Esto no va bien
Por Fernando Londoño Hoyos.
“Estas palabras que me salen ardiendo y que nadie diría si yo no las
dijera”.
Cuánto quisiéramos derretirnos el elogios por el nuevo Gobierno, el que elegimos con sangre y saludamos con emocionada esperanza. La última que nos queda antes de pavimentar el camino hacia una Venezuela más dolorida, que es para donde vamos, a paso de carga.
Pero el Presidente parece invulnerable a las decisiones. Y carece del sentido más importante para los que gobiernan: el oído.
El país clama por un cambio radical en la cúpula militar y en la dirección de la policía. Todo queda para más adelante. Un Ejército vencido no puede trocarse en vencedor si lo mandan los mismos. Pero nada.
Y como no hay Ejército ni Policía, pasa lo mismo. Somos un océano de coca. Mejoramos. Antes apenas éramos un mar.
Y pasan los días y el Presidente no ha sacado un ratico a tanto vallenato, tanta champeta, tanta salsa, tanto artista, para proponer un plan contra el narcotráfico, el combustible que alimenta todas las guerras. Ni sabe si va a fumigar, ni con qué, ni sabe si extradita o no los del cartel de las FARC, el mayor del mundo, ni sabe cómo sería aquello de la extinción de dominio “express” que anunció mil veces en la campaña, ni sabe si bombardear a fondo los campamentos. O si sabe, no lo dice. Y mientras tanto, naufragamos en coca, en marihuana, en heroína.
Como los Guacho andan libres y felices, los desplazamientos se multiplican, las bombas explotan sin control, los asesinatos se multiplican, los reclutamientos no cesan, las protestas cocaleras –vaya ironía- intimidan a la autoridad y siempre ganan.
No será fácil recordar un orden público más deteriorado. Lo de este sábado en el Cesar parecía un campo de batalla. Camiones y tractomulas incinerados; buses de pasajeros acribillados; puentes dinamitados; oleoductos despedazados; heridos por doquier y aterrorizados innumerables. Pero como celebrábamos vacaciones, el Presidente andaba en Francia, celebrando el día de la victoria en la Primera Guerra Mundial, donde fue figura estelar. (Al oído, Presidente: la guerra del Batallón Colombia fue la de Corea).
El aumento de la criminalidad en las ciudades corre parejo con el de los campos. Los atracadores perdieron la vergüenza y ya ni capucha usan. Al fin y al cabo, si los prenden, vendrá el juez que los desprenda. Porque tampoco hay justicia y la reforma del Gobierno es para morir de risa o de angustia. Mejor que la hundan para no pasar tanta pena.
Nada para celebrar en el mundo de la economía. El DANE nos puede meter otro susto el jueves con la tasa de crecimiento del PIB. La cartera de los bancos es un drama. Las exportaciones manufactureras no tienen un respiro. La tasa de desempleo vuela. La informalidad empeora. La producción petrolera se nos acaba y el Consejo de Estado acaba de cerrar la última esperanza, la del petróleo no convencional. ¿Dónde estarían las Ministras cuando se fraguaba esa tragedia?
El Presidente, tan cauteloso y condescendiente con los enemigos de su elección, los cómplices de Santos, no tuvo la bondad de contarle al país la tragedia fiscal que recibía y la crisis económica que nos azotaba. Y ahora quiere que su partido asuma el costo moral y político de gravar con impuestos demoledores el precio de la comida de los pobres. Porque su desesperado Ministro de Hacienda tiene preparada una moñona. Castigar con hambre al pueblo, destruir lo que queda de producción agrícola y acabar con el Centro Democrático. Nada menos.
Los estudiantes que adoran al Che Guevara, señal clara de que no saben la historia criminal de su personaje favorito, vienen siendo ganadores absolutos en su empeño de acabar con el país. Lo de la plata es un mal cuento. Lo que quieren es meternos debajo de la cama y crear el ambiente adecuado para la revolución social. Y lo están consiguiendo. Hacen lo que les da la gana y el Presidente les contesta que lamenta mucho, entiende sus razones y las acepta, pero no tiene plata para darles. ¡Si la tuviera!
El Presidente no es el líder de la mayoría en el Congreso. Es su lamentable rehén. Por eso tanta cautela con el pasado, tanto cuidado con los adversarios y tanto desvío con los amigos.
Las cantadas reformas propuestas son de infinita pobreza. La de la Justicia es dramática. La Política, un chiste malo. Y la Tributaria, una calamidad.
Esto es, y mucho más, lo que la gente dice en la calle, en los salones, en las casas, en las tertulias. Y lo que no se resuelve a decir en público. Y lo que va en estas líneas, cargadas de amor por la Patria y de la ilusión de que muy pronto debiéramos recogerlas.
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