Por: Fernando Londoño Hoyos
Muy difícil resulta describir el estado de ánimo de los colombianos ante el secuestro del señor General Rubén Darío Álzate Mora, comandante de la Fuerza de tarea Conjunta Titán, en vecindades de Quibdó. Son tantas las preguntas que el hecho sin antecedentes suscita, que a cada posible respuesta le aparecen nuevas cavilaciones, aceradas dudas.
Hemos sabido que se trata de un gran General, de esos excepcionales hombres de armas que defienden la República. ¿Por qué cometió, entonces, tantos y tan monumentales errores? Un hombre curtido en mil batallas fue a caer en una trampa vil, como tendida para niños. Lejos de sus tropas, sin armas, sin comunicación fluida con su base, al parecer sin conocimiento ni autorización de sus mandos, el General va a un sitio altamente peligroso, a media hora de Quibdó por el río, a cumplir una misión que por lo avanzado de la tarde no podía extenderse por más de algunos minutos en tierra.
¡Apenas el tiempo suficiente para que lo secuestraran!
Tantos absurdos acumulados nos hacen pensar en una solución muy simple. Por ejemplo, que se trataba de un encargo del Alto Mando, con algún extravagante propósito. Y es que en todo hay que pensar, cuando el mando supremo lo ostenta un hombre de teatro, desesperado por circunstancias adversas, acorralado por una realidad inclemente, que pudiera estar tramando una acción espectacular, para recobrar credibilidad o para fortalecer un proceso que agoniza. ¿Si las FARC ceden en el curso de unas horas, y devuelven al General, y de paso a los dos soldados de Arauca, no estarían dando una prueba fehaciente de buena fe y de espíritu conciliador? ¿No tendría el farsante de Juanpa un trofeo en sus manos, una razón para vendernos el buen ánimo de los bandidos y la posibilidad próxima de un Acuerdo de Paz?
Se nos dirá que hemos llegado al extremo de la suspicacia y que faltamos al respeto que se debe al Presidente de la República. Pero es que ha mentido tanto, suplantado tan sistemáticamente la verdad, fantaseado tanto, que no quedan lejos las posibilidades de una componenda tan monstruosa. No queda lejos.
Muy pronto lo sabremos. Si con el conocimiento del General Alzate o a sus espaldas se está tejiendo una maraña parecida, será cosa de horas o de días descubrirla. Pero Juanpa es capaz de cualquier cosa. Para tapar la desazón popular por los diálogos en los que finca todo su prestigio; para que nos olvidemos del hueco fiscal y de la cascada de impuestos que se prepara para taparlo; para que no notemos la disparada del dólar, feliz acontecimiento que llega contra la voluntad del Gobierno y que descubre tantos de sus errores; para que nos olvidemos del paro judicial, y de la catástrofe carcelaria, y de la crisis de la salud y del insondable problema de la infraestructura, algo tan espectacular como lo ocurrido podría caer como anillo al dedo.
La izquierda radical, la Córdoba y el Cepeda y el Petro y compañía están pidiendo a voces el alto el fuego. Cuando secuestran los generales hay que hacer algo de tanto tamaño. Nos preguntamos si es una idea espontánea y particular de estos sujetos o si la cosa viene medida, consentida y empujada desde la Casa de Nariño. Todo cabe en la dimensión desconocida, sobre todo cuando de por medio navega cierto artista desesperado.
Solo nos parece que esta vez la farsa iría demasiado lejos.