Comunistas, a marchar
Por Fernando Londoño Hoyos.
Como no somos micos para andar por las ramas, con los pies en la tierra digamos que la marcha del próximo jueves 21 es de estirpe comunista, con medios comunistas y finalidades comunistas.
A unos cuantos parecerá equivocada o exagerada esta sentencia. Porque van a marchar y no creen ser comunistas. Con todo afecto les decimos que forman parte de una bien conocida legión combativa, la de los idiotas útiles, como llamaba Lenin a los que estaban dispuestos a vender la cuerda con que serían ahorcados.
El comunismo es una de las más de doscientas cincuenta especies de socialismo conocidas por los estudiosos. Solo que de esa fronda sombría, el comunismo es la que tuvo el doloroso éxito de gobernar la mitad del género humano. Por eso conviene saber qué es el comunismo.
En primer lugar, es una tesis materialista, que repugna a cualquiera concepción espiritualista de la vida. Un cura comunista es una abominación o una simple idiotez. O ambas cosas.
Ese materialismo se ocupa de explicar la historia y de construirla. No se puede ser comunista y políticamente neutro. Los comunistas de centro no saben dónde están parados.
La historia, para los comunistas, es un proceso dialéctico explicado por un tal Hegel, padre de todos los totalitarismos modernos. Los comunistas, los fascistas y los nazistas son hermanos, paridos por la misma criatura, apenas diferente en el objetivo existencial que suponen: la prevalencia total de los grupos sociales, o sindicalismos extremos, donde alienta Mussolini; en el predominio de una raza superior, socialismo hitleriano, o en la dictadura del proletariado, marxismo comunista. En lo demás son idénticos.
El comunismo parte de la tesis de que el mundo está gobernado por un capitalismo que supone la explotación del hombre por el hombre. Toda esa estructura, que llama burguesa, es la de la clase dominante. La libertad de empresa, la propiedad, el mercado, las diferencias de méritos y fortunas, son atrocidades que se deben liquidar a través de la antítesis del proceso, que es la lucha de clases.
La lucha de clases queda establecida entre la burguesía y el proletariado, enemigos mortales, irreconciliables.
Esa lucha de clases no es teórica, ni conceptual. Es una lucha de verdad, a fondo, sin contemplaciones. Y por antonomasia violenta. La violencia no es una alternativa ni una posibilidad circunstancial para los comunistas. Es de la esencia de la doctrina. El edificio burgués ha de ser demolido a sangre y fuego.
Como no siempre el proletariado lleva las de ganar, vale cualquier engaño, le es lícita toda impostura mientras asegura la victoria. La lealtad, la transparencia, la honestidad, son idioteces burguesas que se utilizarán sin pudor mientras se garantiza el dominio del aparato social. El respeto por la democracia, por los derechos ajenos, la propiedad privada, son venias que en ocasiones el comunismo le tiene que hacer a la realidad adversa. Pero nada más. Los comunistas demócratas son tan auténticos como los tigres herbívoros.
Conseguido el triunfo, que debe ser universal, porque el comunismo no acepta la entelequia del patriotismo, entonces sí llega la síntesis del proceso, que es la dictadura del proletariado. Los comunistas no pueden aceptar un poder a medias o cualquiera alternación en el poder. Su vocación es totalitaria, absoluta, permanente. El proletariado jamás puede permitir el regreso de la burguesía. Esa sería una contradicción sustancial con su mandato histórico.
El comunismo destruye cualquiera grupo humano o asociación que ponga en entredicho su destino. La familia tiene que desaparecer, como la religión, como los sindicatos o los partidos. El Partido único, vaya contradicción, es de la esencia comunista. El Estado es omnipresente, omnisciente, omnipotente. Educa, impera, ordena, produce, reparte. La economía jamás será libre; la propiedad, jamás admitida; la ciencia será oficial y el pensamiento no puede ser otro que el pensamiento del partido. Literatura, arte, música, deporte, son medios de producción o de gobierno. Nada más.
El individuo es otra majadería burguesa. Todos somos iguales, con un destina único: servir al Estado, en términos de absoluta sumisión y total entrega.
Así como está dicho, el comunismo se apoderó de medio mundo. Y como es absurdo, contrario a la naturaleza humana, inaceptable moralmente e inviable políticamente, fue destruido, vuelto pedazos, aniquilado por la realidad. Queda como la peor pesadilla, en los sótanos de la vida social y personal, en Corea del Norte, en Cuba, Nicaragua, Venezuela y en algunas partes surge con sus garras avariciosas y sanguinarias, como en México, Uruguay o Argentina. Y en Colombia, si nos dejamos.
A marchar, pues, idiotas útiles, empujados por los pocos que sí saben para que marchan. Y si gana la violencia que gobernará la marcha, que Dios tenga compasión de esta pobre Patria. La horca y el paredón esperan ansiosos. A ustedes, generalmente ocurre, los primeros. A marchar.
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