Lo mejor y lo peor
Por Fernando Londoño Hoyos.
Nunca tuvimos otra Semana Santa tan dramática, tan dolorosa, tan hermosa y esperanzadora como esta que nos da paso a la nueva Pascua de Resurrección.
En este tiempo de Coronavirus hemos visto entre nosotros lo mejor y lo peor de la especie humana. Los que se roban el dinero de la comida para los más pobres; los que desafían el dolor del prójimo y hacen befa de sus amarguras; los que montan burdeles en plena pandemia; los que rompen la cuarentena sin importarles que están condenando a muerte a muchos; en fin, los que hacen cuanto pueden para que sea más dura la condición de todos, han desfilado ante nosotros.
Al propio tiempo, cuántos hermosos ejemplos de heroísmo, de generosidad, de fe en el futuro de una humanidad mejor, más sabia, más justa, más unida y amable, hemos podido contemplar.
Dos de nuestros médicos ya se inmolaron en el sagrado altar de su apostolado. Para ellos y los que hacen posible la tarea de estos titanes: las enfermeras y enfermeros, los auxiliares, las aseadoras de los hospitales, los conductores de las ambulancias, los camilleros, vaya la condecoración suprema de nuestro respeto, nuestra devoción, nuestro amor.
También para los empresarios generosos, los servidores públicos, con el Presidente a la cabeza, los que mantienen vivo el país desde la trinchera de los bancos que sirven.
Y por supuesto, y como siempre, para los abnegados policías, los soldados, los que saben por qué un día vistieron el uniforme de la Patria. Con cuánto orgullo quisiéramos repetir el nombre de cada uno y con cuánta gratitud reconocemos que por ellos , por todos ellos, seguimos vivos.
Pero no estamos al final de la jornada. Tal vez lo peor está por venir.
Estas próximas semanas tendremos más contagiados, enfermos graves y muertos que hasta ahora tuvimos. Y nunca fue más dura la condición de millones de compatriotas que con dificultad sobreviven.
Muchísimos han podido recibir el pan que los salve del naufragio final. Pero nos parece que la prueba más dura está a las puertas y nos tememos que no haya sido suficientemente comprendida.
Para nuestra admiración, entre la acción magnífica del Gobierno y el desprendimiento de muchos se ha logrado ganarle la batalla al hambre que habría azotado miles de hogares. Pero ya no puede distraerse más la atención de un problema que planteamos hace rato: la supervivencia de las pequeñas y medianas empresas.
Hemos de suponer que las más grandes tienen economías y capacidad de endeudamiento para sobrevivir con sus empleados. Pero de las otras nadie se ha ocupado lo suficiente. Y según la estadística más probable, de ellas depende la suerte de dieciocho millones de personas.
Ya el Gobierno ha dicho que este lunes 13 de abril saldrá en socorro de estas llamadas “pymes”. Pero mucho nos tememos que sea un poco tarde, pero sobre todo, que la estrategia resulte catastrófica.
Nos asalta el temor de que este asunto mayúsculo se deje en manos de los economistas ortodoxos.
Estas empresas ya agotaron sus recursos para mantener la nómina. Y para decirlo de una vez, no resisten la mirada severa de ningún analista de crédito. En estas circunstancias, los pequeños y los medianos empresarios están todos quebrados. Cerradas están sus puertas, no tienen cómo producir, ni sus bienes ni sus servicios, y no tendrían cómo ni a quienes venderles nada.
Aquí es donde nos asalta la duda de que el remedio venga como el ortodoxo otorgamiento de créditos que llaman blandos. No hay ninguno de sus beneficiarios que lo resista. El crédito blando es la condena a muerte.
Como lo dijimos hace poco, desde esta misma columna, la única solución es un crédito condonable, a largo plazo, sin intereses. Que esto sería una donación enorme con recursos de todos, si es que el Gobierno sirve de fiador, no deja duda. Pero no hay remedio. No nos mintamos. No nos engañemos. Hay que mantener vivas centenares de miles de micro y mini empresas, con la única condición de que recibirán el dinero solo para atender la nómina de sus trabajadores habituales. Los mismo que las han servido en el último tiempo.
Los fiscales, que esperamos que sean en mucho mejor que el Fiscal, y más capaces, se ocuparán de castigar al que mienta o desvíe los recursos. Los bancos tendrán que dedicar todas sus energías a atender estos clientes, técnicamente quebrados, pero respaldados por la garantía que todos otorgamos a través de un crédito universal del Estado, muy probablemente del Banco de la República.
Al diablo la ortodoxia. Al diablo los análisis de créditos tradicionales. Al diablo la meta rango y otras naderías. Cuando alguien se ahoga solo hay que pensar en el flotador. Con el náufrago sobre cubierta, ya sabremos lo que se haga con él.
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