No hace demasiados años, lo recordamos todavía, no lo podremos olvidar, que la iglesia católica castigaba al suicida, y lo castigaba de manera muy dura. Estaba prohibido el entierro del suicida con las ayudas espirituales de la iglesia católica, estaba prohibido que se los enterrara en tierra sagrada, había un corral especial, porque no era otra cosa que un corral, donde se guardaban los restos de los suicidas. La Iglesia comprendió que esa decisión era cruel y que esa decisión, por general, no se podía mantener, al suicida lo juzgaría Dios, él que es el dueño de la vida tendría que juzgar al que dispone de su vida como si fuera propia y no como si fuera vida de Dios. Ese es el tema y eso ha tenido evolución, con el suicida hay que ser profundamente considerado y respetuoso como ser considerado y respetuoso ante una grande y una inmensa tragedia porque el suicidio es una tragedia. En últimas el suicidio es una fuga, es una fuga de la persona que se niega a aceptar los embates de la vida y prefiera el camino de la nada, el camino de la anulación total a través de la muerte, y eso representa una tragedia, no cabe duda ninguna (…). Todo esto viene a propósito de las manifestaciones enormes que se hicieron en Perú con el suicidio de Alan García…