Andrés Felipe Arias
Por Fernando Londoño Hoyos.
Entre todas las canalladas cometidas por la Corte Suprema de Justicia contra el Presidente Uribe, sus subalternos y compañeros de lucha política, sobresale como la primera y más desgarradora, la que tiene en una cárcel horrenda de los Estados Unidos y a las puertas de la muerte a Andrés Felipe Arias.
El caso de Arias ha sido bien conocido por la opinión pública, que ha entendido que lo suyo fuera digno de La Historia Universal de la Infamia, de Jorge Luis Borges. No tomó un centavo de lo ajeno, no favoreció a amigo o conocido, no intervino en lo que hizo, como lo hacía desde 30 años atrás un organismo de la OEA, y el proyecto Agro Ingreso Seguro se adelantó con la pulcritud y eficiencia más extrema, favoreciendo en el 97% de los recursos aplicados a campesinos que por primera vez sintieron la compañía del agua en sus parcelas. Cuatro o cinco dueños de fincas entendieron que podían dividirlas para gozar del programa en el doble de lo que hubieran recibido de no mediar esa estrategia. Arias no supo, no tenía por qué saberlo, que esa división se hizo y los que la ejecutaron devolvieron el dinero y llegaron a gozar de grandes favores del Estado.
Pero Arias fue condenado, con odio, con furia, con frenesí de vindicta política, a 17 años de prisión, solo porque era firme candidato a la Presidencia de la República por el uribismo de verdad. Nada más que por eso. Su pecado fue ser brillante, sobresaliente, íntegro, eficiente, carismático y exitoso. Es el precio que se paga por ser grande en este país de mediocres y corruptos.
Andrés Felipe pudo fugarse hacia los Estados Unidos, con su esposa y sus dos hijitos, su único pero enorme capital del alma. Y allá llegó la mano miserable de Santos, el más miserable de los presidentes que sufrimos, para exigirle a los Estados Unidos, a nombre de la Corte, o Cartel de la Toga como mejor se le llama, que pusiera preso y extraditara como un criminal a quien pedía refugio en el país más demócrata del mundo.
Y Arias está en una cárcel abyecta, que comparte con los delincuentes más horrorosos, esperando que en los Estados Unidos se le respeten sus derechos.
Santos se fue del Gobierno, y Duque y su canciller nos llenaron de esperanzas. Pero Duque y su canciller Carlos Holmes Trujillo han sido en esto peores que Santos. Con la cobarde excusa de que no quieren interferir en procesos fiados a la Majestad de la Corte, no hicieron nada por Arias, ni siquiera pedir para él una cárcel menos aflictiva que la inhumana que padece.
Mas la Justicia cojea pero llega, y vino para Arias desde la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, desde Ginebra, por unanimidad y contundencia. Es evidente que Arias ha sido víctima de cruel violación a sus derechos humanos fundamentales y debe ser revisada su sentencia en una segunda instancia proferida por Jueces Independientes. La sentencia es obviamente exagerada y abusiva, lo dicen sin entrar el fondo de un asunto que les produce asco. Como a toda persona bien nacida que se asome a sus detalles.
El veredicto de la ONU comporta una condena que moralmente es dramática contra Colombia y políticamente insostenible. Pero Duque y Trujillo no quieren saber nada del tema.
Y por eso el jefe del Estado olvida que es Jefe del Estado y su canciller, suprema decepción de nuestras vidas, ensaya cómo hacerle un quite torero al poder incontestable de la ONU. Y creen haberlo logrado por el infalible camino de entregarle el caso a una Comisión de cuatro ministros. Las responsabilidades diluidas no pesan en el alma, sienten ellos. Y en lugar de obrar como Jefe del Estado, Duque le pasa la pelota, vaya granujada, a la misma Corte que violó los derechos de Arias.
Nos falta por presenciar las bellaquerías que hará la Corte para no cumplir el dictamen de la ONU. Los autos para mejor proveer, los repartos, los impedimentos y la defensa de la irretroactividad de la Ley. Los períodos probatorios. Los traslados de competencia. La discusión, interminable, sobre cómo se nombraría una Sala Ad Hoc para atender a la ONU.
Y mientras tanto, Arias seguirá preso en una pocilga que comparte con las peores bestias humanas. Su esposa, mujer ejemplar donde las hubo y sus hijitos indefensos, llorando por su esposo y padre. Tal vez ese noble corazón no resista tanto oprobio y deje de latir. Una linda manera de cerrar el proceso penal y que todos, los de la Corte, el Presidente, el Canciller y sus tres ministros alcahuetas respiren tranquilos. Matar al sindicado es la más perfecta manera de olvidarlo.
Juramos no estar jamás en el numero de los dispuestos a voltear esta página ominosa.
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