Por Fernando Londoño Hoyos.
A su regreso de la Isla de Elba, en cien días Napoleón reconstituyó una Francia caótica y derrotada. Organizó la administración pública y el poder judicial, recompuso las regiones, puso en marcha la producción y armó un ejército tan poderoso que tuvo derrotada la alianza europea en Waterloo. Si Grouchy no hubiera sido idiota, ahora nos pelearíamos por aprender francés. ¡En cien días!
El Presidente Duque quiso competir con Napoleón. Y a fe que lo logró. En cien días acabó con el amor de la mitad de los que lo eligieron y en cien días no consiguió un solo amigo fiable. Es otro record para la Historia. ¡En cien días!
Como todos los derrotados, el Presidente no cree en las encuestas. Mal síntoma. Nuestra esperanza es que lo hicieran recapacitar y que con su poderosa inteligencia descubriera que por ahí no es la cosa.
Por ahí, distanciándose del Presidente Uribe, de quien es deudor, hasta el último céntimo, de su aparente patrimonio político, el Presidente no va con paso ganador. El trueque, mano a mano, de Uribe por Luigi Echeverri, demuestra predilección por sus amigos y ni una pizca de criterio. El miedo a las caricaturas de El Tiempo lo hizo renunciar a un activo que se quisiera cualquier gobernante de cualquier país. Pero todo sea por las caricaturas, que pueden más que el sentido común y la objetividad en cuestiones de política.
El Presidente no ha querido entender, porque no le da la gana, que el primero y fundamental de los problemas de Colombia es el narcotráfico. Una buena y valerosa medida contra la dosis mínima y agotó las flechas de su aljaba. Su brillante Ministro de Defensa, que ocupa el único ministerio que no desempeñaría con propiedad, le ha dado por creerse lo de las veinte mil hectáreas de erradicación en cien días. Datos fidedignos de los que venden la especie para mantenerse en su Cúpula. ¡Vaya! Y ahora agrega que en el Gobierno se erradicarán más de doscientas mil hectáreas, sin contarnos en dónde, con qué, con quién. El diablo en los detalles.
Con Duque, el de la campaña, se prometió a los colombianos bajar los impuestos. El Duque Presidente los sube, exactamente en el punto más sensible para el pueblo. Quitarle la comida a los pobres nunca fue una idea ganadora. Y mucho menos en un Gobierno que juró hacer exactamente lo contrario.
Duque, el de la campaña, prometió defender el campo y los campesinos. No hay duda de que tendría que vérselas en el Acuerdo con las FARC, que acaba la productividad del campo y garantiza la ruina de los campesinos. Pero el Presidente Duque se niega a volver trizas ese acuerdo, tela muy sucia que quiere remendar. Pero sin decir cómo ni cuándo. Lo que lo enfrenta a las FARC y sus vecindades y lo aleja de sus electores. Mal negocio.
El de la campaña dijo mil veces que alentaría la economía reduciendo impuestos, y el tamaño del Estado. Ahora sube los tributos y no ha eliminado una sola de las canonjías burocráticas creadas por Santos. Para estimular la producción interna, fuerza era que golpeara el contrabando, lo que lo obligaba a una campaña feroz contra los carteles de la droga. El contrabando galopa a gusto, los carteles de la droga viven felices y todo el que tiene el pequeño taller o la modesta fábrica ve que lo siguen arruinando los productos de fuera que llegan aprecios inverosímiles.
El Presidente anunció justicia en una país que la reclama a gritos. Sigue intacto el cartel de la toga y al amanecer de cada día el compatriota del Presidente se entera de un escándalo nuevo, alguna impunidad más aberrante y que esta o aquella Corte prevarica más, dicta fallos más absurdos, favorece mejor el interés de los delincuentes. A propósito, si alguien sabe de algún proyecto para ampliar el nauseabundo y pobre sistema carcelario, que levante la mano.
Siendo candidato, el Presidente Duque entusiasmó a más de uno con su programa “naranja”. Carreteras desoladas por la inseguridad, zonas enteras en manos de los violentos, amenazas con impuestos nuevos a los libros, el cine, el arte, han compuesto el gracejo que lo de las naranjas era para exprimir a todos.
Duque sí iba a cambiar el ritmo de la construcción de carreteras. Nada. Y si algo tiene entre manos la señora Ministra lo guarda en secreto. Como casi todos los Ministros. Exceptuando el de Agricultura, la de TIC, el del DANE, el de Coldeportes, la gente del Presidente se especializó en el silencio. Rara manera de comunicarse con un país ansioso de rumbos nuevos, metas altas, noticias esperanzadoras.
Este es el cuadro desolador y seguramente transitorio de las encuestas. El Presidente Duque, que desborda talento, debe oír con humildad y emprender la marcha sin tardanza.