Por: Fernando Londoño Hoyos
La tragedia del Caquetá nos sirve, a quienes tenemos más de reflexivos que de curiosos, para hacernos preguntas y cuestionamientos, que no apuntan al corazón de los niños, sino a la pobreza del alma colombiana.
Tiene que ser muy pobre esta alma nuestra, cuando puede pasar lo que ha pasado. Hubiera sido terrible que los niños murieran porque no soportara sus travesuras algún vecino enloquecido. Hubiera sido terrible que los niños murieran porque de mala intención le prendieran fuego a casa ajena. Hubiera sido terrible que murieran por cualquier causa. Pero esta es la peor de todas: que murieran porque alguien aborrecía a sus padres.
Tal vez por eso los mataron. Tal vez. Pero no lo sabemos a ciencia cierta. En este espectáculo que montamos alrededor de semejante tragedia, lo comedido es decir que no sabemos nada.
¿Entonces, si no sabemos nada, por qué aparentamos saberlo todo? Porque hemos montado una telenovela que necesita desenlace, tanto como necesita detalles. Hay que alimentar la voracidad curiosa del alma colombiana. Y tropezamos con un Presidente, un tal Juanpa, que está listo para urdir novelones, tanto como para pasar de resbalón sobre los grandes problemas. Y porque la Policía no podía ser inferior a las circunstancias. Si quiere novela el pueblo, que venga la novela. ¿No hay también jueces disponibles para todos estos montajes, imaginativos, superficiales y perversos?
La Policía tenía plazo para encontrar culpables. Y a fe que los encontraría. Si después resultan inocentes, ya será cuando la muerte de los niños le haya cedido espacio a otro novelón.
Está enferma el alma colombiana. Porque no es capaz de preguntarse cuál tipo de conflicto puede desembocar en semejante barbaridad. Que matar cuatro niños por una tierra que no es de nadie, que nadie ha podido mostrar, ni descubrir, ni mensurar, es asunto que tragamos entero. Que los sicarios mataron por un millón de pesos y el premio adicional de parte de la tierra, que vale recordar no tiene dueño, es cuando menos, una estupidez. Que la policía, la fiscalía, hasta el gato sabía del conflicto, pero que nadie hizo nada por evitarlo. Que los padres no estaban en casa y nadie sabe dónde andaban. En fin, que nada sabemos, que todo lo inventamos y todos felices: Juanpa cumplió, la Policía se lució, los jueces tienen trabajo y la prensa materia para entretener majaderos y llenar espacios. ¡Qué locura!
El alma colombiana está enferma. Porque pueden pasar cosas de este tamaño que resultan tratadas como este drama. Nadie ha dicho por qué, por ejemplo, anda tan poco valorada la vida. Por los que matan a los niños y por los que se aprovechan de la muerte de los niños para montar malos espectáculos, nos preocupamos por igual.
La Policía tuvo la culpa. Porque no cuidó esa casita, ni esos padres ni esos hijos. Para hacerlo, debió montar un batallón que vigilara día y noche los amenazados. Porque si fueran pocos los policías desplegados, los mataba la guerrilla y se robaba los fusiles. Pero si fueran muchos, ¿de dónde sacábamos tantos policías para cuidar tantas casitas, tantos niños, tantas tierras que no son de nadie?
Será hora de que los noticieros abran con otra noticia. Esta, no da más. Y los problemas que implican quedan vírgenes de cuidado. Porque los colombianos no vivimos en serio la vida. Porque tenemos el alma enferma.