Por Fernando Londoño Hoyos.
En Colombia no habrá alguien que no tenga un motivo de agradecimiento para con Egan Bernal. Como escritores de estas habituales páginas en Las2Orillas, tenemos uno muy especial: este muchachito de Zipaquirá nos excusa de hablar de alguna tragedia, o de alguna vergüenza.
Gracias a Egan, no tendremos que recordar las brutalidades cometidas en Tibú, ni los explosivos que volaron el Trasandino, ni la financiación del SI con la plata maldita de Odebrecht. Gracias a Egan podremos ver la cara amable y hermosa de Colombia.
Nos llenamos de emoción con ese beso, ese abrazo y esa bendición con que el gran Campeón saludaba a su hermanito, a su mamá y a su papá. Y con ese cuadro se nos vinieron encima todas las luchas, las dificultades, los dolores de esa familia antes del triunfo apoteósico conseguido en París. Y la unión y la clase que mostraron nos dieron una lección de entereza, de fe, de generosidad, de amor cristiano.
Cuando Egan alzaba sus brazos victoriosos ante el mundo entero, se nos venían a la mente las horas oscuras y sacrificadas de este muchacho para superarse y superar a los demás. No hay nada gratuito en la vida. Y mucho menos la gloria.
Egan nos dio lecciones de superación y de lucha contra la adversidad, contra las incomprensiones, contra un origen humilde y una juventud modesta y oscura. Cuando rodaba por el suelo después de ganarlo todo este año y se rompía la clavícula, pensábamos que era el final de una linda y corta carrera por los escenarios del ciclismo mundial. Se cerraba la ilusión del Giro de Italia, que era el objetivo de su carrera y el aliciente para sus enormes sacrificios.
Pero como Dios sabe más que nosotros, le tenía reservada, tras el aparato del desastre, la más bella oportunidad: el Tour de Francia.
Llegó a la carrera como un modesto ayudante del gran jefe, el campeón del Tour pasado, pero era al menos ocasión de mostrar cuán útil pudiera ser empujando en la montaña al dueño potencial de los honores y las victorias.
Y cómo fue noble y leal su sacrificio. Egan no intentaba nada para él. Simplemente lo hacía todo por la suerte del equipo.
Hasta que llegó la hora que estaba reservada a su talento colosal. Si usted puede, vaya, que yo no tengo arrestos para más, le dijo el comandante de esa expedición. Y en ese segundo el modesto servidor se trocó en líder y el segundón ayudante en el gran General de la batalla.
Para este niño de Zipaquirá, para este desconocido jovencito en el que tan pocos creían, se abrieron las puertas del gran riesgo. Era la oportunidad magnífica, que podía convertirse en inmensa victoria o doloroso fracaso. Esas son las alternativas de las horas culminantes.
Y sin dudarlo un instante, sin complejos ni dudas, Egan se lanzó camino arriba, hacia la cima, más alto, allá en la montaña donde se miden los héroes, los talentos superiores, los combatientes que no piden cuartel, porque tampoco lo ofrecen.
Ante el pasmo de todos, Egan dio una lección de entereza, de suficiencia, de espíritu de superación, de capacidad sin límites. Y ese niño herido hacía tan poco, el más joven de los aspirantes al éxito final, el pobrecito llegado nadie sabía cómo a la hora decisiva, le mostró a todos, los amigos y los escépticos, lo que pueden valer las gentes de esta tierra.
Para llegar a ser lo que es hoy, el mejor ciclista y acaso el mejor deportista del mundo, Egan Bernal no pudo hacerle concesiones a su inmensa ambición. Ni a los regalos de la adolescencia entre gustos aparentes y efímeros, ni a la torpeza despreciable de los refugios en el alcohol o la droga. Nada. Egan es de una alma transparente, hermosa, genuina, que se expresa en increíbles hazañas o en llantos humildes.
Los colombianos podemos ser así. Así como esos jóvenes ciclistas que han derribado todos los íconos falsos y derrotado todos los tabúes y los mitos. En el fondo de millones brillan esas gemas preciosas de la heroica capacidad para el sacrificio, de la indomable voluntad para ser mejores. ¡Ay! Si lográramos entenderlos, poner altas las metas y trazar claros los caminos de la superación personal y colectiva, qué bello fuera este país maravilloso. Este país que inclusive ante nuestros escepticismos, ante nuestra inveterada propensión a la derrota, hemos podido advertir a través de este niño que las circunstancias más extrañas, y la mano de Dios, claro, nos pusieron de modelo de conducta, de ejemplo de valor, de guía hacia las metas más altas de la especie.
Gracias, Egan. Esperamos que nuestro aprendizaje sea tan fecundo como tu esfuerzo. Y gracias familia Bernal Gómez. Claro que sí podemos. Basta que seamos, al menos un poco, como son ustedes.