No falta el día en que los corifeos de la paz dejen de anunciar su llegada inmediata. Todo está listo. Pendientes apenas, los últimos detalles. El mundo entero aguarda impaciente el documento que ponga punto final a la guerra más antigua del mundo. Y nada. Corren los días y de los anuncios no pasamos. ¿Qué falta?
Para ser claros, digamos que todo. Un breve repaso a esas carencias abonará la sentencia.
Lo primero en un armisticio o tratado, como tan pomposamente se lo quiere bautizar, es lo que se diga sobre los vencidos. Menudo problema. Porque Santos aceptó que no haya ganadores, porque se trata de un empate técnico, como en los olímpicos, pero sin que pueda acudirse al consuelo de los penales.
Las FARC han dicho hasta cansarse, ellos no se cansan ahora de hablar, como por 50 años no se cansaron de asesinar y de violar, que no pagarán un día de cárcel. Y darle abrigo a esa criatura de la impunidad es imposible. Porque la cuestión no se resuelve en la parroquia, sino que tiene el incómodo invitado de las Leyes y Jueces internacionales. Le dan al asunto vueltas y revueltas y van y vienen con la cuestión, como la ardillita de la fábula, y nada. Que penas alternativas, que cárcel de noche y Congreso de día, que limitaciones de movilidad y nada. El enredo es inmanejable.
Pasa lo mismo con las zonas de tolerancia, las 23 y los 9 campamentos ya famosos, y tampoco hay soluciones. No se atiende el primer tema, a saber, el de quiénes y cuantos se alberguen en esos lugares. Ese inventario no cuadra, ni puede cuadrar. Entre otras cosas, porque vendría a saberse cuánto son los bandidos en cuyo nombre se firma la paz, y cuantos niños y niñas conforman ese Ejército deplorable. Y el tema viene de la mano de las armas de que disponen. Entre mojito y mojito, el lamentable General Flórez busca acercamientos o cuadraturas del círculo. Y nada. Las cuentas no dan y los bandidos no quieren revelar cuántos son, ni que armas tienen.
Desvela también a los plenipotenciarios de ambas partes, vaya palabra para un terrorista, la manera como pasarán de bandidos derrotados a plenipotenciarios y luego, por fin, a congresistas y candidatos presidenciales. Agotadora tarea, entre otras cosas porque como para los puntos anteriores el pueblo se muestra en desacuerdo casi unánime. ¿Cómo hacer de un terrorista depravado un político respetable?
Las FARC saben que no ganan una elección en ninguna parte. Han acumulado suficiente cantidad de odio y desprecio en tantos años de fechorías, que se saben condenadas al fracaso electoral. Por lo que quieren política y curules sin votos. Y con todo lo ingeniosos que parecen, ni De La Calle y Roy Barreras juntos han encontrado la fórmula para resolver la ecuación. Que no tiene más que una salida: curules sin votos. O como alguien ha dicho graciosamente, curules por cárcel. Hasta un hombre de alcances elementales como Juanpa, sabe que eso no funciona.
Como tampoco funciona la cuestión de la tierra. También aquí gira y gira la noria y seguimos en la misma. Porque por mucho que se lo enrede, el asunto tiene cuestiones irredimibles. La propiedad privada no cuadra con el primitivo marxismo leninismo de las FARC. Hay que quitarle la tierra a sus dueños, en una Reforma Agraria tan anacrónica y retardataria como cabe. Está bien. Hacemos la Reforma. ¿Y cómo? Ya se inventaron las razones “ecológicas” que condenan un fundo a su inadecuada explotación y por ese camino a su expropiación confiscatoria. Pero saben la reacción que esos abusos traerán consigo. Y tampoco resuelven el pequeño problema de la definición de latifundio, que habilita al Gobierno a robarle las tierra a los agricultores y ganaderos significativos del país. Esa si es una guerra en ciernes, como hasta Santos lo entiende.
La indemnización de las víctimas es otro laberinto sin salida. Ya Juanpa ha dicho que las FARC no tienen blanca y la gente se desternilla de risa. Bien se sabe de sus depósitos imponentes en Suiza, alcahueta eterno de los bandidos del mundo, pero todos hacen como si nadie supiera.
Y esta pequeña cuestión llega de la mano de otra más gorda que es el narco tráfico. No hay quién ignore en el mundo que las FARC no son otra cosa que un cartel de la cocaína, auspiciado y multiplicado por Santos. Si firman cualquier papel de paz dejando intacto el tema de la droga vale tanto como no haber hecho nada. Lo entiende el más palurdo.
Y para despedirnos de lo que falta, ¿qué tal la cuestión del precedente? Las penas ejemplarizan y la impunidad corrompe. ¿Cuántos procesos de paz reclamarán para sí los bandidos que acechan en la sombra su oportunidad?