EL BUEN JUEZ
Por: Fernando Londoño Londoño
Es por lo menos curioso que cuando se habla tanto de la catastrófica crisis de la justicia, no se diga una sola palabra de quienes deben administrarla.
Nunca olvidaremos una expresión magistral de Piero Calamandrei, que resume todo el problema: “el buen Juez siempre encuentra el buen Derecho para hacer Justicia”.
Aquello significa que leyes razonables, que no tienen que parecerse en su significado histórico al Código de Napoléon, o a las Siete Partidas, en manos de buenos jueces, funcionan como se debe y le ofrecen a la sociedad el sagrado viático de la Justicia. Pero hágase lo contrario, y se descubrirá que en malas manos las leyes más sabias naufragan en la mediocridad o la iniquidad.
Con mucho tino levantó alguien la voz para señalar la inflación que padecemos en facultades de Derecho. No hay ciudad intermedia que con una casona abandonada, con cinco o seis habitaciones amplias, no perezca a la tentación de montar en ella una Facultad. Y como son fábricas de abogados con licencia para ejercer, sin otra condición, el daño queda hecho.
Los encuestadores, que preguntan tanto, debieran dedicar algún esfuerzo a averiguar cuántos abogados de las mejores universidades de Colombia tienen por su mayor aspiración la de ser juez. Y cuál es la posición de los jueces en la sociedad colombiana. En cuánto se les estima, respeta o atiende.
La crisis es en este aspecto pavorosa. Que no viene sola en lo que a jueces y magistrados respecta. Colombia no volvió a producir los tratadistas de Derecho que eran orgullo del pensamiento de este país. ¿Quiénes han sustituido en los últimos diez o quince años a Alvaro Copete Lizarralde, Bernardo Gaitán Mahecha, Jorge Enrique Gutiérrez Anzola, Arturo Valencia Zea, César Gómez Estrada, Hernando Carrizosa Pardo, Luis Enrique Romero Soto, Luis Carlos Pérez, José Gabino Pinzón, Leopoldo Uprimny (el padre, por supuesto) Esteban Jaramillo, Rodrigo Noguera Laborde, Francisco de Paula Pérez, Carlos Restrepo Piedrahíta, Luis Caro Escallón, Hernando Devis Echandía, Alvaro Pérez Vives, solo para citar los primeros que nos atropellan la memoria? Todos estos fueron tratadistas de nivel continental. Ahora, que sepamos, solo alcanza ese rango, con su prodigiosa obra sobre Contratos Bancarios, el doctor Sergio Rodríguez Azuero.
De esos maestros venían los alumnos, y de los alumnos los jueces y de los jueces los magistrados. Ese era el nivel doctrinario de nuestra jurisprudencia, que se engalanaba con Cortes que hacían historia y con sentencias que muchos años después se leen con apasionada admiración.
Para ser francos, tendremos por decir que la pavorosa catástrofe moral de la Corte Constitucional viene de la mano de su pobreza doctrinaria. De la mayoría de los magistrados envueltos en estos episodios lamentables, solo cabe preguntarse cómo llegaron a serlo. Nada más.
Es oportuno que se discutan las leyes, tan abundantes por esa pasión legiferante que ataca a los legisladores mediocres. Pero que sea la hora de revisar a fondo el sistema jurídico en Colombia. Empezando por las Universidades, para que sobrevivan las que el país reclama para no tener tantos abogados que vagan por el mundo sembrando pleitos, engañando incautos, enredando la vida de todos, en lugar de hacerla sencilla y positiva, que es para lo que debe servir el Derecho y para lo que sirve en los pueblos felices.
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