Por: Cristina Londoño
Entre interminables heridas que sufrí en los últimos días, llevo el cráneo partido de Jacobo, y el abrazo desesperado de “Marisol” (no pregunté su nombre) incrustados en el alma.
En 23 años de periodismo, he vivido de cerca tragedias y miserias; llegado a escenas de masacres recién ocurridas, entrado a los refrigeradores de morgues fronterizas, y a las peores cárceles de los lugares mas pobres del hemisferio occidental. Visité la de Puerto Príncipe en Haití, durante el embargo internacional después del derrocamiento de Jean Bertrand Aristide, la de Higüey en República Dominicana, en que murieron calcinados 136 reos, y hace poco más de dos años cubrí un desastre similar en Honduras, cuando unos 360 presos se quemaron vivos en la cárcel de Comayagua el día de San Valentín.
Aún así, nada me había preparado para encontrarme con el infierno en el supuesto Hogar para menores en Zamora, Michoacán.
Al lograr entrar, llamé exaltada a Leti, la productora ejecutiva del noticiero, “Estoy adentro, estoy adentro, nos estan dando el recorrido, cambia el ángulo de la historia, éste es”, le dije, sin jamás imaginar que cuatro días mas tarde aún me atormentaría el maldito ángulo, que no he podido descifrar, entender, digerir, y mucho menos olvidar.
Cuento lo que ví y lo que sentí después de desayunar un sandwich de pollo, queso y culpa, y beberme un café de amargura, porque me lo asignó Eduardo Sunol, productor ejecutivo de la página digital de Telemundo. De no ser así, estaría tratando (sin éxito) de dormir en el avión que me lleva de regreso a casa, en vez de ir escribiendo y luchando (también sin éxito) por contener las lágrimas.
A la entrada del establecimiento, el área de conciertos infantiles que había visto en un documental en YouTube, sobre la legendaria alma caritativa de Rosa del Carmen Verduzco Verduzco. Una mujer de alma blanda y carácter duro según la describían, que desde adolescente había respondido a un llamado para sacar adelante a los niños desechados de la humanidad; huérfanos, abandonados, o problemáticos llevados allí por sus propios padres (algunos, siguiendo la recomendación de distintas entidades, bajo la promesa de que en el famoso internado se los podrían encaminar). En ese patio, “La Jefa”, también conocida como “Mamá Rosa”, había conquistado los corazones de importantes políticos, y dignatarios de México y el mundo, y de manera mas contundente, de los residentes de Zamora.
Unos 50 pies más adelante, una puerta negra y grande de metal separa el sueño de la pesadilla. Al cruzar, la gloria se viste de miseria. La única diferencia entre este reclusorio (no lo puedo llamar de otra manera) y los otros que he conocido, es que aqui los condenados son niños, cuyo único pecado, quizás fue haber nacido.
Las plagas, y condiciones infrahumanas de las que la Procuraduría General de Justicia había hablado en conferencia de prensa eran evidentes; las ratas y cucarachas no se tomaban si quiera la molestia de esconderse, los niños, de todas las edades no dejaban de rascarse, toser, soltar mocos. Las “camas” (catres deshechos con varillas expuestas, muchos sin colchonetas) estaban aglomerdas en celdas con ventanas y puertas de reja. Al fondo, un sanitario separado del resto del dormitorio por una pared de menos de un metro de altura. Los excrementos desbordan el inodoro (o letrina) y cubren el suelo completo del mal llamado “baño”. El charco de orines se extiende a las habitaciones, el olor a putrefacción invade el recinto entero.
Quise vomitar, o al menos taparme la nariz, pero aguanté para no insultar a los niños, de 10-14 años que ocupaban ese primer piso y me empezaban a rodear. Fue alli que por primera vez que me fijé en sus rostros, y encontré en ellos miradas perdidas, bocas vacías de sonrisas, desesperadas por escupir dolor:
-“Nos daba comida con gusanos”
-“Me pegó con un radio en la cabeza”
-“Me mandó encerrar en Pinocho” (nombre de la celda de castigo y aislamiento)
-“¿Pero era ella, o sus ayudantes?”, le preguntaba a todos, porque todavía me quedaba difícil imaginar que una anciana de 81 años, venerada internacionalmente por su obra de caridad durante 6 décadas, fuera simplemente la directora de lo que se me empezaba a revelar como un centro de tortura.
-“Si, si, “La Jefa” me lo hizo”
-“La Jefa les gritaba que me pegaran más duro”
-“La jefa dijo que me encerraran 6 meses”
Claro que en “Pinocho” no estan tan solos, una de las habitaciones con más desechos, montañas de ropa y mugre, está entre las preferidas por las ya amables ratas, que asomaron a saludar, cuando el investigador de la PGR me contaba que al intervenir el lugar habian tenido que volar el candado para liberar de ahi a 2 menores que tenían las muñecas cortadas porque se habían tratado de suicidar de la desesperación.
