Por: Santiago Castro

No hubo una sola propuesta concreta por parte de Juan Manuel Santos en la cumbre internacional contra la corrupción que se llevó a cabo en Londres el día de ayer. De hecho, en el documento que se encuentra en la página de la cumbre, lo que expone Colombia es una lista de compromisos que “seguirá cumpliendo”, a pesar de los preocupantes indicadores en la materia que hoy se conocen y que ubican a Colombia como uno de los países más corruptos del mundo. Lo que sí hizo el Presidente, sobre todo ante los medios de comunicación, fue sugerir que se le removiera la visa a los investigados por corrupción, al igual que proceder con la extinción de dominio express, sin previa sentencia judicial. Todos sabemos que en Colombia a nadie se le niega una detención preventiva y mucho menos algún proceso en cualquiera de los órganos de control, tantas veces cooptados por el ejecutivo de turno. Preocupa que estas expresiones del Presidente sean evidencia de una política concreta de acusar a integrantes de la oposición, y tener herramientas para limitar su ejercicio político con la mera sospecha, sospecha que se puede generar desde el gobierno, como ya lo hemos visto en América Latina.

Siguen entonces los saludos a la bandera que se hacen con toda la firmeza y que untados de mermelada protegen y promueven un conjunto de prácticas nefastas que no solo favorecen la corrupción sino que invitan a aceptarla como algo natural. Triste un país donde lo malo, muy malo, conocido, se impone sobre lo bueno por conocer; donde la corrupción marca la pauta, la oposición no se puede expresar libremente y la política nacional se define por lo comandantes guerrilleros en la Habana; mientras el Presidente asiste a un panel para hablar de la lucha que no ha querido dar contra la corrupción.