Por Fernando Londoño Hoyos
Que Gustavo Petro sea un irresponsable verbal, un agresivo impenitente, un histrión de pacotilla, es asunto que a él solo le concierne. Lo que no entendemos es que ese personaje llene plazas y diga en cada una la sandez que se le quedó guardada en la anterior. Y que nadie, tomándole en serio su palabra, le pase cuenta de cobro.
Petro propone acabar, de una vez, sin plazos ni atenuantes, cosas tan malditas como el petróleo y el carbón. En esto es perfectamente original. A nadie se le había ocurrido semejante estupidez.
Colombia necesita producir trescientos mil barriles de petróleo por día para su consumo interno. Cuando no los tengamos, nos costará importarlo, al cómodo precio de sesenta dólares la unidad, un millón ochocientos mil dólares diarios, o un poco más de seis mil millones de dólares por año. A Petro nadie le pregunta de dónde sacará ese caudal, porque acaso entiendan todos que la compensación vendrá del campo, cuya producción multiplicará milagrosamente. Eso es bastante más que el valor de toda la exportación cafetera, después de 100 años de lucha por mantenerla y mejorarla en los 600 municipios del país que viven del grano.
Pero la cuenta apenas empieza. Porque el condenado petróleo nos deja seiscientos mil barriles diarios libres para la exportación, que a los sesenta dólares de marras valen más de doce mil millones de dólares de ingresos a nuestra pobre balanza comercial. A precios de hoy, y en condiciones de hoy, Petro se está metiendo en un lío de dieciocho mil millones de dólares por año, solo en términos cambiarios.
Y la gente aplaude frenética. Como cuando Petro anuncia que profundizará la inversión social, para lo que requerirá mucha, mucha plata en las arcas públicas.
Pero ¡ay de nosotros! Los ochocientos cincuenta o novecientos mil barriles diarios del detestable petróleo que Petro promete dejar de producir, le generan al fisco, el nacional y los regionales, cualquier seis o siete billones de pesos en ingresos anuales. Eso es como una reforma tributaria entera que este descosido palabrero no dice cuándo ni cómo la decretará, ni quién se la pagará, ni qué efecto tendrá esa gracia para la economía del país. Y no ha empezado Petro a cuidar de los pobres.
Pero no olviden que la fobia minera de Petro alcanza al carbón, cuyas exportaciones montan más de cuatro mil millones de dólares por año. Así que el hueco cambiario, entre petróleo y carbón, supera los veintidós mil millones de dólares por año. Ese faltante significa que no podremos servir la deuda externa y que no tendremos con qué hacer el mercado semanal para comer. La Venezuela Chavista Madurista será un catarro comparada con nosotros, los de la Colombia de Petro. Que cada uno examine su destreza para sacar comida de la basura o para digerir la de los perros y los gatos.
Este mediocre demagogo contestará que el petróleo no será necesario, porque los automóviles y los camiones se echarán a rodar con energía eléctrica. Ni para qué preguntar cómo se hará la conversión técnica de millones de autos y camiones, dónde se abastecerán de energía y cómo logrará este pobre país lo que ni por asomo ha conseguido el más pujante y organizado del mundo, que son los Estados Unidos. La nueva demanda de energía se suplirá con el sol, el viento, la luna y las estrellas, y seguramente con los sobrantes de la energía hidráulica que llegará de hidroeléctricas cuyo proceso de construcción Petro calla para no aturdir sus auditorios.
Estos disparates, que apenas analizamos por encimita, para no entrar en las incómodas honduras que supone pensar en lo que haríamos con las regiones y los pueblos petroleros y carboneros, no nos impiden recordar que Petro, tan popular y decidor, acabará también con toda la tierra de propiedad privada por el cómodo camino de fijarle impuestos prediales impagables.
Al que no los pague, le compro, dice Petro como si estuviera a las puertas de una tienda de barrio. Cuando se habla del precio, dice que lo fijarán peritos intachables, que avaluarán tierras que con Petro ya no valdrán nada. Y lo que valgan lo pagará con bonos a cincuenta años sin intereses, porque otros recursos no tendrá un fisco arruinado en un país con semejante inversión social.
Tenemos que ser justos. Porque a Petro le está saliendo competencia. Cuando tiene uno paciencia de oír lo que dicen De La Calle y Fajardo, “vuelve otra vez a la pupila el lloro”, porque en temas de economía no son menos ingeniosos ni insensatos. Los dos sumados no han creado un empleo en los días de su vida. Pero entre los dos crearán como tres millones. El cómo es lo de menos. Y si a Petro le perdonan todo, ¿por qué no a ellos?.