Por Fernando Londoño Hoyos.
Acaba de publicar la CEPAL la lista de los países más endeudados de América. Después de Argentina, Brasil y Costa Rica, aparece Colombia con más del 47% del PIB en deuda pública externa. Mal contados, son cerca de sesenta y cinco mil millones de dólares que tendremos por pagar entre todos.
Lo más llamativo de esa colosal cifra, es que Santos la duplicó entre los años 2.010 a 2.018, vale decir que nos endeudó tanto como todos los presidentes anteriores, desde don Simón Bolívar hasta Álvaro Uribe Vélez.
Cuando alguien se endeuda para adquirir un bien, tiene la deuda pero también lo que compró. Por eso vale la pena preguntar qué hizo Santos con semejante gigantesca fortuna. Y la respuesta es simple: no hizo nada con ella, salvo permitir el provecho que sacaron los ladrones que lo acompañaron en su funesto gobierno. Lo que viene es pagar y pagar lo que llaman la gobernabilidad, por lo que se entiende formar mayorías parlamentarias repartiéndoles la mermelada en toda la tostada.
Pero ahí no para el tamaño del latrocinio. Porque durante casi tres años Santos disfrutó el precio más alto que ha tenido el petróleo en toda la historia. Comparado con el rentable precio de hoy, el petróleo navegó por encima de los cien dólares el barril. Y como el Presidente Uribe le dejó instalada una capacidad de producción de un millón de barriles por día, tenemos que Santos recibió, por impuestos, regalías y utilidades de Ecopetrol, cerca de quince mil millones de dólares por año, que significan poco más de cuarenta y cinco mil millones de dólares en el período, para una suma que supera los ciento treinta billones adicionales a lo que hubiera sido de esperar.
Si sumamos el endeudamiento colosal del Santismo con la bonanza que se fue para no volver, llegamos a una cifra tan colosal que no cabe en su computador, querido lector. Algo así como doscientos cincuenta billones de pesos.
Si los que se disfrazaron de amigos de la paz mientras robaban hubieran manejado con decencia los recursos que recibieron, estaríamos disfrutando carreteras de doble calzada por toda la Nación, nuestros ríos serían navegables, la red de ferrocarriles atendería la salida a los puertos de cuanto importáramos y nuestra red hospitalaria sería envidia de toda América.
Pero no. Repartieron la mermelada sobre la tostada, se la metieron a sus hondos bolsillos y nos dejaron el lamentable país que tenemos. Cae un derrumbe, como el de la Vía al Llano, que dicho al paso debiera estar terminada hace rato, y Colombia queda dividida en dos, como está hoy, cuando escribimos estas adoloridas líneas. No hemos logrado construir el paso por la cordillera central hacia Buenaventura, ni completar la Ruta del Sol que lleve la carga y el viajero desde Bogotá hasta la Costa Atlántica. Y para colmo de vergüenzas, no rompimos el tapón increíble que padecemos, aquí en los límites de Bogotá para bajar al Magdalena, entre Villeta y Guaduas.
Bien hechas las cuentas, transportar una tonelada de carga entre Bogotá y Buenaventura cuesta más que llevarla desde Buenaventura hasta el Japón. ¡Y queremos ser competitivos!
A Colombia se la robaron esos amigos de la Paz, con Juan Manuel Santos a la cabeza. Y siendo ello de tan inaudita gravedad, es peor que nadie pregunte, nadie levante una voz de protesta, nadie exija que los ladrones paren en la cárcel, también con juan Manuel Santos a la cabeza.
Este fue el país que le dejaron al Presidente Duque, quien por razón que nunca entenderemos lo tomó sin levantar ni publicar el inventario de este colosal desastre.
Si los recursos públicos no se hubieran evaporado de ese modo en la era santista, todo sería distinto en Colombia. Y no tendríamos el pueblo acongojado y pesimista que revelan las encuestas. ni la juventud que en más del ochenta por ciento, según esas mismas encuestas, ha resuelto odiar al Presidente porque no tiene horizonte, no encuentra empleo, ve negro su presente y cerrados los caminos del porvenir.
Las cosas son más graves de lo que parecen. Una gente desesperada es clientela fácil para cualquier aventura. Y en esta América, que no aprende sino de sus propios quebrantos y nunca de la experiencia de los vecinos, la aventura pasa siempre por los caminos del socialismo totalitario, del comunismo puro y simple.
Hacia ese trágico destino tenemos enderezada la proa de nuestra frágil navecilla. Si no se produce un milagro de visión y generosidad, en este mundo de cegatones y avaros de alma, le vamos a entregar Bogotá, otra vez, a la izquierda corrupta e incompetente. Y los datos de muchos municipios y departamentos no parecen mejores. Nos robaron, primero, y nos destruyen después con el Socialismo del Siglo XXI. ¿Habrá tiempo y energía para cambiar el rumbo?