Por Fernando Londoño Hoyos
Recuerde lector querido que empezamos esta cadena de desastres, la que significa el inacabable gobierno de Juan Manuel Santos, con el que se refiere a la cocaína y materias aledañas, cuya producción se multiplicó por cinco, con las desgracias anejas a esa cantidad colosal. Seguimos con los desastres de la política exterior, si hubo alguna, que remata en la pérdida del Mar Caribe Colombiano, la vecina descertificación de los Estados Unidos y los problemas diabólicos que nos vienen de la amistad entrañable con los tiranos de Venezuela y Ecuador.
Ahora le llega turno a otro desastre: la economía.
Para que cualquiera sepa qué tiene, ha de empezar por saber qué debe.
La cuenta de Colombia en la materia es una catástrofe.
Santos recibió una deuda pública de treinta y nueve mil millones de dólares, que tuvo a bien duplicar en los siete años y medio de su maldito gobierno.
Dicho en otras palabras: endeudó al Estado en la misma cantidad que lo hicieron todos los Presidentes de Colombia sumados, desde Simón Bolívar a Álvaro Uribe.
¿Y dónde están las obras o las inversiones que renten para pagar semejante monstruosa cantidad? Porque si alguien se endeuda para invertir, cabe averiguar si la inversión le dará con qué pagar la deuda. Pero aquí no quedó nada. Nada en absoluto. La platica se la robaron, íntegra, entre Alí Babá y sus cuarenta ladrones, los que recibieron en mermelada el futuro del país. Jóvenes colombianos: a trabajar duro para pagar el resto de sus vidas la factura que les pasa este gobierno.
Pero las cosas son peores de como se dicen hasta ahora. Porque no solo se robaron Santos y sus monaguillos cómplices semejante cantidad de dinero, cuarenta mil millones de dólares, sino que sumó a esa cuenta fantástica la mayor bonanza externa que tuvo Colombia en su historia.
Uribe le dejó a Santos una estructura petrolera que producía un millón de barriles por día. Y el petróleo duplicó su precio entre los años de 2.011 y la mitad de 2.014, pasando de un poco más de cincuenta dólares por barril a algo más de cien dólares.
¿Cuánto recibió el país por ese regalo?
Pues muy fácil. En cuarenta meses o 1.200 días de bonanza, la cuenta sale en lo que da multiplicar por esos cuarenta, el maná de cincuenta millones de dólares diarios. Hablamos de cuarenta y ocho mil millones de dólares, de los que se quedó el gobierno con más de treinta mil millones, entre ganancias de Ecopetrol, impuestos de renta, regalías y aledaños.
Esos treinta mil millones de dólares, noventa billones de pesos, si ustedes quieren, bastarían para resolver todos los problemas fiscales de Colombia. Para cubrir el déficit de la salud, construir los colegios prometidos para la jornada única de los niños pobres, las carreteras que no se financiaron, llenar de plata la ciencia y la tecnología, construir canchas deportivas y contratar maestros y entrenadores. Para todo.
¿Pero dónde está semejante montaña de dinero? En los bolsillos de los Ñoños y los Musas, en apartamentos en Londres, Miami y El Refugio, en los balances de la prensa comprada, en las cuentas de alcaldes, gobernadores, contratistas, áulicos, contrabandistas, guerrilleros y narcos.
Como resultado de ese robo colosal, que entre endeudamiento estéril y la bonanza vuelta trizas monta más de sesenta mil millones de dólares, el país se empobreció irreparablemente.
La riqueza de una Nación la mide el Producto Interno Bruto. Para Colombia, lo dicen expertos de aquí y acullá, el PIB no puede crecer menos del 5% anual, para que haya empleo, bienestar, desarrollo, en una palabra.
Eso era lo que el país crecía, con excepción del 2.009, el año de la segunda gran depresión mundial. Y eso le entregó Uribe a Santos. Pues Santos produjo el milagro invertido. En lugar de crecer al 6 o 7% anual, nos puso a crecer el 1.5% que será la cifra de este año. En otras palabras, nos condenó a la miseria.
Hay otra cifra clave para medir la dinámica de un país. La cuenta corriente, que conforma la balanza comercial, que debe ser siempre positiva para crecer y pagar lo que se deba, más el neto de las inversiones extranjeras. Pues traemos, no el superávit inexcusable para crecer, sino un déficit ingobernable cercano al 5% anual.
Para tapar los huecos del Estado, resultados del robo que arriba dijimos, Santos se fue por la línea de gastar más e imponer adicionales tributos, empezando por el más anti técnico e injusto que es el del IVA, que grava por igual al potentado y al más pobre. Pues acabó de quebrar a todos, y claro, no tapó los huecos que tenía.
Santos y su gente se robaron a Colombia. Nos dejan una deuda impagable, una producción en ruinas y un pueblo con hambre. ¡Salud!