Por: Fernando Londoño Hoyos
Nunca presenciamos un debate más plebeyo que el que agita la política colombiana por estos días. El Vicepresidente y el Presidente de la República, que se necesitan pero no se quieren ni se respetan, discuten entre los dos de quién es la chequera y a eso se contrae la lucha por el poder en este pobre país.
La cuestión está en saber de quién es la chequera. Valen un pito los grandes problemas nacionales. No cuentan las necesidades de un país cercado por falencias terribles de seguridad, por un costo de la vida que se trepa sin compasión, por una recesión inatajable y letal, por unos niveles de desempleo escalofriantes, por problemas terribles de salud pública, por educación sin calidad, por la parálisis en programas de vivienda, por la pobreza que azota el campo. Nada de eso cuenta, desde que se resuelva el problema de la chequera.
La chequera es el poder. La chequera, el camino a la gloria. La chequera, el secreto del éxito. La chequera, la clave de las alianzas y la prenda de las lealtades.
Entre los dos contendientes en esta grave lucha, ya hay acuerdo sobre el tema. El hombre de la chequera es Juanpa y Vargas Lleras la usó sin permiso del gran jefe. Todo lo que se haga es por generosidad del dueño de la chequera. Aquí no cuenta el pueblo, ni el Congreso que representa al pueblo, ni un presupuesto que se supone Ley de la República. Aquí solo cuenta el capricho del jefe.
Siendo así las cosas, nos queda claro que la carretera para la casa de campo del Presidente, en la bellísima Anapoima, es decisión autónoma y soberana del dueño de la finca, que coincide con el dueño de la chequera. Entre la inversión del Departamento de Cundinamarca y la inversión de la Nación, el camino hacia la casa de los Santos tendrá un presupuesto de más de ochocientos mil millones de pesos. Es que el camino es culebrero y una calzada en esa montaña cuesta ese platal. Pero con tal de que llegue a la casa de Juanpa, para que sus reposos post conflicto sean reparadores, todo está bien.
La carretera de Honda a Manizales, la alternativa para remontar la cordillera central y unir el centro con el occidente del país, que espere; que siga esperando la carretera de Bucaramanga a Cúcuta, la conexión obligada con Venezuela, que algún día abrirá la frontera; que esperen las carreteras que comunican el Oriente con el valle del Magdalena y los mercados del mundo; que espere la carretera Panamericana, que hace años se quedó estrecha; que espere la carretera a Urabá, el puerto obvio del Occidente en el Atlántico; que esperen las carreteras que comuniquen el Llano, media Colombia, con sus mercados interiores y con el Pacífico; que esperen las carreteras que permitan el acceso al Mar de Balboa. Que espere todo. Pero la carretera de Juanpa, esa no puede esperar. Y si no, ¿para qué es uno dueño de la chequera?
Medite un instante en el tema, carísimo lector, y acordemos que por mucho menos se caería cualquier gobierno democrático del mundo. Pero por supuesto que no se caerá el que nos manda. Porque la mermelada es precisamente para eso. Para que los paladares hastiados ahoguen los gritos de protesta.
Ni siquiera habrá un gesto de repugnancia. Porque en algún recodo del camino perdimos la dignidad y el coraje. Y por eso no nos importa que nuestra política se limite a precisar de quién es la chequera. Con eso basta.