Por Fernando Londoño Hoyos.
Este cuadro de luces y sombras, esta mezcla de paisajes luminosos, claroscuros como de pinturas flamencas y siniestros abismos nos pone ante el mundo y ante nosotros mismos, tal como somos.
La riqueza y la pobreza de las almas se miden en las horas solemnes y ante las pruebas decisivas. Este Covid nos puso en evidencia.
Sin alardes ni ostentaciones, millones han soportado la tragedia con estoica entereza, con la fe que ilumina, con la fortaleza que redime.
Pero por miles se cuentan los que no entienden, o no quieren entender la gravedad del momento y los riesgos a los que nos han expuesto. Las rumbas barranquilleras o caleñas, los desbordamientos bogotanos, las estupideces de tantos otros no son cuestión de policía, nos parece, sino temas de la más profunda siquiatría.
Los que organizan y participan en borracheras y orgías producen en principio sorpresa, un poco después indignación y al final pesimismo insuperable. Con gente así es imposible construir una sociedad civilizada.
Vaya uno a saber razones, estos despliegues de colectiva estupidez aparecen con frecuencia en los entierros. No es posible despedir al pariente o al amigo sin una gran marcha repleta de alcohol, sin el frenesí de gritos estentóreos, sin ambiente de nutrido carnaval.
Imposible calcular cuántos enfermos graves y cuántos muertos serán la consecuencia de estos grotescos desvaríos. Pero para eso está el Gobierno que importe respiradores, que habilite camas de cuidados intensivos en los hospitales, que mantenga médicos y que garantice la vida de estos extraños personajes. Y, por supuesto, ay de que se muera el contagiado o de que no se reponga sin secuelas. Para remediar entuertos vendrán las amenazas, las pedreas y las agresiones contra médicos, enfermeras y hospitales.
Al tiempo con estos cuadros bochornosos, aparecen otros no menos inquietantes. Las fiestas con reinado de la simpatía, músicos bien ruidosos, campeonatos de fútbol y desfiles, no podían faltar. Y los alcaldes, mudos, o comandando el festival. ¿Quién puede así?
Pero como si no bastara el cortejo triunfal, el propio Gobierno organiza los días sin IVA, con absoluta incapacidad de medir el talante de la gente que el destino puso a su cuidado. Y vienen los desbordes, los tumultos, las aglomeraciones, cuyos efectos conoceremos en pocos días. Y desde luego, para mostrar severidad y garantizar orden ante nuevos brotes, vengan nuevas restricciones, cuarentenas, toques de queda, parálisis y limitaciones. La cuenta, esa sí, la pagaremos entre todos.
No hay trago amargo que se haya quedado en la copa. Los que llegaron contagiados de España, y que nadie siguió ni restringió ni puso en aislamiento, salieron de inmediato a visitar amigos, recorrer calles, repasar recuerdos. ¡Y nos llenaron con el virus que traían! Los que tienen síntomas y malestares, se quejan de la gripa; los que se someten a una prueba, la dan por favorable; los que son declarados con Covid solo se cuidan cuando la enfermedad los vence. Y el virus sigue su marcha victoriosa.
Queda por apurar el trago muy amargo de la crisis económica. Nadie ha tenido la bondad de contar, o de contarnos, las empresas que ya cerraron para siempre. Nadie ha pedido remedios más serios para las puertas que nunca más se abrirán, para los empleos que se perdieron, para los empresarios derrotados. Estamos en estado irreparable de estupefacción o indiferencia. Mientras el dolor lo sufran otros, no suma en nuestras contabilidades egoístas.
Los entendidos en estas materias, calculaban en el 5% el crecimiento del PIB indispensable para sobrevivir, mal que bien. Ya nos acostumbramos al mismo cinco, o siete o nueve de caída y no pasa nada. Porque el señor Ministro de Hacienda y el Presidente no han tenido la bondad de trasladar esa cifra a las catástrofes de millones que lo perderán todo, hasta la esperanza. ¿Para qué? Basta con la predicción, por nadie garantizada ni explicada, de que en dos años todo volverá a ser como antes, para que nos conformemos. Nadie cuenta en serio de cuánto dolor, de cuánto sufrimiento están llenas estas alegres expectativas.
Nos atrevemos a pensar que parte de los comportamiento atroces que arriba describíamos, tiene que ver con la desesperación de los vencidos. No serían los primeros que le abran espacio a la tragedia por el camino del aniquilamiento moral. ¡Quién sabe!
Nada podemos hacer. Porque así somos. Esa mezcla de gente seria, responsable, heroica que lucha por mantenerse a flote y por mantener a flote su trabajo agonizante, y de los idiotas que bailan ebrios, enfrentan la policía, amenazan los médicos, es la componente de este irremediable mestizaje espiritual.
En estas horas de confusión y abandono, alguien pensaría en la necesidad de liderazgos salvadores. Pero el olmo no da peras. Lo que tenemos, fue lo que elegimos. Sin perjuicio de que podamos, muy pronto, hacerlo peor. Así somos.