No le puede ir peor a Santos que como le ha ido en estos días. Prendido como una garrapata a su proceso de paz, se fue para los Estados Unidos con la esperanza de que Trump y su gente le comieran del cuento. Al contrario, lo emplazaron muy rudamente a que explicara el brutal crecimiento de los cultivos de coca en los siete años de su gobierno, con su inevitable consecuencia del aumento de la cocaína y de la invasión del polvo maldito a las calles de los Estados Unidos.
Y no tuvo nada que explicar, distinto a que ahora sí y como nunca antes tiene un plan infalible para erradicar la coca. No le creyeron palabra de su retahíla y lo emplazaron a que demostrara con hechos lo que decía. Porque no está dispuesto Trump a seguir tolerando lo que pasa. Peor, ni a los perros en misa.
Saliendo para su terrible viaje, se enteró de que la Corte Constitucional, tan sumisa y querendona como había sido, descubrió que el Congreso es para hacer las leyes y reformar la Constitución y no para aplaudir al Presidente. Y se le vino a Santos el mundo encima. Por eso, al terminar su reunión con Trump, tomó el teléfono para tranquilizar a su jefe Timochenko. Y tampoco pudo. Las FARC se declararon en asamblea permanente y mandaron al diablo el cronograma de entrega de armas para celebrar la paz. Se le dañó el caminado, tanto como tiene hace rato dañado el hablado, al Presidente Santos.
Pero estamos apenas al comienzo de las desventuras. Porque después de mucho maquillaje y de mucha pirueta, el DANE no tiene más remedio que contarle al país que la economía había crecido el 1.1% en el primer tercio del año. Desastre peor, si cabe.
Ese crecimiento descompone todas las cuentas de Santos y su Ministro de Hacienda. El recaudo tributario se le viene al piso, el empleo le cae a los talones, la cuenta corriente empeora su déficit. Pero esas son las cifras. Lo que esas cifras traen consigo es una situación social insostenible, como ya empezó a manifestarse en el Pacífico, antes de dar el salto al resto del país. Los sucesos de Buenaventura empezaron con tanta virulencia, que los reporteros aclararon, una y otra vez, que las imágenes que tomaban no eran de Venezuela, sino de Colombia. Combates en las calles, destrozos por doquier, asaltos a tiendas y mercados. La paz de Santos.
El Chocó viene parecido a Buenaventura. Vamos para dos semanas de paro y el panorama pinta ensombrecido.
Tumaco está peor, aunque menos visible. Es la capital mundial de la coca, con 29.000 hectáreas sembradas en sus alrededores. El General Naranjo, Vicepresidente de las FARC, llega, pero no se atreve. Mejor dejar quietos los santos.
Putumayo y Caquetá no reportan mejoría. Al contrario, coca ventiada, como dicen los muchachos y asesinatos y heridas a los policías. El plan pistola es una calamidad y una vergüenza.
Los maestros en las calles y siete millones de niños en sus casas. Para arreglar el problema hay que poner plata, que es lo que Santos no tiene.
La Corte no solo le tumbó el Fast Track. Se había ocupado primero de los mil doscientos guerrilleros que nombraba en la Unidad Nacional de Protección, y que se quedaron para aprobación del Congreso, allá donde se le derriten las mayorías y se vuelven más altaneros sus antiguos cómplices. Es que tenemos elecciones a la vista y Vargas Lleras no quiere herencias o legados malditos. La izquierda tampoco y los liberales vacilan.
De desastre en desastre. De tumbo en tumbo. Y no hay situación, por mala que sea, que no pueda empeorar. Si no cree, lector amable, mire las cifras de la producción y las reservas de petróleo.
Por Fernando Londoño Hoyos
Columna para publicaciones de provincia