Por: Fernando Londoño Hoyos
Este Montealegre no ha sido personaje fácil de digerir. Comenzamos sabiendo que era algo así como el muchacho de los mandados de Jaime Bernal Cuéllar, lo que no es mucho decir en su homenaje.
De mediano personaje del Derecho Penal, fue graduado de constitucionalista, sin que nadie pueda saber cómo ni por dónde. Lo cierto fue que de la noche a la mañana amaneció nada menos que Magistrado de la Corte Constitucional.
Rápidamente se alinea en la esfera de los Magistrados progresistas, vale decir de aquellos que utilizan la Corte para dar Golpes de Estado, ante la mirada incrédula y cobardona de los colombianos. La camarilla que comanda Carlos Gaviria Díaz tendría en Montealegre uno de sus más entusiastas seguidores.
Se convierte después en Presidente de esa Corte y fortalecido por tal investidura muestra mejor sus audaces colmillos de creador del Nuevo Derecho. En otras palabras, del Derecho donde los jueces se liberan de las leyes, para hacer lo que les viene en gana.
Sorpresivamente renuncia a la Corte, con el pretexto de que se iba a estudiar a Alemania. Disculpa poco creíble que el tiempo demostró puro invento. Lo que buscaba Montealegre era negocios en grande en buena llave con su viejo amigo de andanzas, el ex Procurador Bernal Cuéllar. Nunca pudimos saber, a derechas, si Montealegre formó parte del equipo asesor de DMG, o si en esa empresa caminó solo su viejo mentor y socio. Pero sí se sabe, inequívocamente, del gran predicamento que alcanzó en Saludcoop, por donde ya se lo ve asociado al clan de los Vargas Lleras, socios y alcahuetas del tal Palacino, ave negra de la salud de los colombianos.
Ya en tan altas esferas del poder, Montealegre se torna contratista de la Casa de Nariño. Juan Manuel Santos toma sus servicios por centenares de millones de pesos, contrapartida a consejos y depósitos de sabiduría que nunca pudimos saber en qué consistieron. Eran asuntos de seguridad nacional.
Santos convierte su contratista en Fiscal General de la Nación, a través de un tosco proceso que por sabido callamos, y desde allí Montealegre despliega todas las facetas de su errática personalidad. Se hace dueño de Santos a través de la investigación que monta contra Oscar Iván Zuluaga en vísperas electorales, se dedica a la política más descarada, abandona el cumplimiento de sus deberes de jefe de la investigación criminal en Colombia y demuestra hasta la saciedad que la fiscalía es un modesto peldaño para sus aspiraciones presidenciales.
Montealegre es comunista desde pequeño, cuando adhería a la JUCO, Juventud Comunista del Tolima y sigue con su corazoncito allá prendido. Con la comodidad de los comunistas ricos, a cuyo privilegiado gremio pertenece.
Y ahora demuestra otra inquietante faceta de su personalidad. A Montealegre no le basta manejar como en gana le viene la mitad del presupuesto de la Nación para la Justicia. Quiere ser dueño de conciencias, dispensador de mercedes, amo y señor de personajes y personajillos. Y para todo eso, nada mejo que contratar, contratar y contratar. Contratar damas tan poco edificantes como la señora que se hace llamar Springer, como ex magistrados de todas las Cortes, con Manuel José Cepeda a la cabeza, como Enrique Gil pisándole los talones, como Vargas y como Osuna, y como periodistas de buen o mal nombre, de alta o rastrera pluma.
Montealegre contrata, porque no sabe distinguir lo que es suyo y lo que es público. ¿Habrá alguien que se lo enseñe?