Por Fernando Londoño Hoyos.
Si fuese verdad que el glifosato produce cáncer, nadie anduviera vivo en Colombia. Las zonas cafeteras se riegan todas con Round Up, que así se llama la criatura y vamos con 600 municipios del país. La caña de azúcar y la panelera; el arroz; el banano y el plátano; los nuevos cultivos de aguacate, en fin, la agricultura toda de este país se defiende de las malezas con glifosato. Y la ciencia médica no ha revelado un caso, ni uno tan solo, de cáncer adquirido por obra de ese producto.
Pero Juan Manuel Santos tenía adquirido con las FARC el compromiso de no asperjarles sus maticas. Y se valió del Economista Gaviria, entonces su Ministro de Salud, para conseguir con ese cuento barato que la Corte Constitucional, de abyecta mayoría santista, prohibiera el uso del glifosato en las fumigaciones aéreas. La cocaína estaba a salvo y con la cocaína el Nobel de Paz y las 312 páginas de acuerdo con las FARC.
El glifosato sí destruye los cultivos de coca. El Presidente Uribe los redujo a la mitad en el primer año de su gobierno. Pero como se trata de garantizar un negocio de muchos miles de millones de dólares por año, cualquier excusa es buena. Hay plata para todos, señores.
Si el glifosato no produce cáncer, bueno es que contemos lo que produce, con pruebas dolorosamente irrebatibles, su ausencia en los plantíos que las FARC aman tanto y con tan buenas razones.
A los Magistrados de la Corte Constitucional, directos responsables de este disparate, habrá que recordarles los centenares de soldados, policías y civiles que murieron o quedaron para siempre lisiados, amputados de brazos y piernas, sordos, ciegos de muchas maneras disminuidos para siempre. Esas tragedias no le importan a la Corte. Personas tan distinguidas, apoltronadas en cómodos sillones, disfrazados con toga y birrete, no les va a interesar la suerte de un soldado, un policía, un pobre jornalero.
Esos magistrados se encogen de hombros ante la noticia de que las plantaciones no se reducen, en absoluto, después de la inversión colosal necesaria para tumbar a mano ochenta mil hectáreas de la planta. El negocio está intacto y su jefe supremo, Juan Manuel Santos, cumple con las FARC.
Colombia es el país con el mayor desplazamiento interno, entre todos los del mundo. Cada familia desplazada es una novela de horror que le hubiera quedado grande a Dostoievski. Ese adiós para siempre al solar nativo, a la casita humilde, al paisaje primero y único de los hijos, al lugar de los sueños modestos, de las siembras y las ilusiones, de las ganancias de la cosecha buena, porque siempre la mejor está por venir. Pero es el terruño, donde alguna modesta cruz recuerda la sepultura de los padres y la escuela veredal las primeras letras de los hijos, su fiesta de bautizo y de la primera comunión, su charla elemental y plácida con el pariente y el vecino. Adiós a todo eso. Adiós a la vida. Adiós a los recuerdos y a las esperanzas. Y adelante, el salto a la nada, a la miseria de los cinturones urbanos, al rebusque de un pedazo de pan, a la fuga de los hijos y la prostitución de las niñas. Demasiado drama para que se conmuevan los magistrados de la Corte, el Ministro Gaviria y el Nobel de Paz. Hay que prevenir el cáncer!
La coca que no se fumiga y la cocaína que sí se produce, son la causa eficiente de la violencia más atroz. Los líderes sociales muertos, los campesinos desaparecidos, los soldados y policías asesinados a traición, son la estela sangrienta que deja esta maldición a su paso.
Y ahora, en las ciudades. En esas ciudades en las que se compra Round Up en cualquier tienda, menos para destruir la plaga que nos mata, la cocaína es dueña y señora de las tragedias de la inseguridad, de la violencia juvenil, de la adicción más aflictiva. Los que llamamos habitantes de la calle, fueron ayer personas normales y corrientes, como cualquier magistrado de Corte. Hoy son los fantasmas de su propia tragedia, de su dolor sin orillas, de las penas infinitas de ellos mismos, de sus amigos, de unos padres destrozados, de unos hijos en el abandono.
Sería demasiado recordarles a esos magistrados que el dinero de la cocaína se vuelve contrabando y el contrabando es el desempleo de centenares de miles de compatriotas, de mujeres en su mayoría, que ayer vivían de las telas, de las confecciones que se hacen con esas telas, de las ropitas que hoy vienen de China, porque aquí estamos inundados de coca y de los dólares baratos que vienen de la coca. Para qué atormentarnos más. A los de la Corte Constitucional no les importa. Su jefe está tranquilo y ellos siguen ganando sus sueldos fabulosos.