Diego Fernando Tabares
Por: Fernando Londoño Hoyos
El mundo puede respirar un poco más tranquilo. El criminal que correspondía a ese nombre ha sido dado de baja. En una acción llena de paciencia y de talento, la Policía Nacional, con el respaldo del CTI de la Fiscalía logró localizarlo, enfrentarlo y darle muerte. Llevaba, además de sus armas convencionales, docenas de kilos de explosivos con destino desconocido. ¿A cuántos y a quiénes debía asesinar? ¿Cuál era el siguiente paso en su carrera de muerte?
Es difícil penetrar en la mente y el corazón de estos especímenes. Ni nosotros ni ustedes, queridos lectores, somos capaces de entender cómo funcionan esos mecanismos atroces. Lo que sabemos es que funcionan. Sin Diego Fernando Tabares no hubieran podido las FARC cometer el atentado del 15 de mayo de 2.012 del que salimos milagrosamente con vida. Pero detrás de su objetivo, estos asesinos sabían que iba la vida de otras personas, muchas o pocas, que tendrían la mala fortuna de estar en el lugar equivocado. En este caso murieron dos escoltas, hombres valerosos, intachables, magníficos en el amplio sentido que la palabra tiene, Rosenber Burbano (así escrito) y Ricardo Rodríguez. Quedó lisiado un buen ciudadano que se ganaba la vida como conductor de la buseta que esperaba a nuestro lado el cambio de un semáforo y por lo menos cuarenta personas sufrieron heridas. Hubieran podido ser cuarenta muertos. A los terroristas poco interesa la cifra. Solo les importa el terror que siembran, la constancia sangrienta que dejan sus odios.
Diego Fernando Tabares era un salvaje como muchos, pero dotado como pocos de especiales talentos de organización, de captación de voluntades siniestras, de sangre fría sin orillas. No son personajes tan frecuentes, pero su estilo y ejecutorias representan una manera de ser indispensable en estos engranajes sombríos.
No sentimos odio, sino compasión por un infeliz como éste y una dolorosa perplejidad por el número de los que son capaces de llegar a ser tan malos, tan perversos, tan peligrosos para el género humano.
Pero más nos inquietan las manos que mueven las de estos bárbaros. Con toda seguridad decimos que Diego Fernando Tabares no tenía la menor idea de quiénes éramos antes de que dispusiera el plan siniestro para asesinarnos. En esa estructura de odio y de muerte respondía a las órdenes de Losada, el jefe de las milicias urbanas que golpean a Bogotá y del famoso “Paisa”, el jefe de la Teófilo. Pero no basta. En esa cadena de mando hay alguien que dispone, ordena y hace cumplir los designios del grupo colegiado siniestro que por estos días se pasea en La Habana. Sin ellos no hay terrorismo. No hay cilindros para Inzá, ni explosivos para Tumaco, ni ataques indiscriminados contra los pueblos, ni carro bomba para El Nogal, ni lapa para nosotros.
Nos asisten graves dudas sobre la versación que tengan en asuntos políticos estos sujetos de la llamada cúpula, los mismos que animadamente conversan con quienes a nombre del Presidente Santos comparten el pomposo título de plenipotenciarios. Un vacío queda en el cuadro. Hay alguien más en la escena que no nos aparece. Alguien que tenga una pizca de sensibilidad política para definir quién tiene que ser el objetivo siguiente, quién estorba a cuáles propósitos, cuál es la cuota de terror que hace falta. Alguien que no es como Diego Fernando Tabares, tal vez porque no necesita serlo, o simplemente porque no tuvo agallas para tanto, o porque prefiere el silencio profundo que conviene a los cobardes. Pero que tampoco es como los del Secretariado, porque esos son Tabares superados. Esas peligrosas alimañas existen y están en alguna parte. Y son peores que cualquier Tabares y cualquier Márquez.
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