La Hora de La Verdad

Glifosato, pero a la lata

Police patrol a coca field as hired farmers uproot coca shrubs as part of a manual eradication campaign of illegal crops in San Miguel on Colombia's southern border with Ecuador, Wednesday, Aug. 15, 2012. According to the United Nations Office on Drugs and Crime, Colombia's Putumayo state had the largest growth of coca fields in the country during 2010 and 2011. (AP Photo/Fernando Vergara)

Por Fernando Londoño Hoyos.

Si tuvieran razón los pillos o despistados que aseguran que el glifosato solo sirve a medias, o que no sirve para nada, no estaríamos en el debate. Porque si no sirviera, las FARC jamás le habrían pedido a su cómplice y socio Juan Manuel Santos que dejara las fumigaciones. La prueba cumbre de que la cosa pesa es el aullido de quienes la cargan.

Pero otras pruebas vienen en defensa del aserto. La explosión de los cultivos ha sido pavorosa desde que Santos, con el auxilio de la Corte Constitucional, dio la orden de parar el glifosato. No subió la marea desde 48.000 hectáreas hasta las más de 250.000 que padecemos por casualidad. La multiplicación del cultivo se debe a que funcionó la obra combinada del Presidente que sufrimos y la Corte que seguimos soportando.

Pero recuerden los olvidadizos oficiosos que el glifosato permitió reducir la coca sembrada hasta las 48.000 hectáreas que dejó Uribe, cuando venía de las 145.000 que nos había dejado el Doctor Pastrana. El glifosato sirve de maravilla, los delincuentes le temen y la historia de las siembras la demuestran.

Alguno terció en el debate con la peregrina tesis de que por costosa debe eliminarse la práctica de asperjarlo. Para empezar, se omite el pequeño hecho de que son los Estados Unidos los que han pagado el costo de las fumigaciones. Nos han salido gratis, amigos queridos. Pero si algún precio pagáramos, sería poco en comparación con sus beneficios. Nada cuesta más que la cocaína y su exterminio es barato a cualquier precio.

Y viene el tema de la salud, utilizado por el nefasto Ministro de Santos para justificar la orden de parar las aspersiones. De todos los argumentos contra el glifosato no hay otro más frágil. Porque si Gaviria tuviere razón, los que hemos vivido entre cafetales estaríamos muertos hace rato. Y no se ha sabido de un cáncer por ROUND-UP, que así se llama el glifosato en los almacenes. Ni de un cáncer que venga de sembrar caña o de gustar golosinas con azúcar o de comer papa.

Pero si fuere dañino, lo que nadie ha demostrado, lo sería para las alimañas que viven en los cultivos de coca, por estrategia sembrada bien lejos de miradas indiscretas. Santos anda muy preocupado con el bienestar de los alacranes y las culebras que por aquellos parajes habitan. Parece que ahora quisiera ir por la presidencia de la Sociedad Protectora de Animales Silvestres.

En cuando a prácticas dañinas o peligrosas, ninguna parecida a la erradicación manual de la coca, que tantas vidas ha costado, tantas mutilaciones, tanto dolor y tanta sangre.

Tomemos las cosas en serio, tan poco frecuente actitud nuestra ante las muy graves que nos pasan. Porque como lo dijo el Presidente Duque con razón sobrada, este no es un asunto de herbicidas, demonios. Lo que va en juego es la salud de la Patria, el orden público, el porvenir de todos.

El país no es viable con los inventarios actuales de coca sembrada, también con sobrada razón lo afirmó el Fiscal Néstor Humberto Martínez. Así que la elección es sencilla y no deja duda, siquiera razonable: el glifosato o el caos.

Santos, que es un perverso, plantea la disyuntiva de otra manera. Porque para él lo mejor, mucho mejor que el glifosato, es la sustitución de los cultivos. Olvidó que para ese lindo propósito hay que acabar primero con lo que va a sustituirse. Y dejó de lado otra cuestión más interesante y plausible, a saber, que mejor que la sustitución es que no hubiera coca.

La Corte Constitucional tomará decisión en pocos días. Ya se sabe el voto de tres de los magistrados, que no tuvieron vergüenza en salir a almorzar con Santos en la mitad de la audiencia. Como son muy nobles, todavía le agradecen el haberlos hecho elegir para el cargo que tan sin merecimientos ocupan. Queda por saberse el voto de los otros seis.

Mientras que palos van y vienen, mientras decimos majaderías y las hacemos, el país se desangra. Los campesinos pierden su tierra y su paisaje. El reclutamiento de niños para el crimen es mayor que nunca. La inundación de dólares negros, que es la traducción monetaria de la coca, arruina toda la clase trabajadora del país, desbarata las exportaciones, corrompe lo que encuentra a su paso y nos mantiene en un mundo artificial y mentiroso en el que lo mejor y más barato que hace cualquier gobierno, es endeudarse.

No se trata de un herbicida, amigos. Se trata del presente y el porvenir. Del tipo de sociedad en que queremos vivir. Del rescate moral y económico de nuestra Colombia inmortal. Por eso decimos, sin vacilaciones ni tartamudeos, que llueva glifosato en la selva. Antes de que la arrasen estos malditos, claro.

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