Por: Eduardo Mackenzie
En la Colombia de Juan Manuel Santos se ha llegado a este extremo curioso: quien combate intelectualmente a las Farc es mostrado como un “gemelo” del jefe de las Farc. Quien denuncia los crímenes de las Farc, quien desnuda, poniendo en peligro su vida, los mentirosos planes de paz de las Farc, es mostrado como un “hermano” del jefe de las Farc. ¿Quién puede entender esa lógica? Nadie, pues en ello no hay lógica. Hay odio, venalidad y fanatismo. Y una sed de venganza que lo arrasa todo.
Hasta hace unas semanas, el gobierno llamaba a los críticos de las Farc “enemigos de la paz”, “buitres” y “fascistas”. Ahora, los hace llamar “gemelos de Timochenko”. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para que los pistolocos saquen conclusiones? Para acallar, muy probablemente, una voz libre, la más libre del país. Para asfixiar aún más la justicia, la libertad de prensa y el derecho de expresión.
A ese nivel de abyección y de confusión moral ha llegado un periodista, Antonio Caballero, quien emplea un cierto tono humorístico para servir su apestosa propuesta: pedir que ataquen de nuevo al ex ministro y periodista Fernando Londoño Hoyos, quien fue gravemente herido por una bomba de las Farc el 8 de mayo de 2012, porque él es, según Caballero, un “extremista” y un “ultraderechista”.
En su artículo del 9 de agosto, Caballero dice que él “sospecha” que el jefe de las Farc y el ministro víctima de las Farc son “dos hermanos mellizos”. No es un chiste. Caballero, con ese calambur, aporta muy seriamente su contribución al juego de moda de los farianos: fundir en una misma persona al asesino y a su víctima, para beneficiar al victimario, para esconderlo y restarlo del análisis político, para hacer impensable e injuzgable el inmenso drama de los millones de víctimas que ha dejado la acción de las Farc. Lo que nos dice Caballero con su grotesca parodia es: no hay victimarios en las Farc pues las víctimas de esa banda son también victimarios. El mayor plumífero de Semana quiere que aceptemos eso, cuando dice que Timochenko y Fernando Londoño “son uno solo”.
Antonio Caballero no soportó que el periodista William Calderón recordara que el ex ministro Londoño puede ser un auténtico vocero de las víctimas y que en esa calidad él tiene derecho de ir a La Habana a decirles unas cuantas verdades a los verdugos que pretenden diseñar el futuro de Colombia bajo la protección de una dictadura.
Esa idea alarmó tanto a Antonio Caballero que en un arranque histérico corrió a alinearse con el enfoque negacionista de Timochenko: no hay ni buenos ni malos en Colombia, los victimarios no existen, pues todos son “víctimas del conflicto”. No hay sino el “extremismo político” de unos (Timochenko) y de otros (Londoño).
Ese es el nuevo regalo que le hace Antonio Caballero al arsenal de propaganda de las Farc. Los colombianos que no se someten a los dictados de la banda terrorista son “extremistas” que “nos tienen así”. Es decir, que deben ser barridos del escenario pues son los generadores de la guerra.
Desde su tribuna en la revista Semana, que él cree muy alta, Antonio Caballero pretende decir quién puede trabajar como periodista en este periodo de “negociación de paz”. Es lo que piensa tanto Antonio Caballero como Semana –quien publicó y no repudió ese infame artículo–. Caballero dice que la historia de los “gemelos” le recuerda una novela de Alejandro Dumas, “El Hombre de la Máscara de Hierro”, donde un hermano de Luis XIV es encarcelado de por vida para que no pueda reclamar el trono. Pero Caballero no agota su metáfora. ¿En el caso colombiano quién debería ser “encerrado para siempre”? Caballero no dice que ese debería ser el criminal Timochenko. Luego es el ex ministro y periodista Fernando Londoño.
La embestida de Caballero contra Fernando Londoño hace como un eco a las amenazas lanzadas hace unos días por las Farc contra los militantes del Centro Democrático. Su ofensiva coincide con el asesinato de otro periodista, Luis Carlos Cervantes, a quien el gobierno, según la prensa, le había retirado el esquema de seguridad personal. Ocurre al mismo tiempo que los agentes del Gobierno en el Senado tratan de orquestar el linchamiento político del ex presidente y senador en ejercicio Álvaro Uribe Vélez.
El asalto de Caballero contra Fernando Londoño, un líder del Centro Democrático y de la resistencia contra las Farc, hace pensar en otro episodio, ese sí muy real, que ocurrió en Francia durante la Ocupación hitleriana. Je suis partout, el más influyente semanario de la colaboración y pionero del fascismo francés, calumniaba e invitaba al asesinato de judíos y de políticos de la Tercera República. En 1945, tras la Liberación, los jefes y redactores de esa revista fueron juzgados por el poder gaullista. Uno de ellos, Robert Brasillach, fue condenado a muerte y fusilado. Con sus artículos, éste había sido uno de los mayores instigadores del asesinato del ex ministro y resistente Georges Mandel por la milicia fascista.
El sucio artículo de Antonio Caballero, plagado de errores de hecho, muestra, además, el colapso moral e intelectual del núcleo que mantiene en vida artificial a la revista Semana. Ese grupito está viviendo el drama del fin de unas creencias que colapsaron. El silogismo que hizo Caballero se cocinó en ese fétido magma, en esa entidad incapaz de informar y, sobre todo, de pensar la crisis colombiana. Ese grupito creyó y hasta sirvió a la revolución cubana, a la revolución nicaragüense, a la revolución chavista y a sus clones del continente. Se entusiasmó por la acción del M-19 y de las otras bandas criminales que, como las Farc, prometían la paz y el socialismo. Todo eso se ha derrumbado. Ellos creían que la aventura de Fidel Castro, y los aparatos armados que éste creó como hongos en el continente, forjarían una “sociedad nueva” y un “hombre nuevo”. Lo que queda de esa falsa “revolución” es una decrépita dictadura militar y policiaca que trata de sobrevivir reproduciendo ese modelo nefasto en otros países.
Caballero y sus amigos creen que la actual maniobra de las Farc es la realización de la Historia, que Colombia sigue la tendencia del mundo. El error es enorme. Resucitar los valores de las Farc e instalarlos en el poder es la empresa más obtusa y reaccionaria que puede haber en el mundo, como el intento de Putin de reconstruir el imperio soviético. Al dejarse llevar por una minoría violenta que promete, como siempre, “la paz” y el “cambio de estructuras”, Colombia avanza hacia el pasado, hacia un mundo primitivo y brutal. Pero esa marcha de Colombia es un caso aislado. El mundo va hacia otro lado.
Los proyectos del castro-chavismo fracasaron y se están cayendo a pedazos. Eso se ve en todas partes, desde Nicaragua hasta Argentina. Empero, en nuestra sufrida Colombia algunos no ven eso. Miran hacia los campanarios y creen que Timochenko nos aportará “la modernidad”. Semana y Antonio Caballero, aunque ya no creen en nada, siguen en ese cuento. La Historia no ha dicho su última palabra.