En el jardín de atrás, el área de las niñas, me atropelló “Marisol”, no se de dónde salió, ni quién le dió derecho a meterme la mano al pecho y estrujarme el corazón con un abrazo tan desesperado como no había sentido nunca. Me suplico que la ayudara, tenía pánico de que las autoridades la fueran a dejar sin ropa. El vestuario femenino, era una habitación gigantesca en que no se llegaba a ver un milimetro del suelo. Las prendas, sucias, y raídas, le llegaban casi a las caderas… alli tenían que escarbar para poderse vestir…
Había otra habitación gigantesca repleta de donaciones; ropa nueva, colchonetas para las camas de los niños que “La Jefa” y sus subalternos nunca. El investigador de la PGR me explicó en cambio que eran los cuartos en que parejitas de niños y de ratas se escondían a la par para tener relaciones. De ahi, la cantidad de roedores y de bebitos nacidos alli. (Encontraron 6 bebés, algunos de meses, en el momento del allanamiento.
Después cruzamos la granja, un pasillo largo a una lado del allbergue en el que había una vaca, decenas de cerdos, cabras, y gallinas. Al final, por un hueco en la pared, llegamos al jardín de atrás. Una alberca o piscina, desocupada, al lado de una casucha de maderas y de latas; la escena de más de una zona de violación sexual. Según me comentó primero el agente, y varios menores después, alli era dónde el guardia del lugar, uno de los 8 trabajadores de “La Gran Familia”, supuestamente abusaba sexualmente de algunos niños. Detrás de la casa, investigadores de la PGR buscaban cadáveres… si cadáveres de niños, basándose en múltiples denuncias de que a los que morían, los enterraban alli.
Según el investigador que nos llevó en el recorrido, guiados por un jovencito que les dijo le habían ordenado enterrar a otro envuelto en una sábana, que describió perfectamente, los agentes abrieron una fosa más adelante. Encontraron la sábana pero no el cadaver. Alguién me dijo mas tarde que por miedo a que lo descubrieran, lo habrían sacado de la fosa y tirado a los cerdos… Quizás sea mentira, es un rumor que no tuve manera de confirmar, pero enmarcado en semejante atrocidad, todo se me hace posible.
Lo que se me ha hecho casi imposible de comprender, es el apoyo incondicional de muchos,y si, son muchos, a la anciana Verduzco. El grupo incluye al expresidente de México Vicente For, el futbolista Rafa Márquez, los escritores y periodistas Enrique Krauze y Elena Poniatowska entre otros que le expresaron su solidaridad por medio de las redes sociales. Al grupo, se sumaron además decenas de manifestantes que llegaron hasta el albergue gritando “no esta sola”, a la vez que insultaban al nutrido grupo de padres de familia que esperaban reunirse con sus hijos. Los señalaban a ellos como culpables de su propia desgracia por haberlos abandonado.
La presidenta municipal, o alcandesa de Zamora, Rosa Hilda Abascal me dijo que se cuenta entre los amigos de Verduzco. La entrevisté, conmovida y con los ojos encharcados, un rato después de que le dieran el recorrido por el lugar, y cruzara la puerta negra, por la que aseguro nunca la habían invitado a pasar. “Esa era la casa de Mamá Rosa, ella decidía quién entraba o salía”, me explicó. En cúanto a su apoyo y el cariño que le seguía expresando a “La Jefa”, dijo que en la vida no todo es blanco o negro, que hay matices de gris, y añadió que no se puede olvidar que la anciana había recibido durante décadas a los niños mas vulnerables y rechazados de la soiciedad, a los que nadie quería ni aceptaba, a los huérfanos, abandonados, drogadictos, rateros, e incluso niñas y adolescentes que andaban prostituyéndose en las calles.
Uno de los recogidos que describen los poderosos e intelectuales partidarios de Mamá Rosa, se llama Víctor Verduzco y tiene 54 años. Acudió al albergue en busca de su registro de nacimiento, explicándome que por no tenerlo no había podido votar en ningún proceso político a lo largo de su vida. Es el menor de 5 hermanos a los que su madre biológica tiró en el lugar. El tenía 6 meses, y escapó, según cuenta, a los 7 años. Aun odia a la muejr que oficialmente sigue siendo su mamá. Dice que le pegaba con alambres, y que una vez, cuando ya era mayorcito (5 años) por órdenes de Verduzco lo encerraron en Pinocho 6 meses.
