Foto: César Melgarejo. EL TIEMPO
Por Fernando Londoño Hoyos.
Estábamos muy felices con la reconvención, más que merecida, que el Vaticano le hiciera a Monseñor Monsalve por llamar genocida al Gobierno y volver a la carga, otra vez, para defender a sus amigos de las FARC.
La dicha suele durar poco. Porque el Nuncio resolvió que tenía que pecar para empatar, y ahora aparece dándole la dignidad de Ejército Revolucionario a esa turba asesina que se hace llama Ejército de Liberación Nacional.
En efecto, su Ilustrísima, esperemos que por absoluta y explicable ignorancia, invita al Gobierno a pactar un cese al fuego con esos maleantes.
Monseñor tiene que saber que un cese al fuego implica un enfrentamiento armado entre dos ejércitos que resuelven pactar una paz transitoria como la quiere el Nuncio de su Santidad. Con lo que legitima al ELN y lo pone en igual condición política y jurídica que la del Gobierno Colombiano. Como están en plan de igualdad, y lo que sostienen es una guerra, que venga el cese al fuego para que por las buenas acuerden cómo debe ser el país, cómo sus instituciones, cómo su futuro. Si ya Santos pactó en 310 páginas con las FARC, que Duque haga lo propio con el ELN, empezando por un bienhechor cese al fuego.
A Monseñor no le han alcanzado a explicar, en el corto tiempo que tiene en Colombia, que ésta es una democracia legítima, gobernada por una Constitución que pretende ser democrática y defensora de los derechos humanos.
Y que el ELN es una turba asesina, como arriba dijimos, que por la vía del crimen persigue lo que quiere, que es la destrucción de ese Estado legítimo ante el que fue nombrado Embajador su Reverencia Ilustrísima. Y no para cualquier cosa, sino para imponer un régimen ateo, narcotraficante, brutal, enemigo mortal de todo lo que su Santidad y su enviado en Colombia representan.
No le han contado a Monseñor que el ELN se organizó y financió en Cuba, que está esclavizada por un régimen comunista, mortal enemigo de la Iglesia, depredador de todos los principios cristianos y civilizados.
Y que después de ese origen siniestro, se ha dedicado a cometer todos los crímenes posibles contra el orden, contra el derecho natural y contra la Iglesia. Seguramente a Monseñor no le han contado que esos, a quienes llama a un cese al fuego, han matado a mansalva ilustres prelados de la Iglesia que él representa. Seguramente no le explicaron que tuvieron la influencia siniestra de curas renegados del servicio de Dios y del Evangelio, que se dedicaron a cometer todos los delitos posibles para imponer su mano siniestra sobre comunidades cristianas de Colombia.
Monseñor Montemayor ignora que el ELN quemó vivos a todos los habitantes de un pueblecito llamado Machuca. Y que después de una felonía histórica se dedicó a la tarea de volar el Oleoducto Caño Limón Coveñas, cometiendo el mayor ecocidio de los tiempos modernos en todo el mundo. Si antes de que el papa Francisco lo mandara a Colombia, hubiera sabido, leyendo algunos diarios, que el ELN ha destruido más bosques, envenenado más ríos, esterilizado más tierras que ninguna otra organización criminal del mundo, tal vez no tuviera esta salida descomedida, agresiva, injusta contra el pueblo cristiano de Colombia.
Monseñor Montemayor no sabe, qué va, que el ELN tomó las banderas de las FARC en vastas regiones del país, y que está dedicado al narcotráfico, que envenena la juventud del mundo y mata a los que se oponen a sus designios atroces, que la prensa cubre con el equívoco nombre de “líderes sociales”, para que no estorben su multimillonario negocio de la cocaína.
Monseñor Montemayor no sabe que el ELN asesinó hace muy poco cadetes de la Escuela de Policía que hacían sus estudios para dedicarse a la noble tarea de proteger a los débiles, tenderle la mano a los oprimidos por el delito, ayudar y servir a todos. Y de seguro no le contaron que su atentado fue fallido, porque pretendían matar centenares de esos muchachos y a todos sus instructores y jefes y a todas sus familias.
A ese catálogo de atrocidades llama fuego el señor Nuncio e invita a una paz montada sobre tanta sangre, tanta perversidad, tanto dolor del pueblo colombiano.
Nos queda por saber si esta intromisión detestable en los asuntos políticos de Colombia trae la bendición del Papa Francisco, o si Monseñor Montemayor recibirá su reprimenda, como la que vino para Monseñor Monsalve. Nos dolería en el alma el silencio del Vaticano, a los millones que somos y queremos seguir siendo católicos, apostólicos y romanos, a pesar de tantos pesares y tantas declaraciones imprudentes, equivocadas y malévolas. No es lo mismo ir a Misa y rezar el Santo Rosario, que asesinar humildes y destruir la tierra colombiana. O eso creíamos hasta este domingo.