Por: Fernando Londoño Hoyos
La arrogancia no suele ser amiga del buen juicio. Movido por aquel defecto de almas enfermas, Enrique Santos Calderón ha dicho más en su libro que lo que se proponía y quería contar.
Como quien no quiere la cosa, dice el Gran Hermano que la decisión ya manifiesta de Santos para empezar diálogos es de mediados de 2.010. Lo que significa que la campaña que Juanpa hizo a la sombra de Uribe tenía el secreto guardado de traicionarlo, de traicionar todo su ideario y su obra de gobierno, rescatando de su derrota irremisible los terroristas que azotaban el país.
Las conversaciones en las que Enrique participó, no solo, por supuesto, pues que Sergio Jaramillo y Frank Pearl andaban en los mismo tratos, fueron empeñadas por pedido de Santos. Es otra de las gloriosas revelaciones de nuestro libro. Juanpa buscó a las FARC y no al revés, como cualquiera hubiera podido suponer.
Tenemos, pues, iniciadas las conversaciones secretas, mil veces desmentidas para engañar mejor, a mediados de 2.010.
Después de muchas tentativas exploratorias, Don Enrique fija la fecha de los inicios formales de las conversaciones para febrero de 2.012, que se extienden hasta finales de agosto de ese año. Cuando Juanpa negaba las conversaciones, mentía; cuando aseguraba que las revelaría si existieran, mentía; cuando ocultaba reuniones en La Habana, mentía; cuando proponía la Ley Marco solo como medida general y abstracta, separada de cualquiera requerimiento de las FARC, mentía.
Y viene en la mitad de todo ese proceso de falsedades, encubrimientos y perfidias, una fecha y un acontecimiento crucial para esclarecer lo que en La Habana se proponía y los métodos para conseguirlo.
Hablamos del 15 de mayo de ese 2.012, exactamente en la mitad que corre entre febrero y finales de agosto, cuando las FARC tratan de asesinar a quien les escribe, con una bomba lapa que viene de Venezuela. En la noche de ese mismo día, después del atentado que le costó la vida a los dos escoltas que nos protegían, Juanpa hacía aprobar la famosa Ley Marco.
Para ejecutar esa felonía, utiliza a otro de sus peones de estribo, de quien conviene que nos ocupemos ahora, el General Naranjo, hoy Ministro del post conflicto y entonces Director de la Policía.
Naranjo, después de verificar en la Clínica del Country, con mucha pena, que estábamos vivos, no demoró un instante en empezar la trama en la que es especialista, el desvío de la investigación. No había ninguna prueba de que las FARC fueran las autoras del atentado, fue lo primero que dijo. Todo apuntaba a cierta mano negra de la extrema derecha. Naranjo no es un experto en investigar nada. Es un experto en ocultarlo todo.
La pregunta que queda por dilucidar, después de comprobado que sí fueron las FARC las de la bomba, es obvia y elemental: ¿Quién dio la orden? La Fiscalía y los jueces han llegado a un tal Bigotes y a unos Tabares, como autores materiales del acto terrorista. Pero nada han dicho del origen del mandato, que es lo que importa.
No hay duda de que la orden vino desde La Habana, que hizo escala en Venezuela y saltó a Cali para llegar a Bogotá ese 15 de mayo. Ya el bandido Lozada había quedado en evidencia tratando de asesinarnos y ya las FARC habían intentado volarnos en Radio Super y volar a RCN, con sendos camiones cargados de explosivos que capturó la Policía y de lo que nada se dijo a sus destinatarios, para que no tomaran precauciones. ¿Adivina, lector querido, quién había guardado en sigilo esa tentativa? Pues acierta: el General Naranjo.
Enrique Santos estaba en Cuba, con los bandidos, cuando aquí nos trataron de matar. Siendo Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, no dijo una palabra a nombre de la SIP. Y entonces escribíamos en El Tiempo, qué ironía.
¿Quién ordenó que nos mataran? Porque el propósito era obvio. Sacarnos del camino y anunciar a los demás periodistas lo que le pasaría al que mostrara inconformidad con los diálogos que estaban entonces en su etapa secreta.
A estas alturas, no tenemos duda ninguna, como no la tuvimos desde el atentado, que las FARC lo habían ejecutado. La que nos queda, fortalecida con el libro de Santos Castillo, es si él mismo participó en el complot, si su hermano lo ordenó y si Naranjo era su pieza clave. O si simplemente lo utilizaron para aterrorizar y silenciar al periodismo que tanto tendría que hablar de los diálogos que se protegían a punta de bombas.
Cómplices, beneficiarios o autores, no se sabe por ahora lo que sean Juanpa y los suyos. Pero está claro en el libro ASÍ EMPEZÓ TODO que no es un juego lo de La Habana. Y que al que estorba, lo matan.