Otro es José, frente al albergue, defendía a su mamá adoptiva, diciendo que fue gracias a ella que pudo estudiar y salir adelante, que le debe todo lo que es en la vida a la educación estricta que le dio porque lo sacó del mal camino. También me hablaron de otros, egresados del albergue, que han logrado reconstruir sus vidas y forjar familias honorables.
A Martín, lo encontré bañado en llanto abrazado a su mamá biológica al día siguiente. No se veian hace 7 años. Ella dice que le recomendaron dejarlo en el lugar porque su hijo no quería estudiar. Me confesó que por un año, no cumplió con las contribuciones ni visitas obligatorias de cada 3 meses, por motivos económicos. Asegura que cuando volvió, Mamá Rosa le dijo que su hijo ahora le pertenecía a ella, y ya no quería verla mas. Añadió, al igual que otros padres con los que hablé, que “La Jefa” le dijo que sólo si le pagaba miles de pesos le dejaba ver o entregaba al niño. Martín desea para Mamá Rosa el peor de los castigos, y llorando, de felicidad según dijo, afirma que al salir de alli, usaría la educación que recibió (se graduó de la escuela) y su talento como músico (en La Gran Familia apredió a tocar varios instrumentos) para ayudar a otros niños pobres y necesitados.
En mi segunda y última visita al albergue, Jacobo de 6 años, estaba siendo entrevistado por una fiscal. Me mostro una herida en el cráneo, un “verg@#$o” con un tubo que me dijo que le había dado uno de los trabajadores de Mamá Rosa porque se había negado a bañarse con agua fría. Su mamá biológica no había ido a buscarlo a pesar del escándalo, pero no importa, afirmó, el se iba a ir con Pati (la fiscal). “Pati”, pregunté dándome la vuelta, tratando de que Jacobo no me oyera, “¿Dice que se va contigo?” Ella me miro conmovida “¿Qué más le digo?”, contestó.
Como podran imaginar, se me acabo el vuelo en que venían conmigo niños de la alta sociedad Mexicana con sus familias de vacaciones a Estados Unidos. Escribí un poco más al llegar a casa, e interrumpí mi asignación para ir a comer con mi esposo a un restaurante en que “gringuitos” pegados a sus iphones y vestidos a la última moda cenaban con sus padres.
Como empezó a picarme la cabeza y a rascarme el cuerpo, paramos en un CVS camino a casa, y antes de escribir un poco más, me hice un tratamiento para los piojos y me tome un antibiótico. (El médico que atendía a los bebés en una sala de La Gran Familia, me dijo que alli estábamos expuestos a todo tipo de plagas y contagios. Muchos de los menores estaban enfermos).
Regreso nuevamente al teclado el Domingo de madrugada. Casi sin voz y ya con una fuerte gripe, leo que a 6 de los 8 trabajadores de Mamá Rosa los llevaron a la cárcel, y a ella la dejaron libre sin presentarle cargos. Ardo de indignación. Para mi, por lo que vi y lo que me contaron, la vieja es culpable. ¿Pero no lo son también las autoridades federales y locales, las organizaciones caritativas, y los ricos y poderosos que durante décadas le dieron fondos y donaciones a Verduzco sin investigar lo que supuestamente ocurría detrás de la puerta negra? ¿Y yo?, que si la crucé, y me fui, sin saber cúal sería el futuro de Jacobo (si Pati se lo llevará finalmente con ella) o sin preocuparme de quién le daría a Marisol el próximo abrazo.
Dicen los reportes de prensa que ya empezaron a transeferir a los niños a otros albergues. El Gobernador de Michoacán afirma que revisará todos los Hogares de menores del estado para asegurarse de que en ellos no este ocurriendo lo mismo.
Lo triste, es que por mas horrorizados que estemos los periodistas que cubrimos la noticia, o los millones que la siguieron, sabemos lamentablemente, que ocurre todos los días, aunque afortunadamente quizás, no nos arrolla a diario con tanta fuerza como lo hizo la historia de La Gran Familia. Juzgamos y condenamos a Rosa Verduzco, a pesar de que nosotros no hemos recogido, ni le hemos abierto las puertas de nuestra casa a ningún huérfano, abandonado, drogadicto o ratero.
El desayuno de hoy me supo nuevamente a culpa y el café con el que me pase el antibiótico, a amargura pura. Mañana, cuando me sienta un poco mejor, me hago otro tratamiento preventivo para los piojos, (hoy sólo me amaneció picando el alma) y ya el Martes, de regreso al trabajo, quizás sea testigo de otra tragedia de las que he ido acumulando, y con las que trato de convencerme, he aprendido a vivir a través de los años.