Tratando de entender
Fernando Londoño Hoyos.
Le debe el país, como muchas otras cosas, a la Senadora María Fernanda Cabal la justa alarma que lanzó a los cuatro vientos sobre el maldito Tratado de Escazú.
Ese engendro comunista, nacido como tantos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, nido de víboras de izquierda, pone a los Estados signatarios en manos de las ONG de esa corriente, que podrán intervenir en nuestros asuntos, más y mejor que ahora, con el pretexto tan plausible de la defensa de la ecología universal.
Son los mismos a los que importa un comino la deforestación inclemente para sembrar la coca; los mismos que no dejan asperjar con glifosato esas plantaciones; los que se encogen de hombros ante el desastre ambiental que producen los que explotan el oro de nuestros ríos; los mismos que se callan la boca cuando vuelan los oleoductos y asesinan la fauna y matan la flora de nuestras selvas; los que guardan absoluto silencio ante las perforaciones continuas de esos oleoductos para robar combustibles y preparar la cocaína, los que ahora pregonan, con el nombre de Escazú, el derecho universal a proteger el medio ambiente. Celebramos que Vargas Lleras haya olido el alijo.
Los países grandes de América latina ya notaron el tufo nauseabundo y no ratifican Escazú. Ni México, ni Brasil, ni Argentina, ni Chile, ni Perú, ni Venezuela, ni los cinco de Centroamérica, ni Paraguay y ni hablar de Canadá Y Estados Unidos se dejan meter en semejante trampa. ¿Por qué le gustará tanto Escazú al Presidente Duque?
Valga preguntar, a propósito de Escazú, por la fumigación aérea de los cultivos de coca. Ya los Estados Unidos hicieron admonición perentoria sobre el particular. Y por aquí nadie oye, con la disculpa de que la muy Honorable Corte Constitucional prohíbe esa práctica, poniéndole condiciones imposibles, como aquella tan ingeniosa de preguntarle a los cocaleros si les parece bien que les destruyan sus malditos cultivos.
También tratamos de entender las barreras, trampas y celadas que se le ponen a las exploraciones de petróleo con el uso del fracking. En muy corto tiempo, casi nada desde la perspectiva del negocio petrolero, nos quedaremos sin ese combustible. Y los mamertos enemigos de esta forma de exploración, no han tenido la bondad de decirnos de qué viviremos entonces, con qué saldremos a comprar mercado. Pero el Gobierno se deja enredar, una vez más, en esa dialéctica idiota, y esta es la hora en que ni siquiera sabemos cómo y cuándo se harán los ensayos que demuestren lo que todo el mundo ya sabe. Menos nosotros, por supuesto.
A las muchas cosas que veníamos sin entender, salvo que resolviéramos pensar mal sobre todas ellas, se suma ahora el sorprendente y algo tardío e incompleto y falso reconocimiento que las FARC han hecho de sus delitos, empezando, por orden de gravedad, con el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.
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