Por Fernando Londoño Hoyos.
Dice mi amigo distraído en temas de política, como lo viene siendo la mayoría de los colombianos, que eso del Congreso no le interesa. Que reserva su paseo por las urnas para elegir el Presidente, que es el que gobierna.
Mi amigo tiene razón en los malos pensamientos que guarda para los parlamentarios, pero anda bien descaminado en aquello de que el Presidente gobierna mientras aquellos roban, desordenan, dicen y hacen majaderías.
Se equivoca mi amigo, como tal vez se equivoca usted, lector amable. Porque aquello de que el Presidente gobierna es una verdad a medias. Muy a medias, empiezo por explicarle.
De la platica de los colombianos disponen esos congresistas que por tan fuertes razones no le gustan. En lo que se llama la Ley del Presupuesto queda dicho todo lo que el gobierno se gastará, y exactamente en qué. El Presidente es un modesto maestro de obra que sique los planos del ingeniero y el arquitecto. El Ministro de Hacienda es un pobrecito hablador de paja. De la plata de todos dispone el Congreso.
Como sabemos que la plata no alcanza, el país se endeuda. Como nos endeudó este Santos para que paguemos sus andanzas por siempre jamás. Pero Santos no nos hubiera endeudado sin que el Congreso se lo autorizara. Vuelve y juega.
Nos tiene abrumados la carga de una burocracia insoportable. Vamos a diseñar un Estado esbelto, eficaz, austero. Claro. Pero, qué pena desencantarlo otra vez, mi amigo. Si el Congreso no aprueba una Ley de Reforma Administrativa, esa burocracia seguirá intacta sobre nuestros hombros.
Que es preciso rebajar los impuestos, simplificar su cobro, moralizar la Hacienda. ¡Bravo! Estamos de acuerdo. Pero si el Congreso se opone a la iniciativa del Presidente, gana el Congreso. Y seguiremos como ahora. O peor, si quiere. El que manda es el Congreso.
Vamos a fortalecer el Ejército, a destruir las ollas del microtráfico, a erradicar los cultivos ilícitos, a extraditar los bandidos que comercian la cocaína, a quitarles sus bienes. Lo acompaño en sus buenos deseos. Pero si no cambiamos las normas que salieron del Acuerdo con las FARC, seguiremos siendo el mismo país narcotizado de ahora. Sin Congreso no hay caso.
Un país que no destine lo mejor de sus esfuerzos a la educación no tiene futuro. De acuerdo. Pero sin el Congreso no habrá colegios suficientes, ni maestros capaces, ni alimentos para los niños que no pueden aprender con hambre. Es una lástima recordárselo.
Quiere aumento del salario mínimo, empresas que puedan desarrollarse con libertad, médicos que lo atiendan oportunamente en los hospitales, una pensión digna para tantos viejos desamparados. Sería un monstruo el que no quisiera esas cosas y muchas otras de parecida urgencia. Y un pobre caído del zarzo el que crea que todo eso, o algo de eso, siquiera, lo pueda hacer el Presidente si no cuenta con un Congreso diligente, limpio, entusiasta por esas causas.
Usted, amigo del alma, protesta por una justicia politizada, por sentencias que llegan demasiado tarde, las pocas que llegan, por unos jueces que preparan, y es mucho decir, universidades de medianas a malas y que parecen miembros de un sindicato antes que dispensadores de justicia imparcial y recta. Sin Congreso que piense como usted y tenga luces para hacer lo que usted quiere, no habrá sentencias oportunas, ni ecuánimes, ni sabias.
Santos ha sido el peor Presidente que Colombia haya tenido en 200 años de vida republicana. Y aunque no sea dicho en su favor, hubiera sido menos malo si el Congreso no le exigiera la mermelada que le exigió y no se dejara comprar por sus halagos. La corrupción de Santos fue posible porque lo acompañó un Congreso abyecto.
Quítese de la cabeza la descaminada idea de que usted se reserva para votar por Presidente que gobierne. Sin Congreso amigo, fervoroso, capaz, nada de lo que usted quiere para cambiar a Colombia será posible.
Quien escribe estas líneas llamó ADMIRABLE al Congreso del 2.002. Y lo fue. Por supuesto que al timón del barco iba Álvaro Uribe Vélez trazando rumbos, inflamando corazones en amor patrio, señalando objetivos comunes, salvando escollos. Eso quiere decir, que sin Presidente no hay Congreso que valga. Y sin Congreso, no hay Presidente que sirva, le agrego.
Sí se puede, amigo. Pero hay que hacerlo. Y hay que hacerlo ya. Las últimas encuestas son alentadoras. Pero todavía muy pobres. La victoria del 11 de marzo no puede ser mediocre, si es que no queremos mediocre el futuro de Colombia. Le dañé la siesta, si quería dormirla el próximo domingo. Cada voto cuenta. Ninguno sobra. Vote por el Centro Democrático, o si prefiere por candidatos con los que se podría diseñar una alianza noble, vigorosa, incontestable. Tiene el futuro en sus manos. Nunca fue más verdad esa que ahora.