social en los sitios apartados; en jueces de nuestra democracia y en arquitectos de la que tendremos en el futuro; en dueños de nuestras relaciones internacionales, decidiendo los tratados que les gustan y los que detestan; en constructores de nuestra economía; en dueños gratuitos de canales de televisión, empresas radiales y diarios impresos; en asesores de nuestros campesinos para que siembren lo que ellos digan, en lugar de coca; y en los fundadores del nuevo Ejército Nacional, para reemplazar a Bolívar y a Córdoba por Timochenko y Romaña.
Es como mucho lo que nos pide Juanpa. Y es como mucho lo que exigen los muchachotes de La Habana, harto viejitos, regordetes y flácidos como andan, prueba de que hace rato no corren por el monte.
Que venga pues otro sofisma. Y que nos cambien el plato de sapos.
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