Por Fernando Londoño Hoyos
Petro se siente renovador y moderno y es un anticuado promotor de ideas en las que nadie cree, de posiciones que nadie, en su sano juicio, llegaría a proponer.
Su famosa Colombia Humana es una deplorable versión del Estado de Bienestar o Estado Providencia, que pasó como una estrella fugaz por el cielo de las ideas política para perderse para siempre en el vacío.
El Estado Bienestar o Providencia, que tiene tantos préstamos a pensamientos olvidados, copiando hasta la UTOPÍA de Moro o la CIUDAD DEL SOL de Campanella, se abrió paso entre cierto romanticismo socialista, de gente distinguida y bonachona que quiso nada menos que resolver la vida de todos y hacerla feliz “desde la cuna hasta el sepulcro” como lo proclamaban.
En el Estado Providencia no tenemos que preocuparnos por nada. Nacemos en un hospital del Estado, de una mamá con tales apoyos que durante meses nos cuida por cuenta del gobierno; cuando todavía gateamos, nos llevan a un Jardín que nos alimenta, nos cura si enfermamos, nos enseña, nos cambia los pañales; del Jardín pasamos a un colegio espléndido, a todo costo que el gobierno asume; la Universidad es gratuita, del mejor nivel, va de suyo, y para que el estudiante no tenga afanes, le pagan un sueldo por el arduo trabajo de estudiar; el empleo está garantizado o se remunera el desempleo, la salud es plena, la jubilación opípara y temprana, después de placenteras vacaciones en lugares públicos de veraneo, a todo dar como dicen en México. El sepelio lo paga el gobierno, que no se olvide.
No fueron pocos lo idiotas que se sumaron a este Mundo Feliz, como el de Huxley. Les faltó decir lo que haría cada uno, perpetuo holgazán sin asomos de angustia ni atisbos de vergüenza, en las largas hora de su vida sin problemas. Ese capítulo de la historia no llegó a escribirse. Cuando lo redactaban, los partícipes de semejante idiotez descubrieron que todas esas maravillas costaban y que alguien debería pagarlas. Mientras dicutían por cuenta de quién correría tanto bienestar, los Estados que lo intentaron se vieron en la quiebra absoluta y en endeudamiento feroz que aún hace temblar el sistema financiero del mundo.
La Colombia Humana es una mala réplica del Estado Providencia, más grotesca en la medida que quien lo intenta no tiene blanca, como en España se dice, ni manera de pedir más para seguir viviendo de prestado.
Petro fue alcalde de Bogotá Humana y no dejó un hospital, ni un colegio, ni un jardín, ni un empleo productivo. Solo deudas y desastres. ¿Se imaginan lo que dejaría la Colombia Humana?
Petro también descubrió las reformas agrarias de pan coger que producen el brillante resultado de una agricultura productiva para todos. Ya Stalin la puso en marcha, hace casi un siglo y para mantenerla tuvo que seguir con las horcas que había inaugurado Lenin, “que se vieran desde lejos”, decía, y las complementó con las hambrunas que mataron millones de personas, con los gulags en Siberia y los fusilamientos que seguían a sus juicios revolucionarios. Como se ve, nada nuevo. Todo empieza ofreciendo compra por la tierra, y termina en la matanza y los campos de concentración.
Las revolucionarias ideas que Petro propone le costaron a la humanidad más de cien millones de muertos. Ese ha sido el precio de la dictadura del proletariado que se instaló en honor de un mediocre filósofo llamado Karl Marx, cuyos doscientos años de nacimiento se celebra destapando estatuas en su honor!
Petro promete acabar ya con el petróleo y el carbón, porque son muy dañinos para la salud. Nada nuevo, tampoco. Mejor el agua y el viento, porque las energías atómicas suelen tener su Chernobyl. El problema es que esos odiosos minerales representan veinticinco mil millones de dólares anuales de ingresos a este país que no podrá cambiar el sistema energético del mundo, ni reemplazar esa renta con aguacates. Aguacates que sembrarán los partidarios de la Colombia Humana o los cultivadores de pan coger, por supuesto.
Petro es un irresponsable verbal, digno de pasar por el mismo siquiatra que valorará al cubano que ha dicho querer matarlo. Están hechos el uno para el otro.
Rojas Pinilla intentó ganar las elecciones de 1.970 prometiendo que en su gobierno valdrían las yucas y las papas lo mismo que en su dictadura de 1.953. Y casi tiene éxito. O lo tuvo, si se quiere. Lo que está por ver es si este guerrillero irredento de ahora, este constructor de frases baratas, este impulsor de tesis caducas, condenadas al olvido, podrá equipararse a su mentor intelectual, a estas alturas.
Nos parece que no. El palo no está para cucharas, dirán en las charlas de café. Ni Colombia para estas aventuras insensatas, retardatarias, universalmente fracasadas, francamente idiotas.