Por: Fernando Londoño Hoyos
Acaso sea el nuestro el primer comentario periodístico a la carta de Álvaro Uribe Vélez a Álvaro Leyva Durán. Cuando escribimos, en esta desapacible mañana de domingo, apenas ha sido publicada en las primeras fuentes digitales de información.
Sorprenderá que sea Leyva el destinatario de un documento que recoge, en apretada pero implacable síntesis, el pensamiento del Presidente Uribe y del Centro Democrático sobre el llamado proceso de paz de La Habana. Esa escogencia ha sido hecha con plena intencionalidad. Porque Uribe tenía dos llamados simultáneos, el de Santos y el de Leyva, a discutir el tema.La selección de Leyva y la omisión de Santos, significa a las claras que Uribe está listo a controvertir tan arduo asunto, pero con gente transparente y decorosa. Sobra otro comentario.
La carta empieza por el principio fundamental que Santos, con su narcisista afán de notoriedad, omitió culposamente. Era ese punto de partida esencial el de exigir, para hablar de paz, que las FARC cesaran sus acciones terroristas. Tamaña culpable omisión se ha maquillado con el cuento de que se habla de paz en medio de la guerra. Estúpida aceptacióndel reclutamiento de niños, la siembra de minas para matar a cualquiera, los atentados contra la riqueza petrolera y las redes eléctricas, las bombas asesinas contra campesinos inermes y periodistas, los ataques en pueblos y despoblados, el fusilamiento de los indígenas que no estén dispuestos a celebrar el aniversario de muerte de Cano y el ejercicio descarado del narcotráfico, el contrabando y la explotación inclemente de nuestros ríos y selvas. He aquí, pues, el fuego que no cesa y la guerra que se autoriza.
El Presidente Uribe muestra el incremento de la inseguridad en campos y ciudades, que corre de la mano con la desmotivación de nuestros soldados y policías.El Ejército ha sido sometido a todas las humillaciones, siendo la última la de obligarlo a compartir mesa, de igual a igual, con los peores asesinos y secuestradores que la humanidad haya padecido. Nuestros hombre de armas están perdidos en la maraña de la guerra política y jurídica que se les ha declarado, y que Santos alimenta y legitima por tantas vías.
Uribe deja claro que su partido no está dispuesto a transigir con ninguna forma explícita o encubierta de impunidad para estos malhechores. De una parte, porque incita a repetir estos procesos de delincuencia a grande escala, y de la otra porque no tiene licencia del orden jurídico internacional al que Colombia está obligado.
Para el Presidente ha sido motivo de hondas reflexiones, que repite en su carta, el que Santos resuelva discutir con los terroristas narcotraficantes de las FARC la agenda nacional. De La Calle y los demás súcubos de Santos pueden insistir, más allá de toda fatiga razonable, que los grandes problemas nacionales no se discuten en La Habana. Lo que prueba que como lo sospechábamos, De La Calle no ha leído el texto de lo que ya firmó. La política agraria del país, en gran parte inútil repetición de la Constitución del 91 en la materia, ha quedado consignada en esos desaventurados papeluchos. Como la acción sobre el narcotráfico, con la que nos jugamos la vida, y toda la estructura política del país, que vuelve miseria la Carta del 91. Es a eso a lo que Uribe llama la agenda nacional, que Santos quiere sacar del Congreso y de las Cortes y de su propio poder presidencial, para llevarla a La Habana y que la definan De La Calle, Jaramillo, Márquez y Catatumbo, bajo la suprema dirección de Timochenko.
Manifiesta Uribe su malestar por los llamados mecanismos de refrendación de lo que se firme en Cuba. Sobe ese particular no hay la menor claridad. Las FARC insisten todos los días en una Asamblea Constituyente, que a Uribe no le parece idea desdeñable y a la que Santos le huye como a la peste. Si se convocara esa Asamblea, sin trampas ni esguinces como los que se usan jugando al póker, podría haber juego limpio en el que el pueblo se sintiera representado. Pero Santos le coquetea a un referendo, o a una consulta popular, que no tiene poder vinculante. A Hitler se le ocurrieron hace rato esas estratagemas del sí y el no.
Uribe hace un llamamiento fundamental a un tema capital: la defensa de la iniciativa individual y la libre empresa. Unos cuantos de nuestros capitalistas más visibles desdeñan el debate y se siguen apuntando al SOY CAPAZ, que será la antesala de su decapitación inmisericorde. A la guillotina no van los traidores. Van los incautos.
La carta a Leyva es mucho más que una carta. Es un cuerpo de doctrina sobre asunto que no se puede soslayar, ni tratar entre cámaras y festines. El debate está abierto, señores.