Por Fernando Londoño Hoyos.
Con la absolución inequívoca, contundente, unánime de Luis Alfonso Hoyos, proferida por el Tribunal Superior de Bogotá confirmando la que había dictado el Juez del Circuito, la historia no termina. Apenas empieza.
Porque Hoyos fue perseguido sin compasión por el régimen ladrón de Juan Manuel Santos, apoyado por sus servicios de inteligencia, con el Almirante Echandía a la cabeza, y por el Fiscal Montealegre, ejecutor de estos designios criminales.
Santos tenía que ganar las elecciones a como diera lugar. Y a Santos no le queda lejos nada. Es el delincuente nato del que hablaba Ferri en su clasificación estremecedora. Pero para eso, para ganar con fraude las elecciones del 2.014, necesitaba cómplices condignos. Y los encontró. Y la maquinaria maldita se puso en marcha.
Todos los días llegan noticias confirmatorias de la financiación de esa campaña nauseabunda. Las platas de Odebrecht, pagadas después de reuniones en las que participaba toda la banda; los giros hacia Panamá de recursos que se transformaban en publicidad gracias a los servicios bien retribuidos de Propaganda Sancho; las platas que iban y venían entre el tal Bula, el Ñoño, el Musa, los grandes electores del ladrón mayor, todo eso lo sabemos de vicio y de sobra, como dice la gente. Faltan datos. Los muchos dineros que partieron de entidades del Estado rumbo a la compra de votos y la historia de las urnas preñadas en la Registraduría, al mando entonces del actual abogado de Santos ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara, ¡vaya casualidad! son verdades que vendrán, porque tienen que venir.
Pero faltaba la prueba reina, el elemento clave de todo este entramado de vergüenzas, y eso es lo que acaba de llegar, lectores queridos.
Para salvar los seiscientos mil votos de ventaja que Oscar Iván Zuluaga le llevaba en la primera vuelta al Santos que ejercía la presidencia, no bastaban los aportes de Odebrecht en metálico; ni los giros por Panamá, ni los preparativos de las urnas cargadas al mando de Portela. Era menester un golpe de opinión. Hacía falta acusar a Zuluaga y a Hoyos como los jefes de un grupo de bandidos que se robaban los secretos de las conversaciones de La Habana, para conducir la Nación hacia el despeñadero de la guerra. Y esto fue lo que se dispuso con el escándalo del hacker. Y aquí era donde entraban en acción Echandía, Montealegre, los fiscales corruptos, la prensa comprada, los políticos enmermelados.
Y es el tinglado de esa farsa el que acaba de caerse, todo entero. El Juez y el Tribunal no encontraron, entre las trescientas pruebas que se arrimaron al proceso, ni una sola conducente, ni una sola pertinente, ni una sola convincente. Nada. Luis Alfonso Hoyos había sido víctima de una estrategia atroz, de mentiras y componendas. El país fue engañado. La campaña de Zuluaga, ensombrecida con calumnias y perfidias. Y los electores conducidos al matadero, horrorizados ante hechos tan espantosos y acusaciones repetidas mil veces por periodistas que llegaron a ganar, con esas idioteces y esas invenciones, premios nacionales a su capacidad investigativa. ¡Qué horror!
Cinco años por fuera de su Patria, lejos de los suyos, cargando la cruz de este oprobio, fue el castigo inicuo contra Hoyos. Pero si bien se le mira, nada comparable con la pena que estos malditos delincuentes pusieron sobre los hombros de este pueblo. La ruina de Colombia, toda entera, parte de esta tragedia. Por eso, descubierta la impostura contra Zuluaga y contra Hoyos, puesto en evidencia el fraude peor de nuestra Historia, cabe clamar, todos a una: ¡al ladrón! ¡Al ladrón!