La Hora de La Verdad

Armas, a discreción

Por Fernando Londoño Hoyos

Mi amigo y yo terminamos a las carcajadas. El había venido de muy lejos y me confesó que con ganas de hacer negocios en Colombia. Cuando le contaron de los impuestos que pagaría  y le hablaron de las consultas populares, y las extorsiones y otras cosas, dobló la hoja y se dedicó a averiguar por la paz.

Pues ando en estos temas de las armas y debo confesar que no me cuadran las cosas. Se dijo que lo grueso de ellas  estaba en centenares de escondites o caletas, y ahora veo que no hay tales caletas o que habiéndolas no entran en las cuentas. Se van a recibir todas las armas sin haber encontrado la primera caleta. Me suena raro.  

Pues las armas serán las que llevan los guerrilleros encima, me espetó mohíno. Y las guerrilleras, le aclaré. Aquí todo hay que hablarlo en masculino y femenino para que nadie se ofenda.

Me llamó la atención de las guerrilleras, agregó, recordar que tenían prohibidos los embarazos bajo pena de aborto forzado y llegaron a las zonas todas embarazadas. ¿Cómo es eso? Pues porque no son tales guerrilleras, hombre. Y porque en las “zonas” les van a poner médico especialista, guardería cinco estrellas, notario a bordo y les pagarán como guerrilleras, es decir, dos millones de pesos de entrada, diez a la salida y en el intermedio 90% del salario mínimo, con agua, luz, teléfono, internet, alojamiento y medicinas gratis. Nadie ha dicho por cuánto tiempo las mantendremos así, pero ya ves, amigo del alma, cómo les dio por parir a todas ó cómo los de las FARC se trajeron las amigas, las primas, las vecinas a semejante paraíso. No nos han dicho si las lactantes entregarán también sus fusiles. No seas irónico, por favor. Hablemos en serio.

Dejemos tranquilas las parturientas y vayamos a las armas. Explícame de cuáles hablan. Porque si los desmovilizados han cumplido cincuenta y más años de monte, imagino que habrá armas de todas las edades y condiciones. ¿Quién verifica que sean las de verdad? Pues nadie, por supuesto. O los monitores de la ONU, que me has dicho, sin que yo te lo preguntara, que son unos sinvergüenzas izquierdistas al servicio del comunismo internacional. Y que forman una comisión tripartita, con los delegados del Gobierno y las propias FARC. ¿En serio? 

Y no solo eso. Están prohibidas las fotos, los videos, registros y anotaciones de serie o de otros datos indiscretos. Las armas se meten en secreto a los containers de la ONU y saldrán de ahí solo para resucitar en monumentos. ¡Qué te parece!

Pero antes de seguir con las armas, pensemos en quiénes las entregan. Claro, me dijo, entre atónito y divertido.  Ya sé que son siete mil. Y no logro que me expliquen cómo se identifican los tales. ¿Qué autoridad o experto me asegura que esos siete mil fueron guerrilleros algún día? Pues nadie, mi querido. Ni la Fiscalía, ni el Ejército, ni los jueces. Aquí nos atenemos al principio de la buena fe. El que las FARC pasan en su lista, certificando la calidad de “reinsertado”, queda de reinsertado. Y se acabó. La buena fe de los peores criminales de América. ¿Es como mucho, no?

De modo que armas sin identificar entregadas por personas sin identificar hacen la total desmovilización guerrillera más importante de la Historia. ¡Uy! Que no me suena, que no me suena.

Pues habrás visto, amigo del alma, que las zonas famosas, que se convertirán en pueblitos de paz, ¡qué ironía! son 26 y que las armas se entregaron en dos de ellas. Sean el cuarenta por ciento, como dicen los mamertos de la ONU o el sesenta, como reclama el Presidente, las cuentas no cuadran. Menos del  diez por ciento de las zonas, con menos del diez por ciento de los guerrilleros y las guerrilleras que portan el sesenta por ciento de las armas, me dicen que aquí hay gato enmochilado.

De modo que sumemos y restemos. A las zonas entran siete mil individuos de ambos sexos, que nadie identifica ni certifica, salvo sus jefes, y entregan siete mil armas que nadie puede ver, oler o tocar. Y esas son todas las armas. Se perdieron las caletas con las armas pesadas. Y agreguemos que si las entregadas fueran de verdad, menuda propaganda se les haría. Pero aparecieron, eso sí, decenas de embarazadas que no existían en las cuentas ni los reglamentos. Y no se sabe si llegaron armadas o desarmadas. Mi amigo me miró y soltó sonora carcajada.

 Entiendo, al menos, qué quiere decir eso de la mamadera de gallo de la que ustedes hablan sin parar. Así me dijo mientras  me estrechaba en cálido abrazo de despedida. Ni armas, ni negocios. Perdí el viajecito, le oí decir.

 

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