Por Fernando Londoño Hoyos
No está mal que a estas alturas nos hagamos esta pregunta, elemental e inquietante: ¿a dónde vamos?
Venimos del oscuro pasado de los ocho peores años que hemos padecido. Juan Manuel Santos, con su tropa de validos, paniaguados, aprovechadores, acabó con mucho de lo que teníamos.
Llenos de ilusión votamos por Iván Duque y de Presidente lo tenemos. Pero nos preguntamos a estas alturas: ¿a dónde vamos?
A brazo partido andamos de pelea con el Coronavirus, la peor plaga que nunca le cayó a la humanidad. Cada uno libra su batalla y cada uno tiene sus resultados. ¿Cuáles son los nuestros?
Nos queda claro que vamos para el pico de la crisis, sin saber, en absoluto, cuándo nos llegue ni cómo nos va a coger preparados. Dicen nuestros expertos, de ninguna experiencia en esta lucha, que estaremos llegando a la cumbre de esa nada mágica montaña en un mes, más o menos. Pero cada día la cosa anda peor. La gente como que se aburrió de la disciplina y resolvió hacer aquello en lo que somos expertos, que es lo que nos da la gana. Cada día que pasa las cifras son más feas. Más contagiados y más muertos. ¿Cuál es el pico? Ni el diablo que lo sepa.
El espectáculo de Bogotá este viernes, fue sencillamente bochornoso. A las salidas de la ciudad no les cabía un carro, un bus, una moto, cualquier cosa que se moviera. A gatas se veía la policía para encauzar ese tráfico horripilante. Ni idea a dónde fue tanta gente y mucho menos cuánto virus llevaba esa marea interminable que apenas se movía. ¡Y nos falta un mes para el pico!
Hay lugares del país casi inhabitables. Amazonas, Tumaco, Villavicencio, Cartagena, claman por una ayuda que no va a llegar ante un enemigo que las doblega. Y nos falta mucho camino por recorrer.
Los que exigían apertura, porque más cornadas da el hambre como decía el torero, ya tienen mucho de lo suyo: apertura. ¡y ahora? En sitios tan estratégicos como Hidroituango o el túnel de la Línea, no se sabe qué hacer. Mucha apertura, mucho enfermo y mucho muerto.
Estuvimos sometidos a muchas privaciones, mucho confinamiento, mucha forzada disciplina. Lo que ha servido, hasta ahora, para una contención evidente de la pandemia en comparación con nuestros vecinos de Brasil, Ecuador, Perú y aún Panamá. Lo que no sabemos es lo que pase ahora con la famosa apertura de nuestra historia. No sabemos. Porque no sabemos a dónde vamos. Lo único claro es que cada noche nos enfrentamos a una cifra más dolorosa de caídos en este raro combate.
Como somos muy ortodoxos, hemos cuidado apasionadamente nuestras cifras económicas, habrá que decir que con muy pobres resultados. El Ministro Carrasquilla ya nos advirtió de un final de año con las peores cifras de la Historia. Ya los expertos –¿quiénes son ellos?- predican una tasa de desempleo alucinante. Algunos banqueros han dicho sinceramente que esperan una brutal caída en la calidad de su cartera. Los recaudos fiscales serán pobrísimos y la deuda pública externa alcanzará niveles estrafalarios. Si esto ha sido así, para qué tanta ortodoxia, piensa uno.
El Banco de la República se ha cuidado como muchacha virgen en ferias y fiestas y se reserva, quién sabe para cuándo, el apoyo al Gobierno y a las empresas. Y por tanto cuidarnos, vemos desfilar Decretos y Resoluciones, Circulares y Conceptos, pero la plata no llega, sino demasiado tarde. Cuando ya para qué, como dice el pueblo.
En la mitad de tanta desazón, los narcos siguen gobernando esta pobre Patria. Hacen, también, lo que les viene en gana. Y lo hacen con la ayuda de las Cortes más altas, dedicadas a protegerlos con un celo enfermizo. Para qué hablar de fumigaciones a los cultivos de coca. Es menester preguntar a los cocaleros, en emocionante consulta, si quieren que les vuelvan pedazos los cultivos. ¡Vaya Dios! Obviamente dicen que “ni de fundas”, como Carrasquilla con la negociación de la deuda, y Jueces y Cortes, muy ufanos, aseguran que el glifosato es violatorio de los derechos humanos y de la democracia. Lo democrático, lo único, es la cocaína.
Estamos a reventar de cocaína. Es el único negocio próspero en época de pandemia. Por eso el dólar sigue tan barato y las remesas crecen como la espuma en ciertas aguas. Pero que no se le ocurra a la Policía o al Ejército tocar a sus dueños. Se les viene el mundo encima. Así que vivan las muertes, los desplazamientos, las ollas, los submarinos de fabricación casera, los secuestros, los capitales sorpresivos y sorprendentes. Y si no fuera así, ¿para qué Jep, para qué Corte Constitucional santista, para qué Corte Suprema pendenciera y prevaricadora?
Lo dicho al principio. No sabemos a dónde vamos. Apenas recordamos de dónde venimos.