Fabricantes de miseria
Por Fernando Londoño Hoyos.
Los socialismos son enormes y eficaces fabricantes de miseria.
No tenemos ocasión de discutir las razones que producen ese efecto inevitable en cualquier estado socialista, ni es la más propicia para mostrar que el hecho ha ocurrido donde quiera que el socialismo sentó sus reales. Mucho más modesta que esa tarea acometemos la de mencionar las tragedias socialistas que histórica y geográficamente nos circundan.
Empezaremos por recordar que el socialismo supone que los medios de producción pertenecen al Estado, por oposición a los sistemas que mantienen la propiedad privada como el centro nervioso y la condición esencial de la sociedad de que se trata. Para simplificar, y sin margen de equivocación posible, distinguiremos el socialismo de las sociedades capitalistas por la inexistencia de la propiedad privada, porque toda se concentra en el Estado. Así de simple.
Después de muchos intentos, el socialismo pudo establecerse en este continente, y por primera vez, en Cuba. La aventura de Fidel Castro contó con el particular interés geoestratégico de Rusia de poner la cuña socialista en las barbas del imperio capitalista de los Estados Unidos. De esa tragedia van a cumplirse 60 años y sus resultados son bien conocidos aunque la testarudez de los comunistas de oficio quieran mantener viva la leyenda de una Patria Socialista feliz y pujante. Cuba es un reducto miserable, que recibió la mayor cantidad de ayuda económica que llegó alguna vez a cualquier país de Latinoamérica. Como todos los socialismos que se respeten, expulsó de su territorio centenares de miles de ciudadanos que hicieron de los Estados Unidos su segunda casa. Y como cualquier país socialista, ha mantenido estrictas cartillas de racionamiento para conseguir que su gente no muera de hambre física. Valdrá la pena recordar que Cuba era, antes de Fidel, la Nación más rica per cápita del continente.
Pero de lo que aquí se trata es del segundo intento socialista a grande escala, que fue el de Venezuela. Pasaremos de largo por los ensayos de El Salvador y Nicaragua, igualmente funestos que todos los demás. Nuestro país vecino es el más rico de América y uno de los primeros del mundo. Sus reservas petroleras superan, para algunos, las de Arabia Saudita o le siguen muy de cerca. Tiene minerales de toda clase, tierra fecunda, gigantescas reservas de agua, envidiable posición junto al mar. En suma, lo tiene todo.
Pero le cayó encima la plaga socialista. Hugo Chávez dijo alguna vez que quisiera parecerse a Fidel Castro y que Venezuela se pareciera a Cuba. Y esto fue lo que logró. Con su famoso “Exprópiese” derrotó los propietarios de empresas y de tierras y con sus famosas intervenciones en contra de la economía capitalista, que imitó el pobre diablo que lo sucedió en el poder, Nicolás Maduro, se completó la faena. Venezuela se quedó sin empresas ni empresarios, que fueron reemplazados por la torpe mano de un Estado ineficiente y ladrón. Nos dirán que hacemos tautologías, porque ineptitud administrativa y robo continuado suele andar de la mano por el mundo.
Con la gigantesca riqueza petrolera pasó lo de siempre. Que se quedó enterrada. PDVSA, que fue una de las grandes petroleras del mundo y acaso la compañía mejor manejada del Continente, pasó a manos de embaucadores y tramposos y hoy, de tres y medio millones de barriles de producción, Venezuela no llega a producir millón y medio. Con la condición, por añadidura, de que entre el mercado interno y el petróleo pignorado, especialmente a la China, no alcanza el sobrante para alimentar una población derrotada y exangüe
Venezuela derrochó y regaló su riqueza. Chávez hacía de Papá Noel con los gobiernos izquierdistas de Suramérica y el Caribe, para mantener sus mayorías en la OEA y el ALBA y sobre todo para pagar a los cubanos el espléndido servicio de enseñarle el camino del socialismo. Durante años Venezuela le mandó a Cuba más de cien mil barriles de petróleo por día y Cuba le retribuía con miles de espías y policías entrenados. Ese obsequio iba acompañado con otras canonjías que mantuvieron viva a Cuba y agonizante a Venezuela.
Hoy les ha llegado el turno a las dos. Sin el petróleo de Venezuela Cuba no tiene más remedio que tratar lo que trata, regresar a la propiedad privada y atraer inversión extranjera con garantías de respeto a esas inversiones. Muy poco y muy tarde.
Pero Venezuela no tiene ni esa esperanza. Mientras la caterva de patanes que la mandan no sea derrocada, seguirá expulsando su gente, viajera por el mundo tras de un plato de comida. Así que seguiremos presenciando el espectáculo y recibiendo, esperamos que con generosidad y caridad cristiana, estos centenares de miles de hermanos que tan caro han pagado la experiencia socialista. ¿Será mucho pedir que tomemos atenta nota?
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