Por: Fernando Londoño Hoyos
Los que creen saberlo todo sobre política, han demostrado saber entre muy poco y nada. Porque no han entendido el profundo significado que tiene la lista al Senado que ha presentado ante los colombianos el Presidente Álvaro Uribe Vélez.
La gran crítica de los improvisados politólogos que garrapatean en las páginas de revistas y periódicos, y parlotean en la radio y la televisión, consiste en que los miembros de la lista no “tienen” votos. Que por consiguiente el único que los pondrá en las urnas es el propio Uribe Vélez.
Tienen razón en lo que dicen sobre aquello de tener o no tener votos. Y se equivocan, rotundamente, en cuanto a sostener que eso vale por un defecto. No han entendido que esa es la virtud primordial de la lista y que ello supone una revolución política de enormes dimensiones.
En Colombia tiene votos el que dispone de una clientela política, que es precisamente lo abyecto, lo despreciable y ruin de ese menester. Lo que pone a políticos y congresistas en el último lugar en el corazón de los colombianos, como lo repiten sin fatiga todas las encuestas, es precisamente eso de disponer de una clientela. Y de usarla impúdicamente en recíproco beneficio de patrocinador y cliente. Hasta el beneficiario o patrocinado de la clientela odia y desprecia a quien lo atiende de ese modo. La meretriz está reconciliada con el billete que le entregan después de su faena triste. Pero no queda en su corazón un ápice de respeto y afecto por el que le paga.
La institución de la clientela, es igual. E igual de antigua a ese doloroso menester. Viene reconocida y estudiada desde la república romana. Los clientes seguían hasta la guerra a sus patrocinadores y les debían lealtad absoluta. Como en Inglaterra le pagaban con esa moneda a los dueños del barril de los puercos, y como en el medioevo el señor feudal aseguraba la dudosa lealtad de su clientela, que no vacilaba en admitir el derecho de pernar. Esa es la servidumbre putrefacta que va a desaparecer. Porque estamos en el umbral de un mundo político nuevo, donde los votos no se tienen sino que se ganan. Y donde el ejercicio de la política no consista en dispensar empleos y favores, sino en permitir que cada uno se labre su destino en un ambiente de igualdad, de respeto, de justicia.
El Presidente Uribe arrastrará con su ejemplo, con su discurso, con su concepción del mundo, pero quien vote por él lo hará a sabiendas de que no está solo. De que su proyecto no se perderá cuando sople el viento y cambien las circunstancias. El que vote por Uribe sabrá que a su lado viene una generación nueva, gente fresca que no se moverá con los ruines patrones de antaño, sino que estará al servicio de una causa distinta, y que está dispuesta a jugársela íntegra por esa Colombia juvenil, de la que desaparezca la palanca maldita porque se abren paso el mérito y los sentimientos superiores del afecto, del respeto, de la compasión.
Que todos entiendan lo que viene. En la generación que acompaña a Uribe alumbra el comienzo de una era nueva, de un mundo muy otro del que hoy nos produce nauseas. Esos ilustres desconocidos, como los llamó uno de esos pastores de antiguos rebaños, son la Colombia del mañana. La que llamaremos, si la Historia es justa, la generación del 14.