LA POLICÍA SECRETA
No hay despotismo sin Policía Secreta. Los Reyes del Antiguo Régimen la tuvieron, a su manera. Un sistema de soplones que meten las narices donde creen que algo mal oliente amenaza al Príncipe, no faltó a Enrique VIII de Inglaterra ni a Felipe II de España ni a Luis XIV de Francia ni a Catalina de Rusia ni a la Santa Inquisición. Cuántos desgraciados terminaron en infames mazmorras o en la horca o en la hoguera, por cuenta de estos atroces sujetos.
Con razón o sin ella, cree la Historia que el primer policía profesional o sistemático fue el siniestro José Fouché. Se le atribuyen tan notables condiciones para la delación y la intriga, que de servidor de la Monarquía pasó a formar parte de los que condenaron a Luis XVI. Lleno del furor de los revolucionarios cometió centenares de crímenes en Lyon y estuvo a punto de guillotina con Robespierre. Pero el “incorruptible” estuvo lento y se le anticipó Fouché y le hizo cortar la cabeza. Sirvió al Directorio, se acomodó con Napoleón, fue útil para Luis XVIII, hermano del Rey a quien hizo matar, y Napoleón, que esta vez no resultó vengativo, volvió a contar con este personaje, al que llamaron el “genio tenebroso”. Cayó en relativa desgracia, pero ni muerto, ni preso. Murió en tranquilo exilio, dueño de sus secretos, despreciado por todos, pero sin que nadie se atreviera con él. Siempre supo demasiado, de demasiada gente.
Por el modelo de Fouché llegaron las policías secretas de Mussolini, la Gestapo de Hitler, la NKVD de Stalin con Yezhov y Beria, la peor de todas y claro, la de los Castro, el horrendo G2.
A Santos no le podía faltar su corte fatídica. Y vaya si la organizó, con el General Naranjo y con el Almirante Echandía. Son los personajes claves del Régimen. Lo dice el autor de estas líneas, que hasta ahora ha podido sobrevivirlos. Algún día contaremos.
En cualquiera democracia respetable, el Almirante habría sido destituido fulminantemente. Pero nadie se atreve a exigir su cabeza. Todos saben que sabe demasiado. Hasta Santos, que arriesga su vanidad con tal de no meterse en líos, prefiere sostenerlo.
La más sucia operación de la Policía moderna fue la del famoso hacker Sepúlveda, un infeliz que utilizó Santos para su campaña, que llegó a la de Oscar Iván Zuluaga sin que pueda saberse cómo ni por qué, y que terminó engarzado con dos miserables encubiertos, un español y un ecuatoriano. Estos dos, ya lo sabemos, espías y soplones pagados por Echandía, con la plata de todos, queridos contribuyentes. Al final, también les hicieron conejo.
Cuando estuvo lista la conjura, Echandía le pasó al Fiscal Montealegre, a través del CTI, tan en uso para estas cosas, el orden del día para la patraña. Quintana se prestó para ejecutar la felonía y luego, por supuesto, vino el escándalo. El escándalo a la Santos, con todos los medios de comunicación comprometidos y aceitados, con las supuestas evidencias en la mano y con la cárcel para los inocentes. Luis Alfonso Hoyos y David Zuluaga lograron evadirla, pues ya tenían pruebas de que el Régimen no se anda por las ramas en eso de servirse de jueces para liquidar adversarios, y Oscar Iván Zuluaga pasó de ser candidato ganador con una campaña invencible, a delincuente informático, a despreciable ordenante y ejecutor de crímenes contra el Estado. ¡Ah. Los crímenes contra el Estado! El argumento ideal de Stalin para matar a sus oponentes en Rusia y en todos los países de Europa Oriental. Cómo se repite la Historia. Bien lo saben Luis Alfredo Ramos y Sabas Pretelt y Jorge Noguera y José Miguel Narváez, y Diego Palacio y Alberto Velásquez y Bernardo Moreno y María del Pilar Hurtado, y Santiago Uribe Vélez. La justicia espectáculo, el revés de la moneda maldita, la policía secreta, la que recluta soplones, falsos testigos se llaman ahora, y levanta expedientes y mata, a veces con un tiro en la nuca, a veces con una bomba lapa.
Y Santos ganó las elecciones. O no las ganó, pero lo escrutaron ganador. De algo tenía que servir Thomas Gregg &Sons, al que ya le pagaron elevándolo a la condición de contertulio de Su Majestad la Reina en el Palacio de Buckinham. A Revert a Bajaña y a Charlie se les robaron la platica. No les pagaron, dice “Semana”.
Echandía ha quedado retratado de cuerpo entero. Pero Santos no lo echa. No puede. Como no puede tocar a Naranjo, el del Palacio de Justicia, el del crimen de Álvaro Gómez con su amigo, el Coronel González, el de los muertos en Potrerito, el que protegió a las FARC el día de la bomba en contra nuestra, inventando lo de la “mano negra”. Esa cuenta queda por cuadrar. Si Dios es servido.